Cuando no queden más estrellas que contar

Sonreí al ver la emoción que desprendía al mencionar a esos escritores y poetas, a los que yo solo conocía de oídas.

—No he leído nada de ninguno de ellos. —Me miró con atención. Yo me encogí de hombros ante su interés y a?adí—: La verdad es que hace mucho que no leo sobre nada.

—?No te gusta leer?

—Me encantaba, pero con el paso de los a?os el ballet acabó ocupándolo todo. Casi no tenía tiempo para dormir. —él me dedicó una peque?a sonrisa, como si lo entendiera—. Quizá sea un buen momento para retomarlo, ahora que tengo tiempo de sobra.

Fijé la vista en el suelo mientras caminábamos por una estrecha callejuela cubierta de toldos de colores. Noté que Lucas me observaba con disimulo, puede que con la misma curiosidad que yo sentía por él. Me preguntaba qué le habría llevado hasta allí, por qué había decidido quedarse. Qué había hecho que cambiara Madrid por un lugar tan diferente.

—Lucas.

—?Sí?

—?A qué te dedicabas antes de todo esto?

Se dio la vuelta y comenzó a caminar de espaldas para mirarme.

—?Tú qué crees?

—No sé. Se me ocurren algunas respuestas, pero dependen un poco de lo mayor que seas. ?Cuántos a?os tienes?

—Veintisiete.

Sonreí. Llevaba todo el día intentando calcular su edad.

—Vale, entonces creo que eras profesor, pero profe de instituto. Y dabas clases de Historia, o puede que de Filosofía. Seguro que ibas a trabajar en bici y llevabas unas gafitas de pasta negra muy monas, jerséis de pico y una bandolera repleta de libros. Un profesor como Robin Williams en El club de los poetas muertos. Ya sabes, enrollado.

—Enrollado —repitió con una sonrisita íntima, casi tímida.

—Sí, un poco capullo, aunque guay.

Se echó a reír con ganas y se dio la vuelta. Caminó a mi lado, tan cerca que nuestros brazos, cargados con varias bolsas del supermercado, se rozaban.

—No has dado una —dijo al cabo de unos segundos—. Estudié ADE y Derecho, e hice un grado de Enología. Después de eso, empecé a trabajar en el negocio familiar.

—?Qué clase de negocio?

—Vino. Mi familia tiene una bodega en La Rioja. También exporta aceite de oliva gourmet y creo que han abierto un hotel rural en Huesca.

No me pasó desapercibido ese ?creo? que marcó arrugas en su frente. Lo miré con más atención y no pude imaginármelo olfateando una copa de vino o dentro de un despacho entre libros de cuentas, balances de ventas y ese tipo de cosas. No parecía ir con él.

—?Y a qué te habría gustado dedicarte de verdad?

Se detuvo de golpe y me observó muy serio. El ambiente cambió a nuestro alrededor y tuve la impresión de que se había puesto tenso, como si yo hubiera dicho algo fuera de lugar.

—?Por qué me has hecho esa pregunta?

—Perdona, no tenía intención de...

—No, en serio, ?por qué? —inquirió, dando un paso hacia mí.

Tragué saliva.

—Por nada, supongo que me gusta más mi versión imaginaria que la de verdad. Esa no te pega mucho.

Un sinfín de emociones circularon por su rostro. Apartó la mirada y reanudó el paso. Lo seguí sin tener muy claro qué había pasado, si continuábamos bien o se había enfadado por algún motivo. Cruzamos la plaza en silencio y nos adentramos en una callejuela atestada de comercios que exponían sus productos en la calle.

Nos apartamos bajo un portal para dejar paso a un hombre que empujaba un carrito de bebé.

—A mí también —dijo Lucas en voz baja.

—?Qué?

Sonrió, solo un poco, pero ese gesto me devolvió el aire.

—También me gusta más tu versión. Ni siquiera soporto el sabor del vino. Lo odio. —Había cierta vulnerabilidad en su voz y un aire sombrío—. No sé a qué me habría dedicado de verdad si hubiera tenido opciones. Pero no las tenía, así que nunca pensé en ello.

La curiosidad se apoderó de mí. Quería saber más, conocer la historia tras esa mirada despreocupada. Además, no podía pasar por alto ciertas similitudes entre su historia y la mía. Paralelismos que me encogían el estómago.

—?Y ahora? —le pregunté.

—Aún no he averiguado lo que quiero, así que vivo el día a día hasta que lo descubra.

Mis ojos se detuvieron en los suyos.

—?No sabes lo que quieres?

—?Qué hay de malo en no saberlo?

—Tienes veintisiete a?os.

Una risa inesperada brotó de su garganta. Un disparo de adrenalina.

—?Acaso hay un máximo de edad? Si llego a los treinta sin saberlo, ?me exiliarán a una isla para fracasados?

—No, claro que no —respondí mientras me ruborizaba, y me sentí un poco idiota.

Lo estaba juzgando y no tenía motivos para hacerlo. Yo menos que nadie.

Retomamos el paso, en dirección a la vía principal. Oí cómo inspiraba hondo y después exhalaba por la nariz.

—Maya, no sé lo que quiero hacer con mi vida y tampoco me preocupa, porque para mí es perfecta en este momento. —Me miró—. Aunque sí sé lo que no quiero hacer.

—?Y qué es?

—No quiero volver a ser la persona que era antes de acabar en este pueblo. ?Jamás! Con eso ya me basta.

Recordé lo que me había dicho esa ma?ana: ?Hazle caso a alguien que llegó aquí del mismo modo?. él creía que yo había acabado en Sorrento huyendo del desastre que era mi vida, buscando espacio y olvidar. Me pregunté de qué huía él y qué buscaba. Si alguien también le pidió que se dejara llevar.

—?A qué te habría gustado dedicarte de no ser bailarina? —me devolvió la cuestión antes de que yo pudiera preguntarle nada más.

—No lo sé, yo tampoco tuve opciones. Que algo pudiera torcerse ni siquiera era una posibilidad, pero lo hizo. Todo se ha desmoronado, y ahora no sé qué hacer ni qué quiero ser. No sé qué rumbo darle a mi vida —lo dije sin disimular el agobio y la frustración que me producía mi situación.

—?Y qué prisa tienes por averiguarlo?

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