Viento
Una vez al otro lado de los escombrales, Pressia saca el plano doblado que Bradwell le metió en el bolsillo en la reunión y lo estudia un minuto. Están a solo cinco manzanas de la casa de Bradwell. Se ce?irán a las bocacalles, a los callejones. Todo está en silencio: no se oyen los camiones y han desaparecido hasta los cánticos de la muertería; en cierto momento se escucha llorar a un crío pero enseguida vuelve la calma.
Perdiz va observándolo todo fijamente, aunque Pressia no logra imaginar qué es lo que le parece tan interesante. No hay más que cascotes quemados, cristales rotos, plástico derretido, metal carbonizado y filos cortantes de objetos que surgen de entre las cenizas.
El chico alza la mano como si tratase de coger nieve.
—?Qué es la cosa esta que flota en el aire?
—?El qué?
—Lo gris.
—Ah —cae en la cuenta Pressia. Ya ni siquiera la nota; se ha acostumbrado a que esté siempre revoloteando en el aire, día y noche, cubriendo como un fino encaje todo lo que todavía se mantiene en pie—. Ceniza. Tiene un montón de nombres: nieve negra, el forro sedoso de la Tierra (como la tela de forrar los monederos). Hay quien la llama la muerte oscura. Cuando baila y luego se posa, la llaman bendición de ceniza.
—?Bendición? —se extra?a Perdiz—. En la Cúpula utilizamos mucho esa palabra.
—Claro, supongo que tenéis razones de sobra. —No ha estado bien decir eso, pero es demasiado tarde.
—Alguna que otra.
—Bueno, es hollín, tierra y trozos de cosas de las explosiones —le explica Pressia—. No es bueno respirarlo.
—Tienes toda la razón —corrobora Perdiz al tiempo que se sube la bufanda por encima de la nariz y la boca—. Cuando lo aspiras te manchas los pulmones; lo he leído.
—?Qué pasa? ?Que tenéis libros sobre nosotros o algo así?
Eso pone furiosa a Pressia: que ese mundo sea un tema de estudio, una historia, y no un pu?ado de gente real intentando sobrevivir. El chico asiente y comenta: —Documentación digitalizada.
—Pero ?quiénes sois vosotros para saber cómo es aquí la vida si estáis metidos en una cúpula? ?Qué somos, vuestras cobayas científicas?
—Yo no soy —esgrime Perdiz, a la defensiva—. Yo no hago esas cosas, es la gente que está al mando. Tienen cámaras muy modernas que graban por razones de seguridad. La ceniza hace que las tomas se vean difuminadas. Y después escogen trozos de las grabaciones para congelarlos en planos fijos y hacen reportajes sobre lo mal que están aquí las cosas y la suerte que tenemos nosotros.
—La suerte es relativa —replica Pressia.
?De momento solo podemos observaros desde la distancia, con benevolencia?, así rezaba el mensaje; de modo que a eso se referían…
—Pero no lo captan todo. Como este aire polvoriento —agita la mano a su alrededor—, y la forma en que se te posa en la piel. El aire en sí está frío, y hay viento; nadie puede explicarte lo que es el viento, esa manera que tiene de llegar de repente y aguijonearte un poco la cara. Y cómo mueve el polvo en el aire, alrededor. No pueden captar nada de eso.
—?Vosotros no tenéis viento?
—Es una cúpula, un entorno controlado.
Pressia mira a su alrededor y se para a pensar un momento en el viento. Repara ahora en que se nota la diferencia entre el hollín y el polvo —una cosa quemada y algo que ha sido destrozado o demolido—, se mueven de forma distinta en el aire. No se había fijado antes pero se sorprende diciendo: —El hollín revolotea con casi cualquier movimiento del viento, en cambio el polvo es más pesado. Acaba cayendo por su propio peso, a su ritmo.
—Ese tipo de cosas… Eso es lo que no pueden captar —comenta Perdiz.
Pressia hace una pausa antes de preguntar:
—?Quieres jugar al Me Acuerdo?
—?Eso qué es?
—?En la Cúpula no jugáis?
—?Es un juego?
—?No acabo de decírtelo? Cuando conoces a alguien y todavía no sabes cómo es, le preguntas qué cosas recuerda del Antes. A veces es todo lo que puede sacarse de una persona, sobre todo de los mayores. Aunque ellos son los que mejor juegan. Mi abuelo se acuerda de mogollón de cosas.
A Pressia no se le da muy bien el juego; por mucho que sus recuerdos sean en colores, frescos, palpables a veces (como si pudiera sentir el Antes), no es capaz de expresar las sensaciones que le provocan. Se imagina jugando un día con sus padres, y cómo rellenarían los huecos que deja su memoria entre la pecera con el pez, la borla del bolso de su madre, el conducto de la calefacción, el desfile, el cepillo de alambre, el olor a jabón de hierbas, el abrigo de su padre, su oreja contra el corazón de él, y su madre cepillándole el pelo, cantándole la nana del ordenador, la de la ni?a en el porche y el ni?o que le ruega que se vaya con él… (?Llegó la ni?a a reunir el valor para irse?) Quiere jugar con Perdiz. ?De qué se acordará un puro? ?No tendrá recuerdos más claros, menos enfangados por esa versión del mundo en la que vive ella?
El chico se echa a reír.
—Nunca nos dejarían jugar a un juego así. El pasado es el pasado: es de mala educación sacarlo a relucir. Solo los ni?os peque?os harían ese tipo de comentarios. —Y luego a?ade rápidamente—. No te lo tomes a mal; te cuento simplemente cómo son las cosas.
Pressia se lo toma a mal de todas maneras.
—Aquí lo único que tenemos es el pasado —replica la chica aligerando un poco el paso. Recuerda el discurso de Bradwell: ?Quieren borrarnos de la faz de la tierra, junto con el pasado, pero no se lo vamos a permitir?. Así es cómo funciona el olvido: eliminando el pasado y no hablando nunca de él.
Perdiz da grandes zancadas para alcanzarla y la coge por el codo del brazo que acaba en la cabeza de mu?eca. Pressia se zafa y pega el brazo al cuerpo.
—No puedes ir por ahí agarrando a la gente. ?Qué es lo que te pasa?
—Yo sí quiero jugar. Por eso estoy aquí, para averiguar cosas sobre el pasado.
La mira fijamente, asimilando la cara de la chica, escrutando con los ojos la parte donde empieza la quemadura. Pressia hunde la barbilla para que el pelo le caiga y le tape la cara.
—Perfecto, eso sí que ha sido de mala educación.
—?El qué? —pregunta el chico.
—Mirar fijamente a la gente; a ninguno nos gusta que se nos queden mirando.
—No era mi intención… —Aparta la vista—. Lo siento.
Pressia no responde. Está bien que se crea que la ha ofendido y le debe algo, y también es bueno que la necesite como guía social: lo correcto y lo incorrecto de su cultura. Intenta aumentar el nivel de dependencia de él respecto a ella.
Avanzan un poco más en silencio. La chica lo está castigando, pero luego decide que también tiene que ser benévola y le hace entonces una pregunta que la ha estado rondando.
—Vale —le dice Pressia, dispuesta a tirarse un farol—, una vez compramos un coche nuevo con un gran lazo rojo por encima. Y me acuerdo de Mickey Mouse y los guantes blancos que llevaba.
—Ajá. Bien.