Cuando no queden más estrellas que contar

—?Qué cosas?

—Nada incómodo, espero. —Se echó hacia atrás y mi mirada resbaló por su pecho desnudo. La aparté cohibida y me centré en los peque?os ara?azos que tenía la mesa. él continuó—: Mira, la gente que vive en esta villa es como una gran familia. No son de esa clase de personas que se saluda por educación o compromiso al cruzarse en el rellano. Aquí se convive y se comparten los días. Yo soy el que menos tiempo lleva en la casa, y ya son dos a?os. Valoro mucho todo esto, lo que tenemos aquí, y no puedo dejar que entre cualquiera. —Hizo una breve pausa—. No es nada personal, Maya.

Asentí varias veces. Entendía lo que quería decir y apreciaba su preocupación, aunque no pude evitar sentirme juzgada.

—Vale, ?qué quieres saber?

—Empecemos por lo básico: edad, si estudias o trabajas. Qué te trae a Sorrento y cuánto piensas quedarte. Antecedentes... Todo lo que me ayude a conocerte.

—?Va en serio? ?Tengo pinta de delincuente? ?También quieres un informe médico y psicológico? —salté.

—Es lo que hay.

Nos quedamos mirándonos. él tranquilo y yo tan tensa que temblaba. Y no entendía por qué me lo estaba tomando de ese modo. No tenía nada que ocultar, salvo lo que me negaba a compartir. Algo que era solo mío y de nadie más.

—Está bien. Me llamo Maya Rivet, soy de Madrid y tengo veintidós a?os. Hasta hace unos días, trabajaba como bailarina en la Compa?ía Nacional de Danza, pero tuve un accidente meses atrás y las lesiones han hecho que pierda mi puesto. Puedes comprobarlo si miras sus redes sociales. Vivo con... —Hice una pausa para rectificar—: He vivido con mis abuelos desde siempre, pero ahora han decidido alquilar nuestra casa y mudarse a la costa.

Di un sorbo al café porque se me estaba secando la boca. Continué bajo la atenta mirada de Lucas.

—Pillé a mi novio, que también era mi compa?ero de baile, tirándose a una solista y he roto con él. Mi plan inmediato era encerrarme en casa de mi mejor amigo y llorar en sus brazos toda una semana, pero comparte piso con mi ex. Así que, dadas las circunstancias, pensé que lo mejor que podía hacer era subirme al primer avión que saliera de Barajas y cambiar de aires durante un tiempo. Ya sabes, para alejarme de todo y olvidar...

Hice otra pausa para recuperar el aliento.

—Aterricé en Roma, oí hablar a unos turistas de Sorrento y aquí estoy —mentí sin parpadear, porque los motivos reales solo me pertenecían a mí—. No tengo antecedentes y no sé cuánto tiempo voy a quedarme, la verdad. Pero te prometo que puedes fiarte de mí y que no te dejaré colgado.

él apuró su taza, sin dejar de mirarme, con esa forma tan particular e intensa que tenía de hacerlo. Ignoré las cálidas sensaciones que me producían sus ojos azules. Unas veces so?adores; otras, atormentados.

Inspiró hondo y sonrió.

—Ya me tenías en el bote cuando no has pedido leche para el café. Me gusta la gente que lo toma solo.

Rompí a reír. En parte por la tensión, y también por la ilusión que me hacía poder quedarme.

—?Eso es un sí?

—Un sí rotundo.

—?Gracias, Lucas! —Se encogió de hombros, como si le quitara importancia. Yo me puse en pie, nerviosa—. Ya que voy a quedarme, tendré que comprar algunas cosas. ?Hay algún centro comercial por aquí cerca?

él negó con un gesto y también se levantó.

—No, lo siento, el más cercano está en Pompeya, a unos cuarenta minutos en coche. Pero el comercio local está muy bien —respondió mientras comenzaba a recoger la mesa.

Me mordisqueé el labio, pensativa. Tenía la sensación de que la villa se encontraba un poco apartada y empecé a preguntarme si sería posible ir a pie desde allí a las tiendas del pueblo.

—?Se puede ir andando o hay servicio de autobús?

—No estoy seguro sobre el autobús y no te recomiendo que vayas andando, son varios kilómetros.

—Vaya —susurré desencantada.

—Aunque yo hoy libro, y también tengo que hacer algunas compras. Podemos ir juntos.

Mi cara se iluminó.

—Eso sería genial.

—Vale, dame un momento para cambiarme y nos vamos.

Asentí con una sonrisa enorme, que no era capaz de borrar. No obstante, algo dentro de mí se agitó, la sensación de estar en un punto de inflexión y no poder controlarlo.

Lucas se dirigió a la puerta, pero se detuvo un momento y me miró.

—Por cierto, soy muy respetuoso con la libertad y las manías de mis compa?eros y... Bueno, quiero que sepas que... —Encogió un hombro, casi con indiferencia—. Si a ti te gusta ir por ahí en ropa interior, yo no tengo ningún problema con eso. Vamos, que por mí no te cortes. Dónuts, bizcochitos, galletas..., me encanta lo dulce.

No lo pensé. Agarré un limón del frutero, que reposaba sobre la encimera, y se lo lancé. Lo atrapó por los pelos y corrió a su cuarto, riendo a carcajadas. ?Qué idiota! Me apoyé con ambas manos en la mesa y permanecí inmóvil unos segundos, sintiendo algo nuevo. Algo diferente. Una emoción con la que no estaba familiarizada, que me calentaba por dentro. Un deshielo inesperado. Y lo peor de todo era esa sonrisa estúpida que no se borraba de mi cara.

Cogí mi bolso y esperé junto a la puerta. Lucas apareció poco después, con unos vaqueros azules y una camiseta negra. Las gafas de sol a modo de diadema y un cigarrillo sobre la oreja. Lo observé mientras se guardaba la cartera en el bolsillo y tomaba unas llaves de un cuenco sobre el aparador. Me las lanzó y yo tuve que hacer malabares para atraparlas.

—Son las tuyas.

—Gracias.

—?Vamos?

Dije que sí con la cabeza y bajamos las escaleras en silencio. Una vez fuera, volví a sentir la magia que emanaba de aquel lugar. El olor a cítricos era muy intenso y la humedad de unos aspersores se condensaba a nuestro alrededor, creando destellos de colores con la luz del sol.

Bajo el techo de rosales, vi a Catalina podando algunos tallos.

—Buenos días —saludó Lucas.

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