El bueno, el feo yla bruja

—Vamos, bruja —dijo con su voz siniestra y suave como una pluma de búho en contraste con el doloroso apretón de su mano en mi hombro—, te he ense?ado a hacerlo mejor. Ni siquiera lo estás intentando.

 

—No quiero hacerte da?o —dije jadeante, aferrándome un brazo contra el estómago.

 

Ivy me sostenía clavada a la pared, bajo la sombra de la cruz desaparecida hacía tiempo. La sangre de su labio parecía una joya roja engarzada en la comisura de su boca.

 

—No puedes hacerme da?o —susurró.

 

El corazón volvió a acelerárseme y me sacudí para intentar soltarme sin éxito.

 

—Suéltame, Ivy —resollé—. Tú no quieres hacer esto. —Un empalagoso olor a incienso me trajo a la memoria la vez que me inmovilizó en el sillón la pasada primavera—. Si lo haces —dije desesperada—, me iré. Te quedarás sola.

 

Ella se acercó más y apoyó el antebrazo sobre la pared junto a mi cabeza.

 

—Si lo hago, no te irás. —Una encendida sonrisa curvó la comisura de su boca, dejando ver parte de sus dientes y se apretó más contra mí—. Pero podrías liberarte si de verdad quisieras. ?Qué crees que te he estado ense?ando estos últimos tres meses? ?Quieres liberarte, Rachel?

 

El pánico me atravesó como una lanza. El corazón me latía desbocado e Ivy tomó aire como si la hubiese abofeteado. El miedo era un afrodisíaco y acababa de proporcionarle una bocanada. Perdida en la oscuridad de sus instintos y necesidades, sus músculos se tensaron como un cable de acero.

 

—?Quieres soltarte, brujita? —murmuró respirando sobre mi cicatriz de demonio, lo que me produjo un hormigueo por todo el cuerpo. Respiré hasta lo más hondo de mi ser y mi sangre pareció convertirse en metal fundido al conducir las palpitaciones por mi cuerpo.

 

—Suéltame —resollé notando esa deliciosa sensación fluyendo desde mi cuello hasta llenarme por completo. Era mi cicatriz. Estaba jugando con mi cicatriz igual que lo había hecho Piscary. Se humedeció los labios.

 

—Oblígame a hacerlo. —Titubeó. El hambre pura y dura se tornó en algo más pícaro y seductor—. Dime que esto no te hace sentir bien. —Dejó escapar un suspiro y me miró fijamente a los ojos mientras que con un dedo recorría mi piel desde la oreja pasando por el cuello hasta la clavícula. Casi se me doblan las rodillas ante la sensación de su u?a recorriendo los peque?os bultitos de mis cicatrices y estimulando mi herida, devolviéndola al juego de lleno. Cerré los ojos al recordar que el demonio había adoptado la cara de Ivy cuando me rajó la garganta y llenó la herida de un peligroso cóctel de neurotransmisores que convertían el dolor en placer.

 

—Sí —suspiré, casi con un gemido—. Que Dios me perdone, sí. Por favor… para.

 

Ivy giró su cuerpo contra el mío.

 

—Sé cómo te sientes —dijo—. El hambre surge de la cicatriz para llenarte por completo. Despierta una necesidad hasta tal punto que el único pensamiento que te quema es llegar a esa ansia para saciarla.

 

—?Ivy? —gimoteé—. Para. No puedo. No quiero.

 

Abrí los ojos de golpe ante su silencio. La gota de sangre en la comisura de su boca había desaparecido. Notaba mi sangre palpitando por todo mi cuerpo. Sabía que mis reacciones estaban provocadas por la cicatriz del demonio, y que Ivy enviaba feromonas para reestimular la pseudosaliva de vampiro que quedaba en mi organismo para transformar el dolor en placer. Sabía que esa era una de las adaptaciones para la supervivencia en la que se apoyaban los vampiros para vincular a la gente a ellos y garantizarse así un suministro voluntario de sangre. Sabía todo eso, pero se me hacía cada vez más difícil recordarlo. Más difícil preocuparme por ello. No era sexual, era una necesidad. Hambre. Calor.

 

Ivy apoyó en la pared su frente junto a la mía, como intentando tomar una determinación. Su pelo formó una sedosa cortina entre ambas. Noté su calor a través de sus mallas. No podía moverme, atenazada por el miedo y la necesidad, preguntándome si ella me la saciaría o si sería lo suficientemente inerte como para apartarla de mí.

 

—No tienes ni idea de lo que ha sido vivir contigo, Rachel —dijo con un susurro desde detrás de su pelo como si fuese la celosía del confesionario—. Sabía que te asustarías si supieses lo vulnerable que te hacían tus cicatrices. Has sido marcada para el placer y a menos que un vampiro te reclame y te proteja, todos los demás intentarán aprovecharse de ti, tomando lo que quieran y pasándote al siguiente, hasta que no seas nada más que una marioneta suplicando que la desangren. Esperaba que fueses capaz de decir que no. Que si te ense?aba lo suficiente, serías capaz de alejar a un vampiro hambriento. Pero no puedes hacerlo, corazón. Las neurotoxinas se han infiltrado en profundidad. No es culpa tuya. Lo siento… —Respiraba con peque?os jadeos y cada uno de ellos enviaba una promesa de un placer futuro, fluyendo de vuelta para renovar el que exhalaba, alimentándose de los que vinieron antes. Contuve la respiración en intenté encontrar la fuerza de voluntad para decirle que se alejase. Oh, Dios, era incapaz.

 

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