Puro (Pure #1)

—Vale —cede Bradwell, que se levanta y se tumba a su lado en el palé.

Ella está tumbada boca arriba pero Bradwell no puede: tiene los pájaros durmiendo. Se hace un ovillo de cara a Pressia. Por un momento la chica se imagina que están en el campo, bajo las estrellas en una noche despejada. Con tanto silencio no puede dormir.

—Bradwell —murmura—. ?Jugamos al Me Acuerdo?

—Ya conoces mi vida, la conté en la reunión.

—Pues piensa en otra cosa, lo que sea. Habla, quiero oír la voz de alguien.

En realidad quiere oír la voz de él. Por mucho que a veces la ponga de los nervios, su voz es profunda y calmante. Se da cuenta de que quiere que hable porque, esté de acuerdo con él o no, siempre es honesto y puede confiar en lo que le cuenta. Por eso le sorprende que lo primero que le diga sea: —Bueno, una vez te mentí.

—?En qué?

—En lo de la cripta. La encontré cuando era solo un crío, antes de dar con la carnicería. Estuve durmiendo allí unos días mientras la gente moría por todas partes. Y recé a santa Wi y sobreviví. Así que seguí volviendo.

—O sea que tú eres uno de los que reza por esperanza.

—Sí.

—No es una mentira muy horrible.

—Ya, no es horrible.

—?Y funcionaron las plegarias? ?Tienes esperanza?

Se rasca la mandíbula con sa?a y dice:

—La verdad es que desde que te conozco creo que tengo más.

Pressia siente que se le encienden las mejillas, aunque no está segura de a qué se refiere el chico. ?Le está diciendo que tiene esperanzas gracias a algo relacionado con ella? ?Le está confesando que le gusta, ya que le ha confesado que le ha mentido? ?O se refiere a otra cosa? ?A que ella ha hecho que vea las cosas de otra manera?

—Pero eso no era lo que querías —continúa Bradwell—. Tú querías un recuerdo.

—Está bien.

—?Puedes dormirte ya?

—No.

—Vale, entonces un recuerdo. ?Tiene que ser feliz?

—No. Prefiero que sea verdadero a que sea feliz.

—De acuerdo. —Se queda pensativo un momento—. Cuando mi tía me pidió que saliese de la cochera, me fui y metí el gato muerto en la caja; después oí que el motor se encendía… y un grito. Era igual que el que mi padre pegaba cuando se desollaba un nudillo o le daba un tirón en la espalda. Así que hice como si fuese su voz, cerré los ojos y me imaginé a mi padre saliendo de debajo del coche con el corazón fusionado con el motor en el pecho, como un superhéroe. Me lo imaginé resucitando. —Pressia visualiza en su mente al peque?o Bradwell con los pájaros en la espalda, en un césped calcinado y con una caja con un gato muerto a sus pies. Se ha quedado un momento callado pero entonces a?ade—: Nunca se lo he contado a nadie. Es absurdo.

Pressia sacude la cabeza.

—Es bonito. Estabas intentando imaginarte algo grande, otra cosa, otro mundo. Eras solo un crío.

—Supongo… Ahora te toca a ti.

—Es evidente que no recuerdo mucho del Antes.

—No tiene por qué ser del Antes.

—Vale. A ver, hay una cosa que tampoco le he contado nunca a nadie. Mi abuelo lo sabe… aunque en realidad no.

—?El qué?

—Intenté cortarme la cabeza de mu?eca cuando tenía trece a?os. O eso es lo que le conté al abuelo, que me la cosió a toda prisa. Nunca me preguntó por qué lo hice.

—?Te ha quedado marca?

Pressia le ense?a la peque?a cicatriz donde la cabeza de mu?eca se une con el brazo. Tiene la piel surcada por venillas azules y un tacto como de goma.

—?Querías quitártela o…?

—O tal vez estaba cansada… Pero lo que quería era no sentirme perdida. Echaba de menos a mis padres y el pasado…, quizá porque había dejado de verlos bien en mi cabeza y ya no tenía su compa?ía. Me sentía sola.

—Pero no lo hiciste.

—Quería vivir. Lo supe en cuanto vi la sangre.

Bradwell se incorpora y toca la cicatriz con la yema del dedo. La mira a los ojos como si estuviese asimilando toda su cara, los ojos, las mejillas, los labios. Por regla general Pressia apartaría la mirada, pero no lo hace.

—Es bonita la cicatriz —le dice el chico.

El corazón le da un vuelco y se lleva la cabeza de mu?eca al pecho.

—?Bonita? Es una cicatriz.

—Es una se?al de haber sobrevivido.

Bradwell es la única persona que conoce que podría decir algo así. Siente que le cuesta respirar, apenas puede susurrar: —?Tú nunca tienes miedo de nada?

En realidad no se refiere a todas las cosas de las que ella podría tener miedo, como adentrarse en las esteranías al día siguiente, o los terrones que puedan salirle al paso. De lo que está hablando es de esa ausencia absoluta de miedo por parte del chico, que dice que una cicatriz es bonita. Si no le asustase la idea, Pressia le confesaría que está contenta de seguir con vida, aunque solo sea por estar compartiendo ese momento con él.

—?Yo? Tengo tanto miedo que me siento igual que mi tío debajo del coche, como si tuviera pistones en el pecho. Tengo muchísimo miedo, y lo siento como un repiqueteo mortal por dentro. ?Entiendes?

Pressia asiente. Se hace el silencio y ambos oyen a Perdiz farfullar entre sue?os.

—Entonces… —empieza a decir Pressia.

—Entonces, ?qué?

—?Por qué viniste a buscarme si no fue por mi abuelo?

—Tú sabes por qué.

—No, no lo sé. Dímelo. —Están tan juntos que Pressia nota el calor que desprende el cuerpo del chico.

Bradwell sacude la cabeza y dice:

—Tengo algo para ti. —Se hurga en la chaqueta—. Te buscamos en tu casa, pero tu abuelo no estaba.

—Ya lo sé. Lo tienen en la Cúpula.

—?Lo han cogido?

—No pasa nada, está en un hospital.

—Aun así… Yo no estaría muy seguro de…

Ahora mismo no quiere hablar del abuelo.

—?Qué me has traído?

—Me encontré esto.

Saca algo del bolsillo del chaquetón y lo deja en el punto donde las costillas de Pressia forman un arco.

Una de sus mariposas.

—Me hizo preguntarme: ?cómo puede todavía existir algo tan peque?o y hermoso? —le confiesa Bradwell.

Pressia se ruboriza, pero coge la mariposa y la sujeta en alto para ver la tenue luz que pasa a través de las delicadas alas cubiertas de polvo.

—Se van acumulando todas las pérdidas; no puedes sentir una sin notar las que han venido antes. Pero esto se me antoja un antídoto. No puedo explicarlo… aunque… es como algo que resiste.

—Ahora parecen una pérdida de tiempo. Ni siquiera vuelan. Les puedes dar cuerda y baten las alas pero ya está.

—A lo mejor es que no tienen que ir a ningún sitio.





Lyda


Cajita azul

Para pasar el tiempo Lyda teje y desteje la esterilla una y otra vez, aunque nunca le convence; mientras, tararea la melodía de ?Brilla, brilla, estrellita?.