—?A alguien en apuros como yo?
Me arrepentí de inmediato de haber hecho esa pregunta. Ni siquiera sabía de dónde había salido ni por qué. De nuevo me azotó esa sensación extra?a. El cosquilleo en el estómago. La piel erizada. El corazón acelerado.
Nuestras miradas se enredaron.
—No, como tú no.
Me ruboricé por el modo en que lo dijo.
Frené en seco, consciente de repente de sus palabras. Había una persona en la vida de Lucas.
—Oye, pensándolo mejor, quizá no sea buena idea que me quede en tu casa.
—?He dicho algo que te haya molestado?
—?No! Es por la chica que has mencionado. Tu novia, supongo. O mujer, rollo, no sé... Quizá no le guste que aparezcas con una desconocida en plena madrugada.
él hizo una mueca y sonrió.
—La ?chica? de la que hablo es mi casera y la única due?a de mi corazón, te lo aseguro. Aún intento convencerla de que debe casarse conmigo, pero se niega. Dice que con setenta a?os y dos maridos difuntos, pasa de enterrar a un tercero. Eso me dolió.
Me lo quedé mirando con los ojos muy abiertos, alucinada. él me devolvía la mirada muy serio. De repente, rompimos a reír con ganas. Las carcajadas brotaban de mi pecho sin control. Eran de esas que te dejan sin aire y al mismo tiempo te ayudan a respirar, porque se llevan consigo toda la tensión. Te liberan de la rigidez y sueltan nudos.
Compartimos un suspiro que sentí cómplice y continuamos caminando.
Tras recorrer un par de calles, Lucas se detuvo frente a un coche de color rojo bastante antiguo. Sacó unas llaves del bolsillo, abrió el maletero y guardó mi equipaje dentro. Luego me invitó a subir.
El motor arrancó al tercer intento y vibró como si fuese a desmontarse en cualquier momento. Los temblores sacudían toda la carrocería y se extendieron por mis huesos, como uno de esos sillones de masaje. Intenté no reírme.
—?De dónde has sacado este trasto?
—Eh, sin ofender, que es un Fiat 128 Coupé del 75. Un clásico. Lo cambié por un reloj. Uno bastante caro, por cierto —dijo en un tonito suficiente muy gracioso.
—?Lo dices en serio?
—?Por qué iba a mentir?
—Por nada, seguro que tenías tus razones.
Sacudió la cabeza, divertido. Se peleó durante unos segundos con la palanca de cambios, hasta que logró meter una marcha. Resopló. Dentro del coche hacía mucho calor.
Yo intenté girar la manivela para bajar la ventanilla de mi lado.
—Espera, tiene truco —dijo él al tiempo que se inclinaba sobre mí. Me pegué al respaldo para dejarle espacio y traté de ignorar el hecho de que estaba tan cerca que el olor a coco de su champú era inconfundible—. Ya está, solo baja hasta ahí.
—Así está bien.
—Pues vámonos.
Lucas pisó el acelerador y salió disparado. Por puro instinto, me aferré al asiento y no me solté hasta que me convencí de que aquello era seguro.
Dejamos atrás el centro del pueblo y nos dirigimos al sur.
Sorrento se extendía en un laberinto de callejuelas estrechas, que parecían colgar del acantilado como un racimo. Desde la carretera, las vistas al golfo de Nápoles eran asombrosas. Un cielo repleto de estrellas se fundía con el mar, creando un manto negro que envolvía la costa. En el horizonte, la sombra del Vesubio se elevaba inconfundible, coronada por una diminuta luna creciente.
—Es precioso —susurré.
—Espera a verlo de día.
Sonreí, y sentí un hormigueo en todo el cuerpo. Una anticipación que aceleraba mis latidos.
Lucas comenzó a reducir la velocidad y puso el intermitente. Giró a la izquierda, cruzó al otro lado de la carretera, y se detuvo junto a un muro, tras una furgoneta blanca con el logo de una floristería.
—Es aquí.
Bajó del coche y sacó mi equipaje. Yo lo seguí envuelta en aquella oscuridad tan silenciosa. No se veía nada salvo esa pared de piedra, cuya silueta parecía extenderse hasta el infinito. Al doblar la esquina, nos alumbraron dos faroles que colgaban sobre un portón de madera, encajado en un arco y dividido en dos hojas.
No estaba preparada para lo que encontré al traspasar la puerta. Un jardín inmenso, con árboles, arbustos y maceteros de piedra repletos de flores. Rosales trepadores y jazmines se enredaban en una estructura de hierro forjado y formaban un techo natural de hojas. En medio de aquel oasis, se alzaba un edificio de tres plantas, de paredes color tierra y contraventanas de madera. Era enorme y de la fachada colgaban varios faroles que iluminaban la entrada con una tenue luz.
—?De verdad vives aquí? ?Es una pasada!
Lucas me miró con una sonrisa.
—?Bienvenida a Villa Vicenza!
—?Madre mía, es de película! Vivir aquí tiene que ser genial.
—Tuve suerte, creo que conseguir este apartamento fue lo que hizo que me quedara.
—?Hay más gente?
—Sí. Hay seis viviendas, dos por planta. En la primera vive la familia due?a de la casa. En la segunda se aloja un matrimonio gallego de jubilados: Iria y Blas. Son muy simpáticos. También Roi, un escritor mallorquín. Es un poco raro, pero buen tío. La tercera la ocupamos Julia y yo. Julia también es espa?ola, pero lleva en Sorrento casi quince a?os. Tiene una peluquería en el centro. Ahora han venido sus sobrinos de visita y estoy a punto de hacerlos desaparecer. Se pasan las noches dando por culo con la consola. Ah, y siempre hay un par de gatos por aquí. —Vaciló un momento y puso cara de susto—. No serás alérgica, ?verdad? ?Joder, debería habértelo preguntado antes!
Se me escapó una risita, no pude evitarlo al verlo tan nervioso. él me miró, y sus ojos brillaron con timidez.
—No sé por qué te estoy contando todo esto —susurró.
—Yo te he preguntado, y no soy alérgica a los gatos, creo. No me acerco mucho a los animales. No suelo caerles bien.
Su mirada se cruzó con la mía.
—Pues no entiendo por qué.