Humo yespejos

Una vida, amueblada con Moorcock de la primera época

 

Cuando me pidieron que escribiese un cuento para una antología sobre las historias de Elric de Michael Moorcock, opté por escribir uno sobre un ni?o muy parecido al que yo fui y su relación con la ficción. Dudaba que pudiese decir algo sobre Elric que no fuera un pastiche pero, cuando tenía doce a?os, los personajes de Moorcock eran tan reales para mí como cualquier otra cosa de mi vida y muchísimo más que, bueno, las clases de geografía, para empezar.

 

—De todos los cuentos de la antología, los que más me gustaron fueron el tuyo y el de Tad Williams —dijo Michael Moorcock cuando me topé con él en Nueva Orleans varios meses después de haberlo terminado—. Y me gustó más el suyo porque salía Jimi Hendrix.

 

El título lo robé de un cuento de Harlan Ellison.

 

Colores fríos

 

Con los a?os, he trabajado en varios medios de comunicación. A veces la gente me pregunta cómo sé a qué medio pertenece una idea. En general, surgen como cómics o películas o poemas o prosa o novelas o cuentos o lo que sea. Sabes de antemano lo que estás escribiendo.

 

Por otra parte, esto era sólo una idea. Quería decir algo sobre esas máquinas infernales, los ordenadores, y la magia negra y algo sobre el Londres que había observado a finales de los ochenta, un periodo de exceso económico y bancarrota moral. No parecía ser un cuento o una novela, así que lo intenté como poema y funcionó muy bien.

 

Para The Time Out Book of London Short Stories (?El libro de Time Out de cuentos de Londres?) lo reescribí en prosa y dejé muy perplejos a muchos lectores.

 

El barrendero de sue?os

 

éste empezó con una estatua de Lisa Snellings de un hombre que se apoyaba en una escoba. Se veía claramente que se trataba de algún tipo de conserje. Me pregunté de qué tipo y de ahí es de donde surgió este cuento.

 

Partes foráneas

 

éste es otro de mis primeros cuentos. Lo escribí en 1984 e hice la versión final (una capa rápida de pintura y un poco de relleno en las grietas más feas) en 1989. En 1984 no lo pude vender (a las revistas de ciencia ficción no les gustaba el sexo, a las revistas de sexo no les gustaba la enfermedad). En 1987 me pidieron si lo querría vender para una antología de relatos eróticos de ciencia ficción, pero no acepté. En 1984 había escrito un cuento sobre una enfermedad venérea. El mismo cuento parecía decir cosas distintas en 1987. El cuento en sí tal vez no había cambiado, pero el panorama que lo rodeaba se había alterado extraordinariamente: me estoy refiriendo al SIDA y, tanto si ésa había sido mi intención como si no, el cuento también lo hacía. Si pensaba reescribirlo, tendría que tener el SIDA en cuenta y no podía hacerlo. Era demasiado grande, demasiado desconocido, demasiado difícil de controlar. Sin embargo, en 1989, el panorama cultural había vuelto a cambiar y lo había hecho hasta tal punto que me resultaba, si no cómodo, sí menos incómodo sacar el cuento del armario, cepillarlo, limpiarle las manchas de la cara y mandarlo fuera para que conociera a la gente buena. Así que, cuando el editor Steve Niles me preguntó si tenía algo inédito para su antología Words Without Pictures (?Palabras sin imágenes?), le di esto.

 

Podría decir que no era un cuento sobre el SIDA, pero estaría mintiendo, al menos en parte. Además, hoy en día el SIDA parece haberse convertido, para bien o para mal, en sólo otra enfermedad del arsenal de Venus.

 

La verdad, creo que el cuento trata sobre todo de la soledad, la identidad y, quizá, los placeres de abrirse camino en la vida.

 

Sextina de vampiros

 

ésta es mi única sextina satisfactoria (una composición poética en la que las palabras finales de cada uno de los primeros seis versos se repiten con distinto orden en las estrofas siguientes y en una última estrofa de tres versos). Se publicó por primera vez en Fantasy Tales (?Relatos fantásticos?) y se reimprimió en el Mammoth Book of Vampires (?El gran libro de los vampiros?) de Steve Jones. Durante a?os ésta fue mi única obra de ficción sobre vampiros.

 

Ratón

 

Este cuento lo escribí para la antología sobre supersticiones Touch Wood (?Toca madera?), editada por Pete Crowther. Siempre había querido escribir un cuento de Raymond Carver; él hacía que pareciera tan fácil. Escribir este cuento me ense?ó que no lo era.

 

Me temo que sí que llegué a escuchar el programa de radio mencionado en el texto.

 

El cambio del mar

 

Escribí esto en el piso de arriba de una casa diminuta de Earls Court que antiguamente había sido una caballeriza. Me lo inspiró una estatua de Lisa Snellings y el recuerdo de la playa de Portsmouth de cuando era ni?o: el rumor que hace el mar cuando las olas retroceden sobre los guijarros, arrastrándolos. En aquellos momentos, estaba escribiendo la última parte de The Sandman, que se llamaba La tempestad, y partes de la obra de Shakespeare resuenan también en este cuento, tal como lo hacían entonces en mi cabeza.

 

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