Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Es muy corta —se quejó.

—Como tiene que ser. Más agilidad.

—Menos velocidad —replicó.

Le sonreí, no por la respuesta, sino porque por primera vez en aquellas tres interminables semanas estábamos manteniendo algún tipo de conversación. Me dirigí hacia el agua y ella me acompa?ó sin rechistar.

A pesar de que la ciudad era la meca de muchos surfistas, las olas no solían ser grandes; sin embargo, aquel día se daba un fenómeno conocido como ?la famosa ola de Byron Bay?. Sucedía cuando se juntaban tres points al subir la marea, creando una larga ola que avanzaba hacia la derecha, comenzando en la punta del cabo y entrando en la bahía con tubos regulares y sincronizados.

Yo jamás perdía una ocasión como esa.

Nos dirigimos hacia una zona más profunda. Una vez allí, permanecimos en silencio, sentados sobre nuestras tablas de surf, esperando el momento perfecto, esperando… Leah reaccionó y me siguió cuando le hice una se?al y me moví, oliendo el nacimiento de una ola buena, la energía creciente en el agua en calma.

—Ya viene —le susurré.

Luego nadé mar adentro, apurando el tiempo, y me puse de pie en la tabla antes de deslizarme sobre la ola y bordearla, imprimiendo velocidad para hacer una maniobra. Sabía que Leah me seguía. Podía sentirla a mi espalda, abriéndose paso por la pared de la ola.

Feliz, la miré por encima del hombro.

Y un segundo después, ella ya no estaba.





10



LEAH

El agua me golpeó y cerré los ojos.

Después no hubo color y volví a sentirme a salvo de esos recuerdos que a veces intentaban entrar, de la vida que ya no tenía, de las cosas que había deseado y que ya habían dejado de importarme. Porque no era justo que todo siguiese igual, adelante, como si nada hubiese cambiado, cuando todo lo había hecho. Me sentía tan lejos de mi anterior vida, de mí misma, que a veces tenía la sensación de que también había muerto ese día.

Abrí los ojos de golpe.

El agua se arremolinaba a mi alrededor. Me estaba hundiendo. Pero no había dolor. No había nada. Solo el sabor salado del mar en la boca. Solo calma.

Y entonces lo sentí. Sus manos sujetándome contra su cuerpo, su fuerza, su impulso arrastrándonos hacia arriba. Luego el sol nos golpeó tras romper la superficie del agua. Noté una arcada. Tosí. Axel me rozó la mejilla con los dedos, y sus ojos, de un azul tan oscuro que casi parecían negros, revolotearon sobre mi rostro.

—Joder, Leah, cari?o, joder, ?estás bien?

Lo miré agitada. Sintiendo…, sintiendo algo…

No, no estaba bien. No si volvía a sentirlo a él.





11



AXEL

Pánico. Perderla de vista así, había sido pánico. Aún tenía el corazón en la garganta cuando volvimos a casa, y no podía dejar de pensar en ella hundiéndose, en el mar enfurecido a su alrededor, en lo frágil que parecía.

Quería preguntarle por qué no había intentado salir, pero me daba miedo romper el silencio. O, quizá, lo que de verdad temía era su respuesta.

Me quedé en la cocina mientras ella se daba una ducha, mirando por la ventana, dándole vueltas a la idea de coger el teléfono y llamar a Oliver.

Cuando Leah salió y me miró avergonzada e inquieta, tuve que contenerme para no aflojar las riendas.

—?Cómo te encuentras?

—Bien, solo me he mareado.

—?Al caer al agua?

Apartó la vista y asintió con la cabeza.

—Estaré en mi habitación —dijo.

—De acuerdo. Pero esta noche quiero hablar contigo.

Leah abrió la boca para protestar, pero se fue a su dormitorio y entornó la puerta. Respiré hondo, intentando recuperar la calma. Descalzo, salí a la terraza trasera, me senté en los escalones de madera agrietada y me encendí un cigarro.

Joder, claro que teníamos que hablar.

Di una última calada antes de entrar en casa. Me acerqué a mi escritorio, removí los papeles sueltos y encontré uno en blanco. Cogí un bolígrafo y garabateé todas las preguntas que me había hecho durante aquellas tres largas semanas. Dejé el papel cerca y fui apuntando alguna más mientras hacía la cena. Preparé una ensalada y llamé a su puerta. Leah no puso objeciones cuando le propuse cenar en la terraza.

El cielo estaba cuajado de estrellas y olía a mar.

Comimos en silencio, casi sin mirarnos. Al terminar, le pregunté si quería té, pero negó con la cabeza, así que fui a la cocina a dejar los platos.

Cuando volví, Leah estaba de espaldas, apoyada en la valla con la mirada fija en la oscuridad.

—Siéntate —le pedí.

Suspiró sonoramente antes de volverse hacia mí.

—?Esto es necesario? Me voy pasado ma?ana.

—Y volverás una semana después —repliqué.

—No te molestaré. —Me miró suplicante. Parecía un animal asustado —. Yo no quería, fuiste tú el que me obligó a meterme en el agua…

—No tiene nada que ver con eso. Vamos a pasar mucho tiempo juntos durante este a?o y necesito saber algunas cosas. —Bebí un trago de té y le eché un vistazo al papel lleno de interrogaciones que sostenía en la mano—.

Para empezar, ?no tienes amigos? Ya me entiendes. Gente con la que relacionarte, como hacen las chicas de tu edad.

—?Estás bromeando?

—No, claro que no.

Leah permaneció en silencio. Yo no tenía prisa, así que me senté en la hamaca y dejé el vaso de té en el borde de la valla de madera para poder encenderme un cigarro.

—Sí que tenía. Tengo. Creo.

—?Y por qué nunca sales por ahí?

—Porque no quiero hacerlo, ya no.

—?Hasta cuándo? —insistí.

—?No lo sé! —Respiró agitada.

—De acuerdo… —Reparé en las arrugas que surcaban su frente, en el movimiento de su garganta al tragar saliva con brusquedad—. Eso resuelve tres de mis dudas. —Revisé el papel—. ?Cómo te va en el instituto?

—Me va normal, supongo.

—?Lo supones o lo sabes?

—Lo sé. ?Por qué te interesa?

—Nunca te veo estudiar.

—Tampoco es asunto tuyo.

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