Puro (Pure #1)

A Pressia esas palabras le recuerdan a cuando escuchó en el sótano a Bradwell, la misma idea de conservar el pasado. Bradwell… no puede ni imaginarse lo que sería enterarse de que está muerto. La Buena Madre la está mirando fijamente, porque le ha hecho una pregunta a Pressia pero esta no recuerda qué ha sido, de modo que asiente sin más. ?Será la respuesta correcta?

—Te ofrezco mi historia a modo de regalo: estaba delante de una ventana con el marco metálico —le explica la Buena Madre al tiempo que pasa un dedo por la tela de la camisa recorriendo la cruz de metal alojada en su esternón—. Tenía la cara pegada y la vista puesta en el cielo tembloroso, con una mano contra el cristal.

—Muestra la mano con incrustaciones de vidrio—. ?Te haces una idea de la que estuvo a punto de ser mi muerte?

Pressia asiente; a su madre la mató una lluvia de cristal.

—Las armas —dice Pressia se?alando las que están en el suelo.

—Ofrendas del muerto que nos ha traído al puro, que también es, a su vez, un muerto. Para nosotras todos los hombres son muertos. Supongo que ya lo sabrás.

?Qué significa eso?, ?que están vivos o muertos? ?Estas mujeres matan a todos los hombres que se cruzan en su camino? ?Por eso los llaman muertos?

En ese instante se produce una conmoción a su espalda y se vuelve rápidamente.

Perdiz y Bradwell están siendo conducidos a empujones por la estancia. Están aquí, siguen vivos, con el corazón latiéndoles en el pecho y el aliento recorriéndoles los pulmones. Siente tal alivio que podría hasta echarse a llorar.

—?Postraos, muertos! ?Postraos ante nuestra Buena Madre! —gritan las mujeres.

Los chicos se arrodillan al lado de Pressia. Tienen una pinta horrible, con ojeras y la ropa raída y te?ida de ceniza.

Bradwell, sin embargo, sonríe con los ojos resplandecientes. Está feliz de verla y eso hace que a Pressia le entre calor por el pecho y las mejillas.

—Pressia —susurra Perdiz—. ?Te han encontrado!

De modo que no la han capturado, ?la han encontrado? ?Han estado buscándola todo ese tiempo? Estaba tan segura de que se habría ido cada uno por su lado, de que Perdiz habría seguido la busca de su madre y Bradwell habría cortado los lazos… Si él ha sobrevivido ha sido porque no ha dejado que los demás lo lastren. ?Qué significa entonces que la haya estado buscando?

La Buena Madre da una palmada y todas las mujeres y los ni?os se inclinan, y se retiran por la puerta y las escaleras. Se queda únicamente una, apostada junto a la puerta con un palo de escoba a modo de lanza.

—Creíamos que tus dos muertos de aquí participaban en una muertería —le explica la Buena Madre a Pressia—. Aunque no jugamos a esos deportes. Si ocasionalmente se cuelan en nuestros territorios, matamos a todos los que podemos antes de que se dispersen.

Agarra el mango del atizador con sus dedos minúsculos.

—Me alegra que no los hayáis matado —le agradece Pressia. Ahora tiene más esperanzas de que Il Capitano y Helmud también se hayan salvado; existe una posibilidad.

—Yo también. Tienen una misión.

—La Buena Madre se pone en pie de un modo extra?o: como tiene el travesa?o del marco de la ventana fusionado en medio del pecho, debe apoyarse en los brazos de la silla para levantarse. Anda muy tiesa—. Y los hemos ayudado en gran medida porque eres mujer. Creemos en salvar a nuestras hermanas; pero hay algo más, algo que tiene que ver con el hecho de que el puro esté buscando a su madre. —La mujer rodea la habitación lentamente—. Para mí un puro tiene valor. Valor sentimental, al menos. —Le hace una se?a con la cabeza a la mujer que se ha quedado, que en realidad es una guardiana, y esta se acerca a Perdiz y le pone la punta de su lanza-escoba en la garganta—. Me da la impresión de que no se trata de una búsqueda corriente y de que tampoco este puro es un puro corriente. ?Quién eres?, ?de qué familia?

Perdiz mira a Bradwell con los ojos muy abiertos. Pressia sabe lo que está pensando: ?debe confesar el nombre de su padre? ?Le salvará eso la vida o, por el contrario, lo hará más vulnerable?

Aunque Bradwell le dice que sí con la cabeza, el otro chico no parece muy convencido con el gesto de asentimiento. Pressia se pregunta qué habrá pasado entre ambos desde que se fue. Perdiz no mueve la cabeza pero mira por encima del hombro a Pressia y traga saliva, con la punta de la lanza en la nuez.

—Ripkard Willux. Me llaman Perdiz.

La Buena Madre sonríe y menea la cabeza de un lado a otro.

—Vaya, vaya, vaya. —A continuación se dirige a Pressia—: ?Has visto como no ha sido franco? Ha retenido información, ?no te parece? Tenía cosas que decir y no las ha dicho. Así son los muertos: incapaces de ser honestos.

—Yo no estoy escondiendo nada —se defiende Perdiz.

—?Los muertos no le hablan a nuestra Buena Madre si ella no se ha dirigido directamente a ellos! —exclama la mujer con la lanza-escoba, y le da un golpe en la espalda.

La Buena Madre pasa a hablarle solo a Pressia:

—Cuando las Detonaciones estallaron, la mayoría de nosotras estábamos aquí solas, en nuestras casas o atrapadas en los coches. Algunas nos vimos atraídas hacia los jardines para ver el cielo o, como yo, hacia la ventana. Llevábamos a nuestros hijos cogidos en brazos…, a los que podíamos coger. Y después otras estaban presas, a punto de morir. A todas nos abandonaron aquí para que muriésemos. Fuimos las que atendimos a las moribundas, las que envolvimos a los muertos. Enterramos a nuestros hijos y cuando eran demasiados para enterrarlos a todos, hicimos piras y quemamos sus cuerpos. Fueron los muertos los que nos hicieron esto. Solíamos llamarlos padre, marido o se?or. Nosotras somos las que conocimos sus pecados más oscuros. Mientras cerrábamos con fuerza los postigos de nuestras casas cual pájaros atrapados y nos pegábamos de cabezazos contra las paredes de las prisiones, los observábamos. Solo nosotras sabemos lo mucho que se odiaban a sí mismos, lo avergonzados que estaban; conocíamos sus debilidades, su egoísmo, su odio, y vimos cómo en un principio lo volvieron en nuestra contra y en la de sus propios hijos y, al final, contra el mundo entero, todos a una.

—Regresa a su silla—. Nos dejaron aquí para que nos pudriésemos y nos vimos obligadas a cargar con nuestros hijos, unos ni?os que nunca serían más grandes que nosotras… Y eso haremos por siempre jamás. Nuestra carga es nuestro amor.

El silencio recae sobre la estancia. Pressia se pregunta por un instante qué le pasó al hijo, o a los hijos, de la Buena Madre. No parece tener a ninguno fusionado, solo esa cruz metálica y el cristal de las hojas de la ventana. ?Fueron sus hijos cadáveres quemados en piras?

—?Adónde fuiste cuando desapareciste? —la interroga la Buena Madre.

—La ORS me capturó y me metieron en un programa para oficiales. Al principio no sabía por qué, pero luego me llevaron a un puesto de avanzada, una granja donde vive un matrimonio que trabaja para la Cúpula. Tienen sembrados con comida.

—Incomestible —dice la Buena Madre—. Lo sabemos, hemos llegado hasta allí, aunque no mucho más. Lo vigilamos todo.