—La primera vez que estuve aquí, Aleixandre actuó de forma rara al ver esta puerta abierta, y ahora necesito descubrir qué esconde —le expliqué—. Si vamos a ser amigas, debes saber que yo no me detengo cuando quiero algo, y que a veces hago cosas estúpidas que es mejor mantener en secreto. Entonces, aquí es donde te pregunto: ?me acompa?arás en esta estupidez o no?
Hubo un silencio de suspense. Artie pareció demasiado indecisa. En ese instante tenía la opción de irse y decirle a Aegan que yo estaba husmeando en su club o quedarse.
Sorprendentemente, eligió quedarse.
—Bien —suspiró—, pero prepararé un mensaje para Kiana, listo para enviar por si acaso.
—Perfecto —asentí.
Con nuestro equipo formado —en realidad, luego comprobaría si Artie era de fiar o no—, bajamos la escalera. Nos encontramos con otro pasillo que conducía a otras escaleras. Mientras bajábamos, vimos que las paredes eran diferentes, por lo que concluimos que esas secciones habían sido a?adidas. Aquella zona subterránea cada vez era más silenciosa y su aspecto nada tenía que ver con el estilo clásico del club.
?Es que estábamos bajando las escaleras secretas que llevaban a los túneles del Vaticano?
Al final, nos encontramos frente a una puerta que, para mi sorpresa, tenía un panel para introducir letras y números.
Artie y yo nos miramos, impactadas.
Pegué la oreja a la puerta un momento, por precaución. Como no escuché nada, marqué el código en el panel. La puerta se desbloqueó y abrí con lentitud. Asomé un ojo y, al confirmar que no había nadie, Artie y yo entramos.
?Qué rayos era esa habitación?
Cuatro paredes, dos de ellas con amplios espejos. Otra puerta daba a algún otro sitio, y a ambos lados de ella había dos grandes cajas transparentes. Cuando me acerqué, vi que dentro había un montón de máscaras de todo tipo: de carnaval, de animales, de rostros de mu?ecas, de mu?ecos, de personajes de dibujos animados, algunas sin identidad específica y el resto con un estilo sensual y perturbador.
—?Para qué es esto? —preguntó Artie, atónita, con una máscara en cada mano.
Pues no tenía ni idea, pero estábamos a punto de averiguarlo.
—Ponte una.
Ella escogió una de carnaval y yo una de zorrillo. Gracias al espejo, nos aseguramos de que nuestros rostros quedaran bien ocultos. Luego abrí la siguiente puerta.
Oh, por todos los secretos...
Ante nosotras apareció un lugar completamente diferente al de arriba. Un lugar que me hizo recordar, en un primer momento, a un club nocturno. Desde el techo, varias lámparas ba?aban todo de un color púrpura artificial que daba a aquel sitio un aire prohibido y clandestino, como el que tenían esos locales de la ciudad a donde la gente iba a bailar, sudar y hacer cosas que no podían hacer en ninguna otra parte. Además, estaba dividido en pisos, y en el que Artie y yo nos encontrábamos paradas —y perplejas— había un balcón y dos largas escaleras a ambos extremos que conducían hacia un nivel inferior.
Avancé y me detuve frente al límite del balcón, observándolo todo. Vi que en el centro había una barra rectangular rodeada por muchas mesas de casino, secciones exclusivas y sofás. Alrededor, tanto arriba como abajo, había gente y todos llevaban máscaras.
De acuerdo, por un lado, me sentí confundida y, por otro, emocionada. Emocionada porque sí, acabábamos de descubrir algo, y confundida porque... ?qué era exactamente? ?Un submundo oculto bajo los pisos del club? ?Una especie de ?lugar secreto para personas selectas?? ?Algo como el cuarto de juegos de Christian Grey, pero más grande?
Debido a las máscaras, no había ningún rostro reconocible, ninguna identidad revelada...
Tiré de Artie, que permanecía a mi lado tan boquiabierta como yo. Bajamos las escaleras, esquivando a las personas que estaban en medio de los escalones. De repente, una pareja se cruzó delante de nosotras y se lanzaron contra la pared mientras se besaban efusiva y asquerosamente como si estuvieran haciéndose una limpieza de gargantas.
