El mapa de los anhelos



Nos pasamos la vida midiéndolo todo. Ya desde que nacemos, lo primero que consta de nosotros es el nombre y unas medidas: cincuenta centímetros, tres kilos y cien gramos de peso. Y crecemos así. Las estadísticas demuestran que la posición social familiar es un factor determinante para el futuro; tanto tienes, tanto vales. Aspiramos a ?más? de forma instintiva. Deseamos más dinero, más amigos, más ligues, más viajes, más experiencia, más recompensas. Invocamos la frustración. Porque un día te das un golpe en la cabeza y descubres asombrado que no puedes medir tu riqueza interior, la amistad, el amor, la esperanza o la tristeza. Te pierdes. ?Cómo sostener las riendas cuando todo en lo que creías se desvanece? Las reglas se han roto. Toca empezar desde cero: folio en blanco y a escribir.

Si no puedes organizar tu mundo midiendo todo lo que te rodea, ?de qué manera hacerlo? Empiezo a imaginar que mi cabeza está llena de peque?os cajones en los que he ido compartimentando mi vida, separando esto de aquello, como si algunas partes fuesen perros y otras, gatos. Lo saco todo. Guardado dolía menos, pero solo así puedo organizar el caos. Me voy viendo poco a poco, conforme el pasado y el presente se entremezclan. Limpio el polvo. Tiro cosas como la decepción o la culpa. Saco brillo.

Me ordeno la cabeza.





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Grace


Ocurre lo que había temido: tengo que acortar una parte del viaje por falta de tiempo y recursos. Decido ir a Roma porque he dedicado más tiempo a leer la guía de la ciudad que cogí de la biblioteca. Allí, cuando me siento frente al Coliseo después de andar tanto que noto entumecidas las plantas de los pies, pienso en lo peque?ito que es mi mundo, lo peque?ita que soy yo, lo peque?itos que son mis sue?os. Ink Lake, ese trozo de tierra en el que se condensaba toda mi existencia, es tan anecdótico en el planeta Tierra que de pronto al recordar mi hogar me entra una ternura irracional. Viajar también te regala eso: la nostalgia de lo que has dejado atrás, apreciar lo propio de forma diferente. Y medito sobre los olores, sobre el hecho de que siempre he pensado que nuestra morada no tenía ningún aroma. Puede que no fuese así. Puede que seamos incapaces de percibir lo que llevamos adherido a la piel, porque de pronto estoy convencida de que cuando vuelva seré capaz de distinguirlo en cuanto cruce el umbral de la puerta.

En Roma me pierdo a partes iguales entre sus calles, museos y edificios. Una piensa que después de tanta belleza se quedará anestesiada para todo lo demás, pero me ocurre justo lo contrario. De pronto, encuentro también belleza en unos bucatini con tomate, en la decadencia de algunas callejuelas, en un grafiti reivindicativo en la pared o en una pareja compartiendo un helado por los alrededores de la Fontana di Trevi.

Al final, será que la vida es bella y ya está.

Es el lugar en el que más segura me siento, porque he perdido el miedo a desorientarme o a hacerme entender en un idioma que no domino, pero, al mismo tiempo, también empiezo a notar el cansancio tras más de dos meses de viaje, y la soledad no siempre es amable; en ocasiones se vuelve punzante.

Por eso pienso a menudo en casa. Y en Will.

Me pregunto todo el tiempo qué estará haciendo y siento el deseo de compartir con él cada cosa. Esta comida, este paisaje, esta anécdota, esta reflexión, esta duda, esta mirada, este chiste, esta sonrisa, esta tontería, esta sensación. Y si eso no es amor, entonces yo ya no sé nada.

Me esfuerzo por ignorar su ausencia.

Hablo a menudo con mis padres y con el abuelo. Le mando alguna que otra fotografía a Olivia, que responde de la misma manera. Mi diario se ha convertido en una de mis posesiones más preciadas y está llenísimo; guardo en él no solo lo que siento, también tickets de comida, entradas a museos, hojas secas de árboles de cada ciudad y sobres de azúcar vacíos. Me planteo qué pensaré sobre mí, sobre esta chica que soy ahora, cuando quizá lo lea dentro de diez, veinte o cuarenta a?os. Y me gusta la idea de plasmarme en las páginas para poder volver a esta versión de Grace siendo otra.

Comprendo que madurar no es saber de pronto a qué quieres dedicarte el resto de tu vida ni que te concedan una hipoteca para comprarte un apartamento. Madurar es dejar de vivir hacia fuera y empezar a vivir hacia dentro. Cuando te das cuenta de que eres un ser humano irrepetible y adquieres una conciencia profunda de tu propia existencia.

Al despedirme de las calles de Roma y de esa luz que solo he visto en Italia, me siento en paz. Y así es como me dirijo a mi último destino. Así es como quiero trazar el punto final de mi propio mapa de los anhelos.





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Will


El recuerdo que guardaba de la ciudad era distinto. Solía sentirme cómodo cuando paseaba por las calles de Nueva York, casi en casa, pero ahora tengo la impresión de que sabe que soy un intruso y que solo estoy de paso. El ambiente ruidoso me aturde por un momento y tomo aire antes de girar la última esquina y esperar delante de un semáforo en rojo. Sigo caminando cuando cambia a verde y todos los demás reanudan el paso.

La puerta del edificio está exactamente igual. El vestíbulo, también. Hasta el portero es el mismo tipo. Resulta raro regresar a un lugar que no ha cambiado cuando tú sí lo has hecho. El suelo enmoquetado de rojo ahoga mis pisadas mientras avanzo. Le indico al hombre el número del apartamento al que me dirijo y él asiente y me abre la puerta del ascensor. Entro en la peque?a caja metálica. Trago con fuerza. Subo directamente hacia el último nombre de mi lista: Lena Sawn.

Llamo al timbre del que tiempo atrás fue mi hogar. Me recuerdo encajando la llave en esta cerradura y tengo la sensación de que ocurrió hace una eternidad, casi en otra vida.

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