Ella se giró con una mano en la frente a modo de visera.
—Buenos días —respondió. Sus ojos volaron hasta mí y me dedicó una sonrisa—. ?Vais a salir?
—Tengo que llenar la nevera —comentó Lucas—. Por cierto, nonna, te presento a Maya. Voy a alquilarle la habitación, si tú estás de acuerdo.
—Por supuesto, si a ti te parece bien, a mí también. —Dejó las tijeras de podar sobre la mesa y se acercó para darme dos besos—. Hola de nuevo, Maya. ?Tu teléfono está bien?
Noté que me sonrojaba, el calor se extendía por mis mejillas.
—Sí, el jazminero ha amortiguado la caída.
Lucas alzó las cejas, sorprendido.
—?Ya os conocéis?
—Hemos coincidido esta ma?ana en el vestíbulo, cuando he bajado a rescatar mi teléfono —respondí.
él esbozó una sonrisa lenta, traviesa, y yo tuve ganas de darle un pisotón.
Catalina nos miraba con curiosidad.
De repente, se llevó las manos al rostro e hizo un ruidito con la garganta.
—?Nuevo inquilino! ?Sabéis lo que significa eso?
Lucas frunció el ce?o un segundo, y luego me dirigió una mirada divertida.
—?Barbacoa?
—Barbacoa de bienvenida —dijo Catalina—. ?Cuándo fue la última? No lo recuerdo.
—Cuando Paolo vino a vivir aquí, hace más o menos un a?o, creo —contestó Lucas.
—?Barbacoa de bienvenida? —me interesé, aunque el nombre ya debería haberme dado una pista.
—Cuando alguien nuevo se instala en la villa, celebramos una peque?a cena de bienvenida. Así podemos conocerlo. ?Haremos una para ti! —exclamó Catalina.
??Para conocerme a mí??, pensé nerviosa.
—Oh, no es necesario.
—Por supuesto que sí.
—Por supuesto que sí —repitió Lucas.
—No tiene que molestarse por mí. En serio, no hace falta —las palabras se me atascaban.
—Es una tradición —dijo Catalina.
—Es una tradición —coreó Lucas.
—Y así conocerás al resto de vecinos y ellos podrán conocerte a ti.
—Y ellos podrán conocerte a ti.
Lo fulminé con la mirada y él no se achantó en ningún momento. Al contrario, me dedicó su sonrisa más inocente.
—Bien, pues avisaré a todo el mundo —convino Catalina, y se encaminó a la casa—. Le pediré a Giulio que compre todo lo necesario y a Blas que se ocupe de la le?a.
—Nosotros nos encargamos de la bebida —gritó Lucas.
—Sì, va bene.
Observé a Catalina hasta que desapareció dentro de la casa. Luego clavé mis ojos en Lucas y se me escapó una risita nerviosa. él seguía tan tranquilo, incluso divertido con mi evidente apuro.
—?De verdad se va a reunir todo el mundo para conocerme?
—Ya te he dicho que somos como una gran familia.
—Pero no imaginaba que fuese tan literal.
—Aquí las cosas funcionan así.
—?Y a ti te gusta? —pregunté mientras caminábamos hacia el portón en busca del coche.
Me agobiaba la idea de conocer a esa gente y no sabía por qué. Siempre me había considerado sociable. Una persona amigable. Sin embargo, una profunda inseguridad se estaba adue?ando de mí. Quizá por la situación, las circunstancias o esa vocecita de dentro de mi cabeza que hacía que me sintiera como una delincuente a punto de cometer un delito.
Lucas se detuvo y se bajó las gafas de sol. Me miró a través de los cristales oscuros y puso sus manos sobre mis hombros.
—Maya... —Esa forma de pronunciar mi nombre me hizo contener el aliento—. Mira a tu alrededor. ?Ves lo bonito que es todo esto? —Asentí con la cabeza—. ?Sientes el sol y el aire en la piel? ?Notas la sal del mar en los pulmones y en la lengua? —Asentí otra vez, porque lo sentía, como un reflejo inmediato a sus palabras susurradas—. Bien, pues ahora estás aquí. Y por lo que me has contado, creo que es el mejor sitio que podías haber elegido para alejarte de todo y olvidar. Así que hazle caso a alguien que llegó aquí del mismo modo. —Se inclinó sobre mi oído y su aroma me envolvió—. No pienses y permite que las cosas sucedan.
Sus palabras se colaron en mí y todo mi mundo se detuvo con el eco ronco de su voz.
Se apartó muy despacio y nuestros ojos se enredaron en silencio.
Un instante entre dos personas que no tenía por qué haber sido algo más.
Pero lo fue.
Sin saberlo, nos convirtió en dos gotas de agua resbalando sobre el mismo cristal, jugando a esconderse y a encontrarse. Fingiendo ser dos, cuando ya empezábamos a mezclarnos, a fundirnos. Porque hay cosas que solo ves al cerrar los ojos, y nosotros no podíamos dejar de mirarnos.
18
Conocerlo a través de los ojos de Lucas hizo que aquel pueblo me pareciera un lugar mucho más bonito de lo que en un principio había imaginado. él me explicó que había dos formas de vivir en Sorrento. La primera, como turista. La segunda, como un sorrentino más, la que él prefería. Así que me mostró los comercios donde los vecinos solían comprar, mucho más asequibles y familiares; los restaurantes y bares fuera del circuito turístico, en los que comer se convertía en una experiencia casi íntima, y esos rincones que aún respiraban a salvo de las multitudes, en los que podías perderte durante horas.
Y eso hicimos, nos perdimos en sus calles, hablando de todo y de nada. Compartiendo helados, bromas y risas. Improvisando en una hoja en blanco. Empezando a escribir un después que ni siquiera imaginábamos.
—?Tierra de sirenas, en serio? —pregunté.
Lucas me miró de reojo y sacudió la cabeza.
—Sí, hay varias leyendas sobre ellas en esta zona. Aquí es donde Homero situó el encuentro entre Ulises y las sirenas durante su regreso a ítaca. —Alzó la cabeza al cielo e inspiró—. Me encantan los lugares en los que se respiran el arte, la cultura y la historia, y por aquí han pasado Byron, Dickens, Goethe y Nietzsche. ?Joder! ?No te parece increíble estar caminando por las mismas calles que ellos pisaron un día?