Imposible saber quiénes eran, porque con esas máscaras y la poca luz que había no podíamos captar detalles. Habría que conocer muy bien las formas de un rostro para poder identificarlo. Justo como me pasó cuando vi, en una de las secciones con sofás, a alguien que llevaba una máscara de lobo que le cubría hasta por encima de la boca.
No necesité verle el rostro completo. Ese cabello negro, ese estilo de ropa elegante pero juvenil y, sobre todo, esa sonrisa ancha, fina y enmarcada con hoyuelos maliciosos y superiores eran inconfundibles. Aegan.
Pregunta número uno: ?qué hacía el Cash cuya reputación debía ser impecable en ese lugar tan extra?o?
Estaba hablando con un chico que llevaba una máscara de... Espera. ?Era una máscara de la cara de Ernesto de la Cruz, el personaje de la película Coco de Disney? Inesperado.
En ese momento me hubiera gustado poder leer los labios para saber de qué hablaban. De hecho, me esforcé un poco en acercarme con mucho disimulo para intentar captar algo. Obviamente, lo único que logré fue que, de repente, Aegan mirara en nuestra dirección. Olvidé que llevaba la máscara y, en una reacción automática, retrocedí para mezclarme entre la gente. Como todo fue tan rápido, mi torpeza se activó y tropecé con una chica que estaba de espaldas.
—?Ey! —se quejó tras el impacto—. ?Qué te pasa?
Me giré. La chica se quedó mirando al suelo, en donde vi que había una copa rota con el líquido derramado por mi culpa. Pensé en disculparme, pero de pronto noté algo muy extra?o: sus ojos estaban enrojecidos y sus pupilas muy dilatadas.
Oh, santo Bob Marley. Eso en mi pueblo se llamaba estar volado, es decir, no contar con todos sus sentidos, es decir también, haber consumido o fumado algo ilegal.
Decidí que era mejor guardarme mis disculpas, porque no iba a servir de nada pedir perdón a una persona en ese estado. Tomé a Artie del brazo y tiré de ella para que nos fuéramos.
Obviamente, la chica no perdonó que derramara su bebida.
—?A dónde vas? —me reclamó, y me agarró del brazo con brusquedad para impedir que me fuera—. Ve a pedirme otra, recuerda las reglas.
No sabía nada sobre ningunas reglas, por lo que respondí a su agarre zafándome.
Y... muy mala idea.
La chica volvió a cogerme para exigirme otra bebida, pero esa vez agarró mi camisa y con sus largas u?as me la rasgó. Mis pies jugaron contra mi equilibrio y mi espalda dio contra otra persona. Su bebida se derramó sobre mí; estaba fría. Esa persona reaccionó mucho más rápido y me dio un empujón.
Se desencadenó un efecto dominó.
Más bebidas se derramaron. Hubo más empujones. Todo se volvió un caos. Sentí un tirón, pero le di un manotazo a alguien y me soltaron. Perdí el equilibrio e impacté contra un grupo de cuerpos. Los cuerpos me lanzaron hacia otro lugar. Negándome a convertirme en una pelota humana, entendí que debía buscar alguna forma de salir de ahí o terminaría molida a golpes, así que empecé a dar empujones y a meterme entre las personas para encontrar a Artie...
Hasta que unos brazos me retuvieron de pronto, más fuertes que yo.
—?Basta! —escuché que gritaba con tono exigente una voz masculina cerca de mi oído—. ?Ya basta!
Lo reconocí con un escalofrío: era Aegan.
Un miedo extra?o me recorrió el cuerpo porque, además de que me estaba agarrando, las luces dejaron de parpadear de repente, la música dejó de sonar y el ambiente se llenó con el bullicio de la gente. Vi que había caos, que ya nadie bailaba, que montones de rostros cubiertos con máscaras se miraban entre sí e incluso me miraban a mí. Agradecí que mi cara también estuviese oculta, pero al no ver a Artie por ningún lado me preocupé.
?Sabrían que era yo?
?Reconocerían mi capacidad para crear problemas?
Aegan, todavía reteniéndome, no esperó a que sucediera eso. Comenzó a arrastrarme lejos del centro del salón, lejos de toda la gente. No sabía a dónde me llevaría, pero no quise empeorar las cosas y no puse resistencia. Atravesamos una puerta en un pasillito extra y entramos a una especie de sala privada, con un sofá grande y un escritorio.