Puro (Pure #1)

Pero ?por qué está roto? ?Qué ha pasado con la otra mitad?

Alza la vista y se ve rodeada por un enjambre de terrones. Siente que algo la coge por la cintura y patalea con toda su fuerza. A cada patada salpica arena y ceniza. Ara?a y propina codazos pero sigue sintiéndose arrastrada por la propia tierra hambrienta. Cuando trata de echarse hacia delante ve un ejército de terrones acechante en la distancia. ?La meterá ese terrón bajo tierra y se la comerá? Le viene el temor a la asfixia, no quiere morir enterrada viva.

A su alrededor el mundo balbucea, va y viene. Sigue luchando pero la han envenenado, anestesiado, pegado… Está débil y tiene hambre y sed. La visión, ya nublada, se le oscurece del todo.

Grita el nombre de Il Capitano, que la llama por el suyo, y, a través del polvo que levanta en su forcejeo, Pressia lo ve luchar con los terrones, cargado siempre con Helmud. Sigue en pie pero se le avecinan más terrones. Está cerca del coche; ve el brillo negro. Los terrones lo lanzan a un lado del vehículo y cae al suelo. Van a morir allí mismo.

Vuelve los brazos y clava las botas contra el cuerpo del terrón. Aprieta con fuerza los ojos y piensa en la piedra azul del cisne. Un mundo que se vuelve azul, y el latido en los oídos y el pulso en el cuello se han vuelto también azules, Il Capitano es azul, el coche, los terrones. Se vuelve hacia las colinas grises, ahora azules, y busca la cara de su madre y la de su padre. Es consciente de que es una locura, de que están muertos. Pero en su mente quiere algo de consuelo antes de morir. Casa. ?Dónde está casa?

La tierra está tragándosela y siente el gru?ido profundo de los terrones recorriéndole el cuerpo. Abre los ojos y las esteranías le parecen más estériles aún, más muertas: ceniza, muerte y arena gris.

Sigue luchando, con los pu?os cerrados sobre el colgante, pu?os que vuelan pero que no da?an ya. Está agotada. El sobre con las instrucciones y el aparato de rastreo habrán desaparecido. La foto del abuelo… ahora piensa en ella. Tampoco está ya, es como si nunca hubiera existido. ?Dónde está él? ?Qué le ha pasado a Freedle? ?Volverá a verlos? ?Han muerto ya Il Capitano y Helmud? ?Es posible que hayan llegado al coche?

Se vuelve al oír un tamborileo y ve lo que está segura que será su última visión. Pisadas que resuenan. Una nube de ceniza y entonces el brillo de la cara de un ni?o, un ni?o en brazos de su madre. Es como si fuesen una visión perdida de ella de peque?a con su madre, como si no hubiese saltado hecha a?icos al impactar contra una cristalera.

—Pressia —le dice su madre—. ?Agárrate!

Hay una mano.

Y luego solo le queda ya un agujerito de visión, y entonces todo se funde en negro.





Pressia


Sacrificio

Pressia se despierta con la mejilla sobre algo duro y la cabeza dolorida, y ve un neumático con la trama muy gastada, pero no es del coche negro largo. Está en una habitación y el neumático es enano y está conectado a un motor con aspas. ?Un cortacésped? Se pregunta si estará so?ando, si se encuentra en una vida posterior o algo parecido. ?Un sótano dedicado al cuidado del jardín? ?Así es la vida después de la muerte?

Intenta incorporarse.

A su alrededor se oyen voces que murmuran. Justo a su lado una le habla en voz alta.

—Despacio. —Es una voz de mujer—. Tómate tu tiempo.

Vuelve a tumbarse sobre un costado y se acuerda de los terrones, de Il Capitano disparando, de la madre con el ni?o. Cierra los ojos.

—Il Capitano y Helmud —susurra.

—?Los dos hombres del coche? ?Eran amigos tuyos?

—?Han muerto?

—Te buscábamos a ti, no a ellos. Que vivan o mueran no es de nuestra incumbencia.

—?Dónde estoy?

Mira a su alrededor y ve caras: mujeres, ni?os, una rotación como si estuviera girando en uno de esos tazones de los que le hablaba el abuelo. Los críos están fusionados con los cuerpos de sus madres. Va clavando la mirada en uno tras otro.

—Estás aquí, con nuestra Buena Madre.

?Madre? Ella no tiene madre. En la estancia hace frío y humedad y le entra un escalofrío. Los cuerpos se mueven a su alrededor y, tras esos movimientos, hay cajas apiladas, juguetes fundidos, una hilera de buzones metálicos deformados, triciclos medio derretidos.

Pressia se incorpora y una mujer la coge por el codo para ayudarla a ponerse de rodillas. Lleva un ni?o rubio de dos o tres a?os y tiene un brazo fusionado con la cabeza del crío, a modo de parapeto.

—Esta es nuestra Buena Madre —dice la mujer se?alando hacia el frente—. Inclínate ante ella.

Pressia levanta la vista y ve a una mujer en una silla de madera lisa reforzada por cuerdas de plástico. Su cara es sencilla, peque?a y delicada, un mosaico de cristales por rostro. La única luz que entra hace relucir el vidrio. Una piel pálida ha cubierto casi por completo las perlas de su cuello al crecer y ahora parecen tumores perfectamente modelados. La camisa que lleva, muy fina y como de gasa, deja entrever a Pressia el contorno de una enorme cruz de metal alojada en el estómago y el pecho, hasta el centro de la garganta. Le obliga a tener los hombros hacia atrás y a sentarse muy recta. Viste una falda larga y va armada con un simple atizador de hierro forjado que descansa sobre sus rodillas.

Pressia agacha la cabeza en una reverencia y se queda en esa postura a la espera de que la Buena Madre le diga que ya vale. A sus pies están las armas de Bradwell en una fila ordenada: eso quiere decir que tal vez esté allí. De una forma u otra tiene algo que ver en todo esto. ?Significa que cuando ella desapareció él intentó buscarla? ?Qué hay de Perdiz? El corazón empieza a latirle con fuerza y la embarga la esperanza por unos instantes, hasta que se da cuenta de que aquel despliegue de armas también significa que Bradwell está desarmado, que tal vez le hayan disparado y lo hayan matado.

?Dejaron el colgante para que lo encontrase? ?Han desaparecido?

El colgante. ?Dónde lo ha metido?

La sangre se le sube a la cabeza y se siente mareada. Aun así no se mueve; espera a oír lo que tiene que decirle la mujer del atizador, que por fin se pronuncia: —Levanta. Quieres saber, como todos, por qué una cruz. ?Acaso era monja? ?Religiosa? ?Me fusioné mientras rezaba? ?Cómo fue?

Pressia sacude la cabeza, su cerebro todavía no ha llegado a tanto. ?Está hablando sobre la cruz que lleva en el pecho?

—No es asunto mío.

—Nuestras historias son lo que tenemos, lo que nos conserva. Nos las ofrecemos las unas a las otras. Tienen un valor, ?lo entiendes?