Humo yespejos

Reina de cuchillos

 

Este cuento, como mi novela gráfica Mr. Punch, es lo bastante fiel a la verdad como para haberme visto obligado, en ciertas ocasiones, a explicar a algunos de mis parientes que en realidad no sucedió. Bueno, al menos no así.

 

Cambios

 

Lisa Tuttle me telefoneó un día para pedirme un cuento para una antología que estaba editando sobre el sexo masculino y femenino. Siempre me ha encantado la ciencia ficción como medio de comunicación y, cuando era joven, estaba seguro de que llegaría a ser un escritor de ciencia ficción. La verdad es que nunca lo fui. La primera vez que se me ocurrió la idea para este cuento, hace casi una década, era una serie de relatos enlazados que habrían formado una novela que exploraba el mundo de la reflexión sobre el sexo. Sin embargo, nunca escribí ninguno de esos relatos. Cuando Lisa me llamó, se me ocurrió que podía coger el mundo que me había imaginado y contar su historia del mismo modo en que Eduardo Galeano contó la historia de las Américas en su trilogía Memoria del fuego.

 

En cuanto hube acabado el cuento, se lo ense?é a una amiga, que dijo que sonaba como un esquema para una novela. Lo único que pude hacer fue felicitarla por su perspicacia. No obstante, a Lisa Tuttle le gustó y a mí también.

 

La hija de los búhos

 

John Aubrey, el coleccionista e historiador del siglo XVII, es uno de mis escritores favoritos. Sus escritos contienen una mezcla poderosa de credulidad y erudición, de anécdota, evocación y conjetura. Al leer la obra de Aubrey, se tiene la sensación inmediata de que se trata de una persona real que habla del pasado de un modo que trasciende los siglos: una persona agradable e interesantísima. También me gusta su ortografía. Intenté escribir este cuento de varias formas distintas y nunca me satisfizo. Entonces se me ocurrió escribirlo como si lo hubiera hecho Aubrey.

 

La vieja peculiar Shoggoth

 

El tren nocturno que va de Londres a Glasgow es un tren con coches-cama que llega a su destino hacia las cinco de la ma?ana. Cuando me bajé del tren, caminé hasta el hotel de la estación y entré. Pensaba cruzar el vestíbulo hasta la recepción y pedir una habitación, entonces pensaba dormir un poco más y, luego, cuando todo el mundo estuviera levantado, tenía planeado pasarme los próximos dos días en el congreso de ciencia ficción que se celebraba en el hotel. Oficialmente, iba a cubrirlo para un periódico nacional.

 

De camino a la recepción, pasé junto al bar, que hubiera estado vacío de no haber sido por un camarero desconcertado y un fan inglés llamado John Jarrold que, como Aficionado Invitado de Honor de la convención, tenía barra libre y la estaba aprovechando mientras otros dormían.

 

Así que me paré a hablar con John y nunca llegué a la recepción. Nos pasamos las siguientes cuarenta y ocho horas charlando, contando chistes e historias y destrozando con gran entusiasmo todo lo que recordábamos de Ellos y ellas en las primeras horas de la madrugada siguiente, cuando el bar se había empezado a vaciar otra vez. Hubo un momento en ese bar en que tuve una conversación con el difunto editor inglés de ciencia ficción Richard Evans, conversación que, seis a?os después, se empezaría a convertir en Neverwhere.

 

Ya no recuerdo por qué John y yo comenzamos a hablar sobre Cthulhu con las voces de Peter Cook y Dudley Moore, ni por qué decidí darle una conferencia a John sobre el estilo prosístico de H. P. Lovecraft. Sospecho que tenía algo que ver con la falta de sue?o.

 

Hoy en día, John Jarrold es un respetable editor y un baluarte de la industria editorial británica. Algunas de las partes centrales de este cuento nacieron en aquel bar, con John y conmigo haciendo de Pete y Dud en los papeles de personajes de H. P. Lovecraft. Mike Ashley fue el editor que me engatusó para que las convirtiera en un cuento.

 

Virus

 

Este cuento lo escribí para Digital Dreams (?Sue?os digitales?) de David Barrett, una antología de ficción informática. Ya no juego a muchos videojuegos. Cuando lo hacía, me di cuenta de que los juegos tendían a ocupar áreas de mi cabeza. Caían bloques u hombrecitos corrían y saltaban detrás de mis párpados cuando me iba a dormir. En general solía perder, incluso cuando jugaba con mi mente. Este cuento surgió de aquello.

 

Buscando a la chica

 

Neil Gaiman's books