El mapa de los anhelos

—Bastante bien, supongo.

—Me alegra verte por aquí, Grace. Es curioso: tu hermana predijo que ocurriría exactamente esto. —Tiene las mejillas redondas y rosadas como manzanas.

—?Qué quieres decir?

—Me pidió que tuviese paciencia contigo. Dijo que al principio el grupo te parecería una estupidez, pero que te quedarías. Después, irías acoplándote más. Y, finalmente, comentó entre risas que casi tendríamos que echarte a la fuerza.

—Lucy tenía un sentido del humor peculiar.

—Era una gran chica. —Faith lanza un suspiro—. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedírmelo.



Se ha convertido en un placer rutinario salir y caminar calle abajo hasta la cafetería donde Will espera. Cuando lo hago, acostumbro a detenerme unos instantes para observarlo a través del cristal e intento adivinar cómo deshacer todos los nudos que lo forman. Al final, siempre me obligo a dejar de mirarlo por miedo a resultar inquietante y me limito a sentarme frente a él en el reservado y a cotillear el libro que sostiene en las manos.

—Chuck Palahniuk —comento—. Te pega bastante, sí.

—?Lo has leído? —Dobla la página antes de cerrarlo.

—Sí, aunque no este, sino el de Asfixia. —Giro la cabeza para buscar a la camarera, pero no hay ni rastro de ella; debe de estar dentro del almacén—. Me muero por un poco del pastel de zanahoria que hacen aquí.

—Pues lo siento, pero tendrá que ser otro día.

—?Tienes prisa? —pregunto decepcionada.

—Tenemos. —Se levanta y deja un par de billetes en la mesa—. Vamos, Grace. Llevamos un poco de retraso con el juego. Ya sabes, la adaptación y todo eso.

—No, no sé de qué hablas. —Lo sigo al coche.

Will arranca y tomamos la carretera que va hacia Ink Lake.

—Digamos que deberíamos ir algunas casillas por delante, pero entre tu cabezonería, el fracaso de la pista de patinaje y que he estado ocupado estas semanas…

Deja la frase sin acabar y aprovecho para cogerla al vuelo.

—?Ocupado en qué? ?Mucho trabajo?

Will me mira de reojo sin dejar de conducir.

—Sí, eso.

—?Cómo es el juego?

—De madera.

No esperaba que respondiese y menos de un modo literal, pero ahora que lo sé comprendo que el abuelo y Lucy lo hicieron todo codo con codo. Cuando mi hermana era peque?a, él le talló un dominó. Y un ajedrez. Y un mancala precioso con una tapa pulida y brillante que ella solía acariciar despacio antes de abrirlo para jugar.

—?Podré verlo algún día?

Will frunce el ce?o y suspira.

—No lo sé. En las cartas no ha comentado nada sobre eso. Todavía.

—?No las has abierto todas?

—No. Sigo el orden establecido.

Estoy tan absorta pensando en el juego que tardo unos minutos en darme cuenta de que nos hemos desviado de la ruta. Estamos en un camino apartado y pedregoso sin asfaltar, rodeados por infinitos campos de maíz que se extienden más allá de donde alcanza la vista.

Frena en mitad de la nada, sale del coche y lo rodea para abrirme la puerta.

—?Qué estás haciendo?

—Ahora te toca a ti conducir.

—?Qué? No, claro que no.

—Te recuerdo que no es idea mía.

Nos retamos con la mirada un instante y al final me levanto, aunque aún no tengo claro que vaya a hacerlo. Un poco por inercia, me acomodo en el asiento del conductor y luego me limito a contemplar el camino sinuoso a través del cristal.

—Gira la llave —me pide.

—No.

—Grace…

—No puedo.

—Lo dudo.

—Odio conducir.

—?Por qué?

Will, a mi lado, aguarda algún tipo de explicación. Reina alrededor un silencio trascendental tan solo roto por el piar de los pájaros y el susurro de las briznas de maíz.

—Porque ya lo intenté una vez y no salió bien.

—?Qué pasó?

—Fue durante mi último día de prácticas. Iba distraída… Siempre pienso en demasiadas cosas a la vez… Y conducir parecía fácil. Pero entonces…

—Entonces… —me anima a seguir.

—Maté a un gatito.

Will continúa mirándome.

—?Lo atropellaste?

—No. A ver, no, no lo maté. Pero en mi cabeza sí.

—?Qué?

—Estuve a punto de matarlo. Un centímetro más, solo uno, y habría terminado aplastado en la carretera. Pero mentalmente lo vi, ?comprendes? Todas las vísceras ahí sobre el asfalto como si fuese un cuadro de arte moderno, y entonces me di cuenta de que conducir es un acto de lo más temerario y, al día siguiente, no me presenté al examen. En bicicleta es mucho más difícil atentar contra la vida de los demás; además, no contribuyo a la contaminación. Todo son ventajas.

Pensé que Will se lo tomaría a broma, pero se mantiene serio.

—Lo haremos poco a poco. Además, por esta carretera nunca pasa nadie. Confía en mí.

Trago saliva y luego cojo aire.

—De acuerdo.

—Gira la llave.

El motor ronronea.

—?Recuerdas lo básico? —Niego con la cabeza y Will se inclina hacia mí—. Lo más fácil es que te olvides del pie izquierdo y uses el derecho para ambas cosas, frenar y acelerar. Así es más seguro. ?Quieres probar?

—?No te da miedo que le haga algún rasgu?o a la carrocería?

—Solo es un coche. —Se encoge de hombros.

Admito que me gusta el poco interés que muestra por lo material.

—Está bien, allá voy.

Presiono lentamente el pedal para acelerar y el coche empieza a moverse. El maíz pierde nitidez y se vuelve borroso conforme adquiero velocidad.

—Lo estás consiguiendo, Grace.

Y suena contento. Casi orgulloso.

—?Más rápido?

—Sí y luego frena.

Lo hago con demasiada brusquedad, así que Will apoya una mano en el salpicadero para mantener el equilibrio. Me dirige una mirada de advertencia que termina tornándose divertida cuando sonríe.

—Ahora repítelo con suavidad.

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