Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Y sigo sin hacerlo. Un par de cigarrillos al día no es fumar. No como el resto de la gente que sí lo hace, al menos.

él sonrió, me quitó uno del paquete de tabaco y se lo encendió.

—Te he metido en un buen lío, ?no?

Supongo que estar de repente a cargo de una chica de diecinueve a?os que no se parecía en nada a la ni?a que había sido, sí, podía considerarse ?un lío?. Pero entonces recordé todo lo que Oliver había hecho por mí.

Desde ense?arme a montar en bicicleta hasta dejar que le partiesen la nariz cuando se metió en una pelea por mi culpa mientras estudiábamos en Brisbane. Suspiré y apagué el cigarrillo en el suelo.

—Nos las arreglaremos bien —dije.

—Leah puede ir al instituto en bici, y el resto del tiempo lo suele pasar encerrada en su habitación. No consigo sacarla de allí, ya sabes…, que todo vuelva a ser igual. Y tiene algunas normas, pero ya te lo explicaré más adelante. Yo vendré todos los meses y…

—Tranquilo, no suena tan complicado.

No lo sería para mí, no en el mismo sentido en que lo había sido para él. Tan solo tendría que acostumbrarme a convivir con alguien, algo que no ocurría desde hacía a?os, y mantener el control. Mi control. El resto lo solucionaríamos sobre la marcha. Después del accidente, Oliver se había visto obligado a renunciar a ese estilo de vida despreocupado en el que habíamos crecido para hacerse cargo de la tutela de su hermana y empezar a trabajar en algo que no le gustaba, pero que le daba un buen sueldo y una estabilidad.

Mi amigo tomó aire y me miró.

—Cuidarás de ella, ?verdad?

—Joder, claro que sí —aseguré.

—Vale, porque Leah…, ella es lo único que me queda.

Asentí y sobró una mirada para entendernos: para que él se quedase tranquilo y supiese que iba a hacer todo lo que estaba en mi mano para que Leah estuviese bien, y para que yo fuese consciente de que probablemente era la persona en la que Oliver más confiaba.





AXEL

Sonriendo, Oliver alzó su copa en alto.

—?Por los buenos amigos! —gritó.

Brindé con él y le di un trago al cóctel que acababan de servirnos. Era el último sábado antes de que Oliver se marchase a Sídney y lo había convencido a base de insistir para que saliésemos un rato por ahí. Habíamos acabado donde siempre, en Cavvanbah, un local al aire libre, casi a las afueras y cerca de la orilla de la playa. El nombre del sitio era el de la población aborigen de la zona y significa ?lugar de encuentro?, lo que en esencia resumía el espíritu y la identidad de Byron Bay. La caseta en la que servían las bebidas y las pocas mesas que había estaban pintadas de un azul isle?o muy en sintonía con el tejado de paja, las palmeras y los columpios colgados del techo que servían de asientos alrededor de la barra.

—No puedo creer que vaya a irme.

Le di un codazo y él se rio sin humor.

—Solo será un a?o y vendrás todos los meses.

—Y Leah…, joder, Leah…

—Yo cuidaré de ella —repetí, porque llevaba diciéndole esa misma frase casi todos los días desde la ma?ana que le abrí la puerta y trazamos el plan—. Es lo que hemos hecho siempre, ?no? Salir a flote, seguir adelante, esa es la clave.

él se frotó la cara y suspiró.

—Ojalá aún fuese igual de sencillo.

—Lo sigue siendo. Eh, vamos a divertirnos. —Me levanté tras dar el último trago—. Voy a por dos copas más, ?te pido lo mismo?

Oliver asintió y yo me alejé de la mesa haciendo un par de paradas para saludar a algunos conocidos; casi todos teníamos relación en una ciudad tan peque?a, aunque fuese superficial. Apoyé un codo en la barra y sonreí cuando Madison hizo un mohín tras servirles dos copas a los clientes que estaban al lado.

—?Vienes a por más? ?Estás intentando emborracharte?

—No lo sé. Depende. ?Te aprovecharás de mí si lo hago?

Madison reprimió una sonrisa mientras cogía la botella.

—?Tú querrías que lo hiciera?

—Sabes que, contigo, siempre.

Me tendió las copas mirándome fijamente.

—?Te espero o tienes planes?

—Estaré por aquí cuando termines.

Oliver y yo pasamos el resto de la noche entre copas y recuerdos.

Como esa vez que llamamos a su padre porque estábamos bebidos en la playa, y en vez de recogernos y llevarnos a casa, decidió pintarnos en su cuadernillo, tirados en la arena de mala manera, para después fotocopiar el dibujo y pegarlo por las paredes de mi casa y de los Jones como recordatorio de lo idiotas que habíamos sido; Douglas Jones tenía un humor muy especial. O esa otra vez que terminamos metidos en un buen lío en Brisbane un día que pillamos maría, fumamos hasta que yo perdí la cabeza y, entre risas, lancé al mar las llaves del apartamento que teníamos alquilado. Oliver fue a buscarlas y se metió vestido en el agua, colocado, mientras yo me reía a carcajadas desde la orilla.

Por aquella época nos habíamos prometido que siempre viviríamos así, como en el lugar que nos había visto crecer, que era tan sencillo, relajado, anclado en la esencia del surf y la contracultura.

Miré a Oliver y reprimí un suspiro antes de acabarme el trago.

—Voy a irme, no quiero dejarla sola más tiempo —me dijo.

—De acuerdo. —Me reí cuando vi que se tambaleaba al levantarse, y él me ense?ó el dedo corazón y dejó un par de billetes encima de la mesa—.

Hablamos ma?ana.

—Hablamos —respondió.

Estuve un rato más por allí con un grupo de amigos. Gavin nos habló de su nueva novia, una turista que había llegado dos meses atrás y, al final, se quedaría por tiempo indefinido. Jake nos describió tres o cuatro veces el dise?o de su nueva tabla de surf. Tom se limitó a beber y a escuchar a los demás. Yo dejé de pensar mientras el local se vaciaba al caer la madrugada.

Cuando el último se marchó, rodeé la caseta, abrí la puerta de atrás y me colé dentro.

—Recuérdame por qué tengo tanta paciencia.

Madison me sonrió, cerró la persiana y avanzó hacia mí con una sonrisa sensual curvando sus labios. Sus dedos se colaron por el dobladillo de mis vaqueros y tiraron de mí hasta que nuestros labios chocaron entreabiertos.

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