El lado bueno de las cosas

—No se pueden apuntar hasta dentro de una hora.

Nos sentamos en una fila de asientos. Yo echo un vistazo a mi alrededor. En el techo hay colgada una inmensa lámpara de ara?a, y el techo no es un techo normal pues está decorado con todo tipo de flores y ángeles de escayola. Tiffany está nerviosa. No para de hacerse crujir los nudillos.

—?Estás bien? —le pregunto.

—Por favor, no me hables antes de que empiece la actuación. Da mala suerte.

Así que me siento y empiezo a ponerme nervioso, sobre todo porque me juego mucho más en esta competición que Tiffany, y ella está nerviosa. Trato de no pensar en la posibilidad de perder la oportunidad de mandarle una carta a Nikki, pero, por supuesto, eso es en lo único que puedo pensar.

Cuando empiezan a llegar el resto de los concursantes me doy cuenta de que la mayoría de ellos parecen estudiantes de instituto y pienso que es extra?o, pero no digo nada, sobre todo porque no tengo permitido hablar con Tiffany ahora.

Nos apuntamos y le damos la música al chico de sonido, que recuerda a Tiffany del a?o pasado, porque le dice:

—?Aquí otra vez?

Tiffany asiente y nos vamos hacia los bastidores a cambiarnos. Gracias a Dios, me da tiempo a ponerme las mallas antes de que el resto de los participantes lleguen a los bastidores.

Estoy en una esquina, con Tiffany, pensando en mis cosas, cuando una se?ora fea le hace se?as a Tiffany y le dice:

—Sé que vosotros los bailarines sois muy liberales con vuestro cuerpo, pero no esperaréis que mi hija adolescente se cambie delante de este hombre medio desnudo, ?verdad?

Tiffany está realmente nerviosa ahora (lo sé porque no maldice a esa se?ora fea que me recuerda a las enfermeras del lugar malo, sobre todo porque no está en forma y lleva ese peinado de se?ora mayor cardado).

—?Y bien? —dice la madre.

Yo veo que en la otra parte de la habitación hay un armario.

—?Y si me meto ahí mientras el resto de los bailarines se cambian?

—Por mí está bien —dice la se?ora.

Tiffany y yo entramos en el armario, que está lleno de trajes abandonados que han debido de ser utilizados en festivales de ni?os, trajes que si me los pusiera me harían parecer una cebra o un tigre, y una caja con instrumentos de percusión (triángulos, timbales, panderetas y palos de madera). Esto último me recuerda al lugar malo y las clases de terapia musical de la hermana Nancy, a las cuales iba hasta que me echaron. Y entonces me viene a la mente un pensamiento terrorífico: ?Y si alguno de los participantes va a bailar una canción de Stevie Wonder?

—Necesito que averigües qué canciones van a bailar los demás —le digo a Tiffany.

—Te he dicho que no me hables antes de la actuación.

—Averigua si alguien va a bailar una canción de un tipo negro y ciego cuyas iniciales son S.W.

—Stevie Won… —dice un instante después.

Cierro los ojos, tarareo una nota y cuento silenciosamente hasta diez, dejando la mente en blanco.

—Dios —dice Tiffany levantándose y saliendo del armario.

Diez minutos más tarde regresa:

—No hay ninguna canción de esa persona —dice Tiffany mientras se sienta.

—?Estás segura?

—He dicho que no hay nada de Stevie Wonder.

Cierro los ojos, tarareo una nota y cuento silenciosamente hasta diez, dejando la mente en blanco.

Oímos un golpecito y cuando Tiffany abre la puerta ve a muchas madres ente bastidores. La mujer que ha llamado a la puerta le dice a Tiffany que todos los bailarines ya se han cambiado. Cuando salgo del armario me sorprendo al ver que Tiffany y yo somos los concursantes de más edad, al menos tenemos quince a?os más que el resto. Estamos rodeados de adolescentes.

—No dejes que te enga?en con sus miradas inocentes —dice Tiffany—, son peque?as víboras y bailarinas con mucho talento.

Antes de que llegue el público se nos da la oportunidad de practicar en el escenario del hotel Plaza. Hacemos nuestra coreografía muy bien, pero el resto de los bailarines también lo hacen, así que me preocupo al pensar que quizá no ganemos.