Su cuarto está al fondo del pasillo, de modo que puede ver las ventanitas rectangulares a ambos lados. Ahora están todas vacías. Algunas de las chicas deben de estar en sus sesiones de terapia; a otras las habrán llevado al comedor colectivo. El resto estará en la cama, dando vueltas o pensando en sus propias ventanas proyectadas.
Pero entonces alguien aparece en la hilera de ventanucos: es la pelirroja, con su cara agradable y pálida. Tiene las cejas tan claras que apenas se ven y hacen que el rostro carezca de expresión. Mira a Lyda con los ojos llenos de preocupación, esa misma extra?a mirada expectante de la sala de manualidades.
Lyda se siente ahora culpable por haberle dicho que se callase. Lo único que hacía la chica era tararear, solo intentaba pasar el tiempo. ?Qué tenía de malo? Decide hacer las paces y levanta una mano hacia la ventana para saludarla.
La pelirroja también alza la suya pero pega los dedos contra el cristal. Empezando por el me?ique, va levantando y pegando cada dedo, uno a uno, como si siguiese un ritmo. ?Está loca?, se dice Lyda, pero como no hay nada más que mirar, sigue observándola. Me?ique, anular, pausa. Corazón, índice, pausa. Luego, rápidamente, pulgar, me?ique, anular. Corazón, índice, pausa. Pulgar, me?ique, pausa. Y de nuevo a toda velocidad, anular, corazón, índice, pulgar, me?ique. Luego reanuda el movimiento de tres en tres: anular, corazón, índice, pausa, pulgar, me?ique, anular, pausa, corazón, índice, pulgar, pausa, me?ique, anular, corazón. En ese punto Lyda comprende que se trata de una canción. Pero no es que toque las notas en un piano, es solo el ritmo de la canción.
Y Lyda sabe qué canción es. Esa horrible y horrorosa canción que se te pega en la cabeza y te vuelve loca: ?Brilla, brilla, estrellita?. Enfadada, se aparta de la ventana y, con la espalda pegada a la pared, se desliza hasta el suelo.
?Y si esta es su vida ya para siempre? ?Y si la orden de reubicación nunca llega? Mira hacia la ventana falsa. ?Se ha puesto ya el sol? ?Llegará el día en que se conozca hasta el más mínimo movimiento del sol falso, de la ma?ana a la noche?
Va a gatas hasta el colchón, saca la esterilla de entre las mantas y se pone a rasgar las tiras de plástico. La va a rehacer para que quede más bonita. Un poco de trabajo manual le vendrá bien para tranquilizarse. Va cogiendo las tiras por el color y trata de pensar en un dibujo que la alegre. Le encantaría tejer un mensaje en la esterilla: ?Salvadme —escribiría—. No estoy loca, sacadme de aquí.?
Pero ?quién lo iba a ver? Tendría que ponerlo contra la ventana y esperar que alguna de las chicas lo leyese. Piensa entonces en la pelirroja: ?y si no está loca? ?Estará intentando mandarle un mensaje?
Repasa en la cabeza la letra de la canción: ??Por encima del mundo, muy alto. Como un diamante en el cielo?? Empieza a trenzar las tiras de plástico: azul, morado, rojo, verde, formando un dibujo a cuadros. Se le ha metido la canción en la cabeza pero no le ve el sentido. Está allí, como un bucle, solo la melodía, y entonces, mientras sus dedos vienen y van, cuando cogen ritmo, la letra de la canción le vuelve. Pero no es la de ?Brilla, brilla? sino la que se canta de peque?o cuando te ense?an el abecedario. No se había fijado nunca en que ambas tenían la misma melodía.
A, B, C, D, E, F, G… Letras, lenguaje.
Se levanta dejando caer las tiras de plástico sobrantes al suelo y corre hacia la ventana, donde está la cara pálida de la pelirroja esperándola.
Lyda pega los dedos contra la ventana y va recorriendo el alfabeto al ritmo de la melodía hasta que su dedo se detiene en la H, luego en la O, en la L y por último en la A.
La pelirroja sonríe y esa vez la saluda con la mano.
Se está poniendo el sol, no les queda mucho tiempo de luz. Dibuja un signo de interrogación en la ventana. ?Qué es lo que la chica tiene tantas ganas de decirle? ?Qué pasa?
La pelirroja empieza a deletrear. Es un proceso lento y Lyda asiente con la cabeza cada vez que averigua una letra. La murmura entre dientes para recordar bien por dónde va la palabra. Al final de cada una la pelirroja traza una línea en la ventana.
Escribe: ?S-o-m-o-s m-u-c-h-o-s. V-a-m-o-s a
Cuando aparece una guardia para inspeccionar el pasillo, ambas se apartan de las ventanas. Lyda se mete en la cama, se tapa y se hace la dormida. ??Vamos a qué? —piensa Lyda—. ?A qué??
En cuanto oye que los zapatos de la guardia se alejan por el pasillo, vuelve a la ventana. La pelirroja todavía no está pero, unos instantes después, reaparece y sigue escribiendo: ?D-e-r-r?. ?Derrotar?, se pregunta Lyda. ?Derrotará su encierro? ?Se trata de un mensaje de esperanza para todas las que están allí atrapadas y se sienten perdidas?
No. El mensaje continúa y acaba en un ?o-c-a-r?. ?Vamos a derrocar? ?A quién van a derrocar?
Lyda tamborilea las letras lo más rápido que puede: ?g-u-a-r-d-i-a-s?. Hace otro signo de interrogación con el dedo en la ventana. La pelirroja la mira con su cara inexpresiva y después sacude la cabeza con fuerza: no, no, no.
Lyda escribe otra interrogación en el cristal. ?Quién? Necesita saberlo.
Ya apenas se ve en el cuarto y distingue a duras penas los dedos de la chica, que ahora tamborilea otras seis letras: ?C-ú-p-u-l-a?. Lyda se la queda mirando. No entiende. Vuelve a poner el dedo en el cristal para dibujar una última interrogación.
La pelirroja termina: ?D-í-s-e-l-o a é-l?.
Perdiz
Dardos
Todas las cárceles, asilos y sanatorios quedaron derruidos, un coloso tras otro convertido en una monta?a de huesos de hierro calcinados. Las casas de las urbanizaciones cercadas están incineradas o completamente asoladas. Los columpios de plástico, barcos pirata o castillos diminutos resultaron ser resistentes, de ahí que unas grandes burbujas informes de colores salpiquen los solares de tierra y ceniza, como las esculturas retorcidas que Perdiz ha visto en imágenes de la clase de historia del arte.