El mapa de los anhelos

Seguimos un rato más avanzando por el camino a diferentes velocidades hasta que delante aparece una granja abandonada. La verja está abierta y falta parte del techo de la zona donde tiempo atrás debía de estar el ganado. Los hierbajos crecen alrededor.

Estoy a punto de preguntarle cómo dar marcha atrás cuando advierto que no aparta la mirada del paisaje desolador. Y hay algo más en sus ojos. Algo profundamente enquistado. ?Anhelo? ?Melancolía? ?O tan solo se trata del espejismo de la curiosidad?

—?Entramos? —Tiene la voz ronca.

Me desvío del camino en respuesta y apago el motor.

Descubrimos que alguien ha forzado la puerta y apenas hace falta darle un empujón para abrirla. Sigo a Will cuando se interna en la propiedad. Debe de hacer una eternidad que nadie vive aquí; todo está lleno de telara?as, polvo y cristales rotos en las ventanas. Si en algún momento hubo algo valioso en su interior, lo saquearon hace tiempo. En cambio, aún quedan algunos enseres personales, como un calcetín rojo en el suelo, libros viejos e hinchados tras muchos inviernos u objetos domésticos.

El suelo de la cocina está lleno de maderas astilladas que se han desprendido del techo y se entrecruzan amontonadas unas sobre otras.

—Ten cuidado —dice Will bajito.

—?Por qué hablas en susurros?

Pensé que sonreiría, pero se mantiene serio mientras abre un par de armarios que tan solo contienen tarros vacíos, gira el botón del hornillo, rebusca en los cajones…

—No me malinterpretes, porque me encanta entrar en sitios abandonados, pero ?por qué te gusta a ti? No tienes pinta de… Bueno, ya sabes. Esto.

Will me mira por encima del hombro.

—No, no lo sé. Explícate.

—Da igual. Vamos arriba.

Lo dejo atrás al salir de la cocina y subo por las escaleras. Sé que me sigue porque el suelo cruje a su paso y, además, tengo la sensación de que podría percibir su presencia aunque fuese tan silencioso como un gato. En las habitaciones no hay gran cosa, aparte de los colchones sucios y varios somieres con muelles rotos. Quizá, a?os atrás, algunos jóvenes del pueblo usasen la casa para venir a pasar el rato por las noches.

En lo que parece ser el dormitorio principal, Will inspecciona los armarios de madera que están llenos de carcoma y, del fondo de uno de ellos, coge algo.

—?Qué has encontrado?

—Nada. Solo es una fotografía.

—Entonces no es ?nada?. Déjame verla.

Se la quito de las manos y le echo un vistazo. Es una instantánea a color, pero la humedad ha arrugado las esquinas y le ha robado nitidez. Pese a ello, puede verse a una familia sonriéndole a la cámara. Están sentados sobre un prado: el padre lleva un sombrero, la madre de pelo trenzado viste un peto vaquero y, sobre su regazo, descansa un bebé de piernas rollizas. Un poco más a la derecha, una mujer mayor que parece ser la abuela curva los labios como si estar ahí en ese preciso instante fuese todo lo que desease.

—Da un poco de repelús ver estas cosas, pero también es tentador.

—?Por qué? —Will parece consternado.

—No sabemos qué fue de esa familia y ver esto es como robarles su intimidad. Yo qué sé, quizá el padre se volvió loco, cogió una motosierra y… ya sabes.

—No, no lo sé, Grace.

—?Se los cargó! O se fue a talar árboles para el invierno y un oso lo atacó. Hay muchas variables, todo es dejarse llevar por la imaginación. El caso es que lo que te he dicho antes es cierto: me encantan los sitios abandonados, pero me hacen pensar demasiado y eso no siempre es bueno.

Will me sigue escaleras abajo.

—?Pensar en qué?

—Hoy pareces un agente del FBI con tantas preguntas —bromeo, pero trago saliva cuando llegamos al piso inferior y me paro en medio del salón decrépito—. Es que a veces me siento nostálgica por cosas que no he vivido. Así que esta noche, cuando me meta en la cama y no pueda dormir, seguro que empezaré a cuestionarme tonterías para las que no tengo respuesta, como qué fue de esta familia: si la abuela de la fotografía ya murió y de qué, si la pareja sigue junta o se divorciaron tras unos a?os de efímera felicidad o las razones que los llevaron a dejar atrás su hogar y dónde vivirán ahora.

Will me sonríe.

No es una sonrisa tirante ni por compromiso. Tampoco es traviesa ni divertida. Es una sonrisa tierna y cálida en la que cualquier animal herido querría refugiarse.

—?Quieres conducir de regreso a casa?

—Confías demasiado en mí.

—Y tú muy poco, Grace.

Pasa de largo y sale por la puerta. Tardo un minuto en ir tras él. Lo veo a través de la ventana contemplando los campos de maíz mientras el cielo empieza a oscurecerse. Si ahora mismo pudiese elegir un superpoder, querría leer los pensamientos de la gente para descubrir qué tiene Will Tucker dentro.

Al final, se sienta tras el volante.

De camino a Ink Lake, acordamos que haré algunas prácticas la próxima semana antes de presentarme al examen de conducir. Ya hemos llegado cuando le pregunto por qué insiste tanto y él lanza un suspiro.

—Es cosa de Lucy, ya lo sabes.

—Ir en bicicleta no es un problema.

—No, aunque te limita un poco para según qué cosas. No me mires así. —Noto que se debate antes de tomar una decisión—. Está bien, te adelantaré algo: Lucy quiere que lleves a tu madre a las sesiones del grupo.

—Eso es imposible. Como pedirme que el próximo mes me convierta en una estrella del pop o algo así. Mi madre apenas sale de casa y se niega a recibir ayuda.

—?Has intentado dársela?

—Sí, al principio. Hasta que me cansé de que me odiase por ello.

Se muestra preocupado y eso me irrita y me complace a la vez.

—Dudo que te odie, Grace.

—Olvídalo. —Aparto la mirada de él con un nudo en la garganta y saco del bolso la libreta en la que escribí la otra noche las cosas que me gustan—. Toma. Hice los deberes.

Will, a cambio, me entrega otra carta lila.

—Yo también.

—Gracias.

No me apetece salir del coche para entrar en casa y ser un testigo silencioso de cómo dos personas se van desvaneciendo. Además, tampoco quiero despedirme de Will, porque, a pesar de que me pone a prueba constantemente por culpa del juego, estar con él es fácil y lo más interesante que me ha ocurrido desde hace una eternidad.

Alice Kellen's books