—Hay varias cosas que debo decir, Tristran, y ninguna de ellas será fácil. Te agradecería que no dijeras nada hasta que haya terminado. Bien: lo primero, y seguramente lo más importante, es que debo pedirte disculpas. Fue mi insensatez, mi idiotez, lo que te hizo emprender tu viaje. Creí que lo decías de broma… no, de broma no. Creí que eras demasiado cobarde, demasiado muchacho como para seguir al pie de la letra tus extraordinarias y tontas palabras. Tan sólo cuando ya te habías ido, y habían pasado los días, y no regresabas, me di cuenta de que hablabas con toda seriedad, y entonces ya era demasiado tarde. He tenido que vivir… cada día… temiendo la posibilidad de haberte enviado a la muerte.
Miraba fijamente al frente mientras hablaba, y Tristran tenía la impresión, que se convirtió en certeza, de que durante su ausencia ella había sostenido aquella conversación en su cabeza cientos de veces. Por eso no se le permitía decir palabra: aquello ya era bastante difícil para Victoria Forester, y no hubiese conseguido llegar hasta el final si él la hubiese obligado a apartarse de su guión prefijado.
—Y no fui justa contigo, mi pobre mozo de almacén… aunque ya no eres un mozo de almacén, ?verdad…? Porque pensé que tu misión voluntaria no era más que fantasía… —Hizo una pausa, y sus manos se aferraron a los brazos de madera de la butaca tan fuertemente que primero sus nudillos enrojecieron, y después se volvieron blancos—. Pregúntame por qué no quise besarte esa noche, Tristran Thorn.
—Estabas en tu derecho de no besarme —dijo Tristran—. No he venido a entristecerte, Vicky. No he encontrado tu estrella para hacerte desgraciada.
La cabeza de la joven se inclinó a un lado.
—Entonces, dime, ?has encontrado la estrella que vimos aquella noche?
—Claro —dijo Tristran—. Aunque la estrella está en el prado, en estos momentos. Pero hice lo que me pediste que hiciera.
—Entonces haz algo más por mí, ahora. Pregúntame por qué no quise besarte aquella noche. Al fin y al cabo, ya te había besado antes, cuando éramos más jóvenes.
—Muy bien, Vicky: ?por qué no quisiste besarme aquella noche?
—Porque —confesó ella, y había alivio en su voz mientras lo decía, un enorme alivio, como si al fin pudiera liberarlo, después de tanto tiempo— el día antes de que viésemos caer la estrella fugaz, Robert me había pedido que me casara con él. Aquella tarde, cuando te vi, había ido a la tienda para verle, para hablarle y para decirle que aceptaba, y que debía pedir mi mano a mi padre.
—?Robert? —preguntó Tristran, que tenía la cabeza hecha un lío.
—Robert Monday. Tú trabajabas en su tienda.
—?El se?or Monday? —repitió Tristran—. ?Tú y el se?or Monday?
—Exacto. —Ahora Victoria le miraba a los ojos—. Y entonces tú me tomaste en serio y te faltó tiempo para ir a buscarme una estrella, y no pasaba un solo día sin que yo no sintiera que había hecho algo insensato y malo. Porque te prometí mi mano si tú volvías con la estrella. Y hubo días, Tristran, que honestamente no sabría decirte qué me parecía peor: que murieras en las Tierras de Más Allá, por culpa del amor que sentías por mí, o que tuvieras éxito en tu locura y regresases con la estrella para reclamarme como esposa. Claro está, alguna gente de por aquí me dijo que no me lo tomara tan a pecho, y que tu partida hacia las Tierras de Más Allá era inevitable, sin duda, dada tu naturaleza y el hecho de que originalmente procedías de allí; pero de alguna manera, en el fondo de mi corazón, yo sabía que todo era culpa mía, y que un día regresarías para reclamarme.
—?Y tú quieres al se?or Monday? —dijo Tristran, agarrándose a la única cosa en todo aquel embrollo que estaba seguro de entender.
Ella asintió y levantó la cabeza, de manera que su bonita barbilla apuntaba hacia Tristran.
—Pero te di mi palabra, Tristran. Y la cumpliré, como ya le he dicho a Robert. Soy responsable de todo cuanto has sufrido… incluso de tu pobre mano quemada. Y si me quieres, soy tuya.
—Si he de ser honesto —dijo él—, creo que yo mismo soy responsable de todo cuanto he hecho, y no tú. Y me es difícil arrepentirme de un solo momento, aunque eché de menos una cama mullida de vez en cuando, y jamás seré capaz de volver a contemplar a un lirón de la misma manera que antes. Pero tú no me prometiste tu mano si yo regresaba con la estrella, Vicky.
—?No lo hice?
—No. Me prometiste cualquier cosa que yo deseara.
Victoria Forester se irguió completamente, entonces, y miró al suelo. Una mancha roja ardía en cada uno de sus pálidas mejillas, como si las hubieran abofeteado.
—?Debo entender que…? —empezó ella, pero Tristran la interrumpió.
—No —dijo—. Creo que no lo entiendes, de hecho. Dijiste que me darías cualquier cosa que yo deseara.
—Sí.
—Entonces… —hizo una pausa—. Entonces deseo que te cases con el se?or Monday. Deseo que os caséis tan rápidamente como sea posible… vaya, esta misma semana, si tal cosa puede arreglarse. Y deseo que seáis tan felices juntos como jamás lo han sido un hombre y una mujer.
Ella exhaló un tembloroso suspiro lleno de tensión acumulada. Entonces le miró a los ojos.
—?Lo dices de veras? —preguntó.
—Cásate con él con mi bendición, y estaremos en paz —dijo Tristran—. Y la estrella seguramente pensará lo mismo.
Llamaron a la puerta.
—?Todo va bien ahí dentro? —preguntó una voz masculina.