—Adrik —dije al reconocerlo.
También se detuvo, pero, a diferencia de mí, no pareció sorprendido de verme. Su expresión era la misma de siempre: imperturbable, como si le fastidiara la vida, pero no le importara fastidiarse. Noté que incluso la forma de sus cejas, más espesas y más negras que las de sus hermanos, ayudaba a dejar traslucir sus emociones, porque daba a sus ojos un aire de indiferencia natural.
—Antes había una cocinera en casa que siempre preparaba platos con pimientos —dijo sin razón alguna.
Puse cara de que no entendía a qué venía eso.
—?Qué...?
Siguió con su relato, a pesar de mi pregunta y mi tono extra?ado:
—Cada vez que me sentaba a comer, encontraba un pimiento en mi plato. En cada comida, incluso en los sándwiches. Así, de forma inesperada, y yo no entendía por qué si era obvio que no quería ni verlos. Tú eres como esos pimientos. Apareces hasta donde no debes.
Puse cara de póquer.
Me acababa de comparar con un pimiento. En mi cara. ?Como si nada!
—A mí tampoco me gusta que coincidamos —le solté, malhumorada.
—Los pimientos son tan asquerosos —murmuró él, más para sí mismo que para mí—. Tienen ese sabor raro...
Lo miré con extra?eza. En serio era raro.
—Ya lo he entendido —le aclaré con detenimiento para que dejara el tema.
Adrik reaccionó finalmente y fijó la mirada en mí. ?Se había perdido pensando en pimientos o qué?
—El establo, que es donde está Aegan, es para allá —me indicó, y con su dedo se?aló hacia el pasillo del fondo.
—Vengo de allí, de hacer el ridículo, gracias —resoplé.
Formó una fina línea con los labios, casi como una expresión de pesar.
—?Cómo he podido perderme eso?
—No te preocupes, quizá Aegan ordenó que me grabaran para verlo y masturbarse más tarde —dije, todavía algo molesta—. Es obvio que le excita ser tan cruel. No le encuentro otra razón.
Adrik se encogió de hombros, medio pensativo.
—Bueno, no lo sé, siempre hemos tenido cuartos separados, pero en su historial de navegación había cosas bastante raras...
No pude evitar soltar una risa que hasta a mí misma me sorprendió, pero me puse seria de inmediato porque Adrik no estaba sonriendo, sino mirándome en plan neutral, como un enemigo inteligente.
Sabía que el hecho de que fueran hermanos no significaba que fueran iguales, pero me era imposible no desconfiar o sentir recelo hacia los tres. Tener cerebros separados no los eximía de compartir la misma genética cruel de los Cash, y tampoco de ser insoportables al menos en alguna cosa, ?no?
En mi análisis, me di cuenta de que llevaba puestas unas botas algo sucias, y sobre el tejano y camisa blanca, un delantal protector. Un par de guantes le sobresalían de uno de los bolsillos. Eso le quedaba bastante bien, a decir verdad. Mantenía un aire desali?ado, sí, pero resultaba genial por cómo estaba despeinado su pelo negro. Algo así como si hubiese estado dormido y acabara de despertarse para afrontar el mundo y...
Ya. El punto era que:
—Tú también cabalgas —se?alé.
—?En serio? ?Cómo lo has adivinado? —respondió con sarcasmo, sin apartar la mirada del teléfono.
Enarqué una ceja.
—El sarcasmo es tu vida, ?no?
—No hay nada más por lo que respire —me aseguró, mostrándose falsamente animado.
Pues el sarcasmo era divertido.
—De acuerdo, conoces Tagus más que yo —suspiré—. ?Sabes dónde puedo encontrar un instructor? Necesito aprender a montar a caballo.
Era la única forma de no volver a ser humillada.
Alzó la vista y entornó los ojos. Luego me pareció que su comisura derecha se elevó un poquitín para crear una peque?ísima, maliciosa y divertida curva. Una de las primeras emociones que le veía, vaya.
—Yo soy instructor.
—Ajá —resoplé, entornando los ojos—. Es en serio. Quiero aprender.
él frunció el ce?o y me evaluó.
—?No me crees?
