El viernes había conseguido terminar dos encargos importantes, así que decidí pasar la tarde entre las olas; buscándolas, deslizándome por ellas, hasta que comencé a sentir los músculos entumecidos por el esfuerzo.
Todavía era de día cuando volví a casa y me encontré a mi hermano sentado en el sofá y a mis sobrinos de seis a?os corriendo por el salón. Alcé una ceja mientras dejaba un rastro de agua a mi paso (?quién quiere fregar cuando el agua se seca sola?, solo hay que tener paciencia). Justin se acercó a la zona de la cocina.
—?Cómo se te ocurre entrar sin avisar?
—Me diste una llave —me recordó.
—Sí, para casos de emergencia.
—Este lo es. Además, si alguna vez cogieses el dichoso teléfono y no lo dejases por ahí apagado durante días, no habría tenido que venir hasta aquí. Necesito tu ayuda.
Cogí una cerveza de la nevera y le tendí otra a él, pero la rechazó.
—Habla —dije tras el primer trago.
—Hoy es nuestro aniversario.
—?Y eso me importa porque…?
—Se me ha olvidado. Se me ha ido de la cabeza. Emily llevaba todo el día cabreada, ya sabes, cerrando y abriendo las puertas, lanzándome miradas que no entendía y ese tipo de cosas. Hasta que he caído en qué día era y, recórcholis, ahora…
—No vuelvas a decir ?recórcholis? bajo este techo.
—Es por los críos. Son esponjas, te lo juro.
—Ve al grano, Justin.
—Quédatelos. Solo esta noche.
Cerré los ojos y suspiré. ?En qué momento mi casa se había convertido en un albergue familiar? No es que no los quisiese, amaba a mis sobrinos, adoraba a Leah, pero no tanto las responsabilidades que suponían. Yo siempre había sido muy mío, y me gustaba estar solo. Se me daba bien. No era una de esas personas que sienten la necesidad de relacionarse, podía pasar semanas sin cruzarme con nadie y no era algo que echase en falta.
Pero de repente parecía destinado a experimentar los efectos de la convivencia. Solo me había quedado una vez cuidando a los gemelos, lo que me llevó al siguiente punto:
—?Por qué no los dejas con los papás?
—Hoy es el concurso de tartas.
Me imaginé a mi madre en el mercadillo lleno de comida, música y ambiente que montaban casi a las afueras, seguramente criticando los postres de los demás competidores y dispuesta a hacer llorar a la mitad de los asistentes a base de miradas punzantes solo para conseguir ganar. Byron Bay era famosa por sus muchas cafeterías, y cada una de ellas hacía sus propias tartas caseras, aunque, sin lugar a duda, la de mi familia era la mejor.
—Está bien, lo haré —cedí y lo miré divertido—. Pero espero que el polvo de reconciliación valga la pena.
Justin me dio un pu?etazo en el hombro.
—No va a haber reconciliación.
—O sea, que te va a follar a lo salvaje en pleno enfado, nunca dejas de sorprenderme.
—Cállate. Emily no sabe que se me ha olvidado y nunca lo sabrá. He reservado una habitación en Ballina; le diré que era una sorpresa y que por eso llevaba todo el día sin decirle nada. —Me reí y él me fulminó con la mirada—. En cuanto a los ni?os, he metido en la mochila todo lo que pueden necesitar y una muda de ropa. Vendremos a recogerlos ma?ana por la ma?ana. Intenta comportarte como una persona normal. Tampoco les dejes quedarse despiertos hasta las tantas. Recuerda encender el móvil.
—Me está entrando dolor de cabeza.
—Y gracias por esto, Axel, te debo una.
Mi hermano se marchó después de despedirse de sus hijos con un abrazo y varios besos como si estuviese a punto de irse a la guerra y temiese no volver a verlos nunca más. Cuando cerró la puerta, hice una mueca y ellos se echaron a reír.
—Vale, chicos, ?qué os apetece hacer?
Connor y Max me dedicaron dos sonrisas melladas.
—?Comer golosinas!
—?Pintar contigo!
—?Subir a la hamaca!
—Será mejor que hagamos una lista. —Fui a mi escritorio, cogí un papel y empecé a apuntar cada una de las tonterías que mis sobrinos soltaban. Tonterías que, por supuesto, en su mayoría me parecieron ideas cojonudas. Esa era la mejor parte de ser tío; cada vez que los veía, lo único que tenía que hacer era divertirme con ellos.
Al caer la noche, habíamos cenado espaguetis con kétchup (aunque el plato de Connor terminó siendo más bien ?kétchup con espaguetis?), había sacado la vieja videoconsola que guardaba encima del armario para jugar con ellos y les había dejado que se columpiasen en la hamaca durante un buen rato. Terminé dándoles permiso para que usasen algunas de mis pinturas y, cuando volví al salón después de lavar los platos de la cena, encontré a Max dibujando un árbol en la pared, justo al lado de la televisión. Me encogí de hombros, pensando que tenía pintura de sobra y que al día siguiente arreglaría el desastre; así que me coloqué a su espalda y le cogí la mano con la que sujetaba el pincel.
—Las líneas más suaves, ?lo ves?
—Yo también quiero —dijo Connor.
Cuando quise darme cuenta, ya era casi de madrugada, tenía un trozo de pared lleno de dibujos hechos por críos y recordé que no había encendido el móvil. Justin me iba a matar. Había llegado la hora de ir a dormir. Los dos protestaron a la vez.
—?Y qué pasa con las golosinas?
—Está en la lista —me recordó Max.
—No tengo. Bueno, ahora que lo dices…
Esa semana, al hacer la compra, había cogido un pu?ado de esas piruletas de fresa con forma de corazón que a Leah le gustaban de cría.
Saqué un par del armario y se las di. Encontré el móvil en el cajón de la ropa interior; tenía seis llamadas de Justin, así que le escribí para asegurarle que todo iba bien. También tenía un mensaje de Madison para que nos viésemos el sábado por la noche. Respondí con un simple ?sí? y volví al salón.