—Vale. —Will sonríe.
He entrado sola a la galería, pero salgo junto a él.
Durante unos minutos, nos alejamos en silencio del palacio hasta internarnos en la monumental ciudad a orillas del Danubio. Sus calles ya están preparadas para la llegada de la Navidad, acaban de encender las luces y la gente pasea entre los mercadillos, las cafeterías y los establecimientos abiertos.
—?Y ahora qué? —pregunto.
—Ahora está anocheciendo en Viena.
—No era una pregunta literal —digo.
Will sonríe sin soltar mi mano. La avenida que transitamos huele a algo dulce que no sé identificar y me siento un poco mareada por tantas emociones.
—Deberíamos conocernos —propone, y yo alzo las cejas—. Sí. Imagina que nos hemos visto por primera vez en esa sala de la galería. Me has llamado la atención porque… me gusta tu chaqueta nueva. ?El estampado es de libélulas?
—Sí, la compré en una tienda de segunda mano de Londres.
—Así que eres una chica aventurera.
Hubiese respondido que no cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez la primavera pasada, pero ahora, unos meses después, me veo asintiendo y sonriendo.
—Así es. Me encanta viajar.
—A mí también me gusta.
Dejamos de caminar y nos miramos.
—Me llamo Grace Peterson.
—Will Tucker. Encantado.
él traza espirales en el dorso de mi mano. Es un gesto peque?o que me resulta inmenso y me encoge la tripa.
—?Lo tienes todo claro en la vida?
—Solo lo importante —contesta.
—Bien, hay que dejar espacio para la improvisación. —Estamos muy cerca, la gente avanza a nuestro alrededor y sé que probablemente molestamos, pero no me importa porque, de pronto, cuando lo miro, deja de existir lo demás—. Me gustaría hacerte algunas preguntas más antes de pasar la velada con un completo desconocido así por las buenas. Creo que es comprensible —bromeo.
—Del todo. Adelante.
—?Dulce o salado?
—Salado.
—?Color favorito?
—Mmm… El morado.
—?De dónde eres?
—Nebraska. Nací en una ciudad peque?a llamada Ink Lake.
—?Crees en los fantasmas?
—No.
—?Te has enamorado alguna vez?
Will alza una ceja y después sonríe lentamente sin dejar de mirarme.
—?No es un poco atrevido preguntarle algo así a un desconocido?
—Tú solo responde —le ruego.
—Ya lo sabes, Grace. Lo sabes.
—Pero quiero que me lo digas.
Los dos nos olvidamos del juego cuando Will se inclina hacia mí. Por un instante creo que va a besarme, pero pasa de largo y me susurra al oído: —Sí. Me enamoré de una chica a la que le gustaban las pelucas de colores, las pepitas de las uvas, el olor de los rotuladores y las escaleras de caracol…
—No deberías dejarla escapar. Parece interesante esa chica —contesto.
—Lo es. Me robó el corazón.
Me entra la risa y él me rodea la cintura con los brazos. Me hace gracia tanto lo cursi que suena como el hecho de que acabemos hablando en tercera persona, casi una tradición entre nosotros. Siento la nariz roja por culpa del frío. él alarga la mano y sacude el pompón del colorido gorro de lana que llevo en la cabeza y suena, porque dentro hay un diminuto cascabel.
—Will, sospecho que la chica está deseando que te olvides de su gorro y la beses de una vez por todas.
—Mmm. ?Tú crees?
Me está sacando de quicio a propósito. Lo sé. Lo conozco.
—No te quepa duda.
Todavía sonríe cuando sus labios rozan los míos tan suavemente que la impaciencia me impulsa a ponerme de puntillas para profundizar este beso bajo el cielo de Viena. Nos quedamos ahí parados reconociéndonos en la boca del otro. Si esto fuese una película, la cámara empezaría a alejarse de los protagonistas y, poco a poco, se entremezclarían con el resto de la gente que pasea por la ciudad. Cualquiera diría que son una pareja más en medio de un mar de personas, pero en este instante se sienten únicos, pletóricos de felicidad. Al fin y al cabo, esa es exactamente la magia del amor.
Epílogo
Querida Lucy: Quizá te gustaría saber que, tras unos días inolvidables recorriendo la bonita Viena (cuando lográbamos salir de la habitación), estoy en un tren con destino a no-lo-sé, porque todavía no hemos decidido en qué parada nos bajaremos.
Es tarde y, frente a mí, Will duerme.
Si alargase el brazo, podría rozar su mejilla. Y eso me hace sentir afortunada. No dejo de pensar que, en cierto modo, tú entrelazaste nuestros caminos tanto a través del juego como al final, cuando él me encontró frente al cuadro porque sabía que ese día estaría en la galería.
No sé qué será de nuestras vidas. No sé si el próximo a?o me admitirán en la universidad o si él hará ese máster que le interesa mientras trabajamos en lo que encontremos y pedimos un préstamo estudiantil. No sé si viviremos los dos en San Francisco, quizá compartiendo apartamento, o si tendremos que mantener una relación a distancia durante un tiempo. No sé si envejeceremos juntos o si acabaremos tomando caminos separados, pero lo que sí sé es que en este preciso momento es mi persona favorita y quiero vivir intensamente con él cada segundo.
Durante este a?o he aprendido mucho gracias a ti y tus delirantes ideas.
Me has hecho entender que es diferente ver que mirar, oír que escuchar, reír que ser feliz, perder que olvidar, atreverse que ser valiente, existir que ser.