—No.
—?Por qué? —preguntó con tranquilidad, aunque desafiándome—. ?Por qué no crees que soy instructor?
—Bueno, porque...
—?Porque...?
—Porque... mmm...
—?Soy un Cash?
Maldición.
Sí, era por eso.
—No —mentí con la barbilla en alto.
—Sinceramente, pensé que la discriminación social era cosa del pasado. —Chasqueó la lengua, negando con la cabeza—. Pero mira, aquí está Jude discriminando a alguien por un apellido.
Bueno, pero ?qué culpa tenía yo de que en mi mente no entrara la idea de que los Cash sirvieran para algo bueno?
Adrik pasó junto a mí y avanzó por el pasillo.
—Entonces, ?quieres aprender o no? —preguntó mientras se alejaba.
Lo dudé un momento porque se trataba de él, pero no era de las que se rendían tan fácilmente. Era de las que, si no podía hacer algo, buscaba la manera de aprenderlo de cualquier forma. Si Adrik sabía cómo montar a caballo, me serviría para no volver a ser avergonzada por Aegan.
Lo seguí de nuevo al exterior del club, en dirección al establo. Sus pasos eran tan calmados, medio perezosos. Casi me desesperaron.
—Con aprender al menos cómo subirme al caballo, basta —le dije mientras él sacaba uno de los caballos.
No me contestó. Se ocupó de preparar la montura. Lo hizo con la misma dedicación y cari?o que Aegan. Acompa?ó el proceso con algunas caricias, y el animal le respondió de muy buena manera. Tal vez esa era una de las pocas cosas que compartían, aunque, te seré sincera, los movimientos y la naturalidad de Adrik cautivaban más. Transmitían una conexión profunda, como si conociera al hermoso caballo de toda la vida, como si colocarle el equipamiento fuese un arte y al mismo tiempo una técnica de relajación en la que adoraba sumirse.
Cuando terminó, lo guio hacia afuera.
—Quizá hiciste el ridículo porque crees que se trata solo de subirse al caballo y ya —comentó de repente, tratando de tranquilizar al animal, que no dejaba de dar vueltas.
—No sé nada de caballos, así que no me molesta que me digas lo bruta que soy —dije, de mala gana, pero lo dije.
—No tiene gracia decirte algo que ya sabes. —Se encogió de hombros. Luego extendió una mano hacia mí e hizo un gesto con los dedos—. Acércate —me pidió.
Mis pasos fueron dudosos, casi nerviosos, porque en serio la cosa era nueva para mí.
—Es muy manso y tranquilo —a?adió Adrik al notar mi poca seguridad.—. No le tengas miedo.
—No se lo tengo —confesé mientras trataba de respirar con calma—. Lo que me da miedo es no gustarle.
Adrik soltó una risa tranquila sin despegar los labios. Y empezó a acariciar al caballo y tras unos segundos empezó a removerse con menor inquietud, reaccionando al tacto.
—Los caballos no son como las personas —me explicó, sin dejar de acariciar al animal—. No te juzgan, no se burlan de ti, no te odian. Son puros y sensitivos. Pueden estar de mal humor, pero si te rechazan no será por quién eres o por cómo eres, sino por las intenciones con las que te acerques.
Lo miré con cierto asombro, pero con la desconfianza siempre por delante. Algo así como si Batman se sentara a cenar con Joker. Ninguno bajaría la guardia ante el otro.
De acuerdo, debía ser valiente. Debía ser valiente.
—Sabes bastante sobre caballos —le concedí, dando más pasos.
—Me gustan —admitió con sencillez—. Todos los animales me gustan, pero a los caballos los conozco más porque he montado desde peque?o.
Me imaginé a un peque?o Adrik muy dark sobre un poni negro.
Ni idea de por qué.
Tras unos segundos, él me echó una mirada de aprobación.
—Fíjate, ya está.
Ni si siquiera me había dado cuenta. Gracias a sus palabras estaba junto al caballo, y el animal estaba quieto y tranquilo. Me atreví entonces a acariciarlo y el caballo lo permitió. Resultó tan agradable, tan increíble, que olvidé la humillación y el enfado.