Puro (Pure #1)

Sin mediar palabra la guardia entra en el edificio y cierra la puerta.

A Pressia le encanta el chaquetón, la forma en que se hincha a su alrededor, es como andar dentro de pan calentito. No traspasa nada, ni el frío, ni el viento que se levanta y luego amaina. Estas son las cosas que la gente debería apreciar, los placeres sencillos; es lo único que tiene ahora mismo. El chaquetón es cálido, y hay veces en que hay que dar las gracias por cosas así. ?Cuándo fue la última vez que sintió ese calor con un abrigo? Sabe que puede morir aquí fuera. Toda esa historia sobre ser oficial es mentira. El Juego podría ser uno en el que ella es la presa. Lo sabe y, aun así, piensa que por lo menos morirá abrigada.

Baja la cuesta preguntándose qué decirle a Il Capitano. ?Tiene que llamarlo Il Capitano? Es un nombre raro. ?Se lo habrá puesto él? Si Pressia lo llama así, ?sonará forzado o falso? No le gustaría que Il Capitano pensase que se burla de él. Es solo cuestión de tiempo que se dé cuenta de que ella no tiene ningún vínculo real con el puro. Lo conoció en la calle y lo llevó a su antigua dirección, que resultó ser un montón de escombros. Espera que, para cuando Il Capitano lo averigüe, ella ya esté en el lado bueno, si es que eso significa algo aquí. Decide no llamarlo por ningún nombre.

Cuando llega a los pies de la colina se queda parada un instante sin saber muy bien cómo empezar. Il Capitano le da una calada al habano y su hermano se queda mirando a Pressia con los ojos muy abiertos.

El oficial parece disgustado y cansado. Estudia a Pressia por el rabillo del ojo y sacude la cabeza, como si no estuviese de acuerdo con la conveniencia de todo aquello pero aun así se resignase. Le da a Pressia el rifle que le sobra y le dice:

—Supongo que no sabes disparar.

Pressia lo coge como si fuera un instrumento musical o una pala. Nunca antes ha visto un arma de fuego tan de cerca, y menos aún en sus manos.

—No he tenido el placer.

—Así —le explica Il Capitano quitándole bruscamente el rifle de la mano. Le ense?a cómo cogerlo y apuntar por la mirilla, y después se lo devuelve.

La chica rodea el gatillo con la mano buena y a continuación sopesa la parte larga del arma con el pu?o de cabeza de mu?eca.

La mu?eca desconcierta a Il Capitano, Pressia se da cuenta. Pero está acostumbrado a las deformidades; él también lleva lo suyo, ?no? Es un hombre que lleva a su hermano a cuestas. Lo único que le dice es:

—?Puedes por lo menos flexionarlo hacia tu mu?eca para agarrarlo bien?

Puede, desde luego. Con los a?os ha tenido que ir desarrollando el agarre. Por un momento se le antoja cercano, casi fraternal, y no puede evitar acordarse de cuando el abuelo le ense?ó a blandir un palo de golf imaginario rodeándolo con los brazos y entrelazando sus dedos con los de ella. Le contó que había colinas de césped verde que se extendían hasta el infinito y que a veces los palos tenían unos sombreritos con pompones.

La gentileza, sin embargo, no dura mucho. Il Capitano la mira y le dice:

—No lo entiendo.

Tira la colilla y la apaga contra el talón de la bota.

—?El qué?

—?Por qué tú?

Pressia se encoge de hombros y el hombre la mira con recelo, tose y luego escupe al suelo.

—No dispares todavía. No queremos que se enteren de dónde estamos, practica solamente. Respira hondo antes de apretar el gatillo, echa la mitad del aire… y después dispara.

—Dispara —murmura el hermano sorprendiendo a Pressia, que casi se había olvidado de su presencia.

Pressia apunta y se concentra en la respiración. Coge aire, lo retiene, imagina el estallido del arma y después lo suelta.

—No lo olvides —le advierte Il Capitano, que baja el ca?ón del rifle de Pressia—. Y no vayas apuntándome mientras andamos.

La chica piensa en Helmud. ?No debería Il Capitano hablar en plural? ?No vayas apuntándonos?, ?no?

Il Capitano le da una palmada en la espalda y le dice:

—Sígueme.

Y el hermano repite:

—Sígueme.

—Pero ?en qué consiste El Juego? —pregunta Pressia.

—En realidad no tiene reglas, es como el pilla-pilla. Hay que cazar al enemigo. Y luego, en vez de tocarlo, le disparas.

—?Y qué estamos cazando?

—Será ?a quién estamos cazando? —la corrige Il Capitano.

Pressia intenta pensar en el chaquetón, como andar en pan calentito.

—Entonces, ?a quién?

—Un recién llegado, uno igual que tú. Pero sin tanta suerte como Pressia Belze.

A ella no le gusta su forma de insistir en lo afortunada que es, le da la impresión de que se está burlando de ella. Mira de reojo a Helmud.

—?El recién llegado va armado? —pregunta la chica.

—No. Esas fueron las órdenes. Estoy empezando de cero contigo. Tienes que verlo como parte de tu instrucción para oficial.

Están andando por un sendero que atraviesa un bosque en pendiente.

—?Quién ha dado las órdenes? —pregunta, preocupada por si está siendo demasiado atrevida; aunque los oficiales tienen que serlo, se dice.

—Ingership. Tenía la esperanza de que se hubiese olvidado ya de El Juego. Hace tiempo ya. Pero las órdenes son las órdenes.

?Y si en lugar de disparar al recién llegado lo deja libre? ?Las órdenes tienen que ser siempre órdenes? A lo mejor por eso está haciendo la instrucción, para aprender a no hacerse ese tipo de preguntas.

Pressia oye algo a su espalda. ?Será el nuevo al que tiene que disparar? Como Il Capitano no se vuelve, ella tampoco. No quiere dispararle al nuevo, a alguien como ella pero sin la misma suerte. Sabe que la fortuna no le durará. Ha sido un error y en algún momento alguien, quizás el tal Ingership, reciba la reprimenda de instancias mayores y diga que se han equivocado de chica. ?Belze no —dirán—. Nos referíamos a otra.? Y entonces se verá allí en medio del bosque, con Il Capitano y otro oficial en instrucción que nunca ha tenido el placer de disparar persiguiéndola a ella. A Pressia nunca le han gustado los juegos; nunca se le han dado bien. Bradwell… ojalá estuviese aquí con ella. ?Mataría él a un novato? No. Encontraría la manera de imponer su postura, de hacer lo correcto y dar un discurso. Ella lo único que intenta es seguir con vida. No tiene nada de malo. De hecho, hasta le gustaría que la viese así ahora, solo en una fotografía, como a una chica en el bosque con un arma. Al menos daría la impresión de que puede cuidar de sí misma.

Pasado un rato, Il Capitano se detiene.

—?Lo has oído?

Pressia ha escuchado algo, un mínimo crujido, pero es solo el viento entre las hojas. Cuando mira hacia su derecha ve una forma que va brincando de un árbol a otro para más tarde desaparecer. Le viene a la cabeza una cancioncilla de su infancia: ??Y el que no se haya escondido tiempo ha tenido!? Le sobrevienen temores y nervios. En su mente le ruega a aquel bulto que no salga de su escondrijo. ?Que se haya escondido, que se haya escondido.?

Il Capitano camina en dirección opuesta, por la maleza, hasta que se detiene y apunta el rifle hacia algo en el suelo.