—Pero sí diferente, nuevo. ?No era eso lo que hacías tú antes, cuando pintabas? Coger algo que ya existía e interpretarlo de otra manera. —Tragó saliva nerviosa—. ?No podrías hacer eso con nuestra amistad? No hará falta que hablemos de nada que tú no quieras.
Asentí antes de que terminase, dejando una peque?a rendija abierta entre nosotras. Blair sonrió y después salimos juntas del instituto. Se despidió con la mano mientras yo subía en mi bicicleta naranja y empezaba a pedalear en sentido contrario.
AXEL
La puerta de su habitación seguía cerrada.
Llevaba en mi casa casi tres semanas y cada día, cuando llegaba del instituto, comía en silencio lo que le hubiese preparado, sin protestar ni poner objeciones, y después se encerraba entre esas cuatro paredes. Las pocas veces que entré, estaba escuchando música con los auriculares o dibujando con un bolígrafo de punta fina; nada interesante, solo figuras geométricas, repeticiones, borrones sin sentido.
Probablemente, la frase más larga que me dirigió fue durante la primera noche, cuando me dijo que el té llevaba teína. Después, nada. De no haber sido porque había un cepillo de dientes más en mi cuarto de ba?o y estaba aficionándome a eso de ir a hacer la compra de vez en cuando, apenas habría notado su presencia. Leah solo salía para comer, cenar y acudir a clase.
Como era de esperar, mi madre había venido un par de veces a traer fiambreras, a pesar de que me había dejado caer varios días por la cafetería para dar parte de que todo iba bien, comer tarta sin pagar y pasar un rato con Justin, que, si en algún momento mis padres dejaban de ser adictos al trabajo, tomaría el relevo del negocio.
—?Cómo van las cosas? —me preguntó.
—Supongo que van. O no, qué co?o.
—Es una situación complicada. Ten paciencia. No hagas de las tuyas.
—?De las mías?
—Sí, ya sabes, alguna mierda que se te cruce por la cabeza y que no tenga mucho sentido.
Me reí y me bebí el café de un trago. Nunca había sido amigo de Justin, no éramos ese tipo de hermanos que salen juntos por ahí y terminan emborrachándose o pasando el rato. No teníamos nada en común y, probablemente, si la sangre no nos hubiese unido de por vida, habríamos sido dos desconocidos que jamás se habrían dirigido más de un par de palabras. Justin era serio y un poco estirado, responsable y sensato, supongo. De peque?o, solía tener la sensación de que él se había quedado un poco rezagado en la vida que teníamos en Melbourne, como si lo hubiesen arrancado de allí de cuajo para dejarlo en un lugar que no comprendía bien. Conmigo había sucedido al revés. Ese trozo de costa era mi sitio, casi creado para mí al milímetro; la libertad, el poder caminar descalzo a todas horas, el surf y el mar, la vida relajada y el ambiente bohemio. Todo.
Caminé por las calles de Byron Bay tras despedirme de mi hermano y compré algunas frutas ecológicas. Después, mientras me dirigía hacia casa, llamé a Oliver. Habíamos hablado el día anterior, pero él tuvo que colgar enseguida, después de un par de frases, cuando lo avisaron de que llegaba tarde a una reunión.
—?Cómo va eso? —me preguntó.
—Tengo algunas dudas nuevas.
—Soy todo oídos —contestó.
—Leah se pasa el día encerrada en la habitación.
—Ya te lo dije. Necesita su espacio.
—?Puedo quitarle ese espacio?
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
—?Qué intentas decirme, Axel?
—?Nunca le has pedido que deje de encerrarse y punto?
—No, no funciona así, el psicólogo dijo…
—?Tengo que seguir esas normas? —insistí.
—Sí —pidió—. Es cuestión de tiempo. Lo ha pasado mal.
Reprimí el impulso de llevarle la contraria y me mordí la lengua.
Después me habló del trabajo que estaba haciendo allí, de la organización que había llevado a cabo durante esas tres semanas. Quizá, con un poco de suerte, podría reducir algunos meses su estancia en Sídney. No quise aferrarme antes de tiempo al alivio que sentí.
Ese día era sábado. Llevaba toda la ma?ana encerrada y estaba empezando a perder la paciencia, a pesar de que Oliver llegaría el lunes y yo recuperaría la normalidad durante siete días. No es que no la entendiese, claro que comprendía su dolor, pero eso no cambiaba las cosas, el presente.
Según el psicólogo al que Oliver la había llevado durante unas cuantas sesiones, no estaba avanzando correctamente a través de las fases de duelo.
En teoría, seguía anclada en la primera, la negación, aunque yo no estaba del todo de acuerdo con eso. Quizá fue lo que me hizo llamar a su puerta.
Leah levantó la cabeza y se quitó los auriculares.
—Hay buenas olas, coge tu tabla.
Ella parpadeó confundida. Ahí fue cuando me percaté de que las propuestas que le hacían estaban formuladas como una pregunta.
Propuestas que Leah siempre se encargaba de rechazar. En mi caso no se trató de algo cuestionable.
—No me apetece, pero gracias.
—No me las des. Mueve el culo.
Me miró alarmada. Vi su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración acelerada, como si no hubiese esperado un ataque así, repentino, después de tantos días de calma. Yo tampoco lo había planeado, y le había prometido a mi mejor amigo que no haría algo semejante, pero me fiaba de mi instinto. Y había sido instintiva la necesidad de sacarla de esa habitación, las ganas de arrastrarla y alejarla de ese lugar. Leah se sentó recta, tensa.
—No quiero ir, Axel.
—Te espero fuera.
Me tumbé en la hamaca que tenía colgada de dos vigas de la terraza, esa en la que leía por las noches o cerraba los ojos mientras escuchaba música. Esperé. Diez minutos. Quince. Veinte. Veinticinco. Apareció al cabo de media hora, con la nariz arrugada de disgusto, el pelo recogido en una coleta y cara de no entender la situación.
—?Por qué quieres que vaya?
—?Por qué quieres quedarte?
—No lo sé —contestó en voz baja.
—Yo tampoco. En marcha.
Leah me siguió en silencio y atravesamos la corta distancia hasta la playa. La arena blanca nos recibió caliente bajo el sol del mediodía y ella se quitó el vestido quedándose en bikini. No supe por qué, pero aparté la mirada con brusquedad y la fijé en la tabla antes de tendérsela.