El bueno, el feo yla bruja

Ivy gritó y giró. Me quedé sin hacer nada como una tonta cuando su pie golpeó con fuerza contra mi pecho, enviándome contra la pared de la iglesia. Solté todo el aire de golpe y noté un fuerte dolor en los pulmones. Ella se apartó rápidamente y me dejó jadeando con los ojos clavados en el suelo. Vi los rayos de sol verdes y dorados estremecerse al temblar las vidrieras a ambos lados de mí. Seguía sin respirar cuando levanté la vista para ver a Ivy alejarse, caminando lentamente. Su pausado y burlesco paso me cabreó. El sentimiento de rabia me quemaba y me dio fuerzas. Aún sin recobrar el aliento, salté sobre ella. Ivy gritó sorprendida cuando aterricé sobre su espalda. Sonriendo irracionalmente, la rodeé con las piernas por la cintura. Agarré un mechón de su pelo y tiré de su cabeza hacia atrás, deslizando a la vez el otro brazo alrededor de su garganta para estrangularla. Jadeante, Ivy pataleó y la solté, sabiendo que volvería a estamparme contra la pared. Me dejé caer en el suelo y ella tropezó conmigo cayendo junto a mí. Forcejeé con ella y la volví a agarrar por el cuello. Ivy se revolvió contra el suelo, retorciendo su cuerpo en un ángulo imposible hasta soltarse de mis manos. Con el corazón desbocado me puse en pie y vi que ella estaba a más de dos metros de mí… esperándome. Mi regocijo por haberla sorprendido desapareció al darme cuenta de que algo había cambiado. Oscilaba de un pie a otro con movimientos fluidos y gráciles; el primer signo de que su instinto de vampiro estaba haciendo aflorar lo mejor de sí misma.

 

Inmediatamente me erguí y levanté el brazo para rendirme.

 

—Vale —dije sin resuello—, tengo que ir a ducharme. He terminado. Tengo que ir a hacer mis deberes.

 

Pero en vez de retirarse como siempre hacía, empezó a rodearme. Sus movimientos eran lánguidamente lentos y sus ojos estaban fijos en mí. El corazón me latía con fuerza y tuve que girarme para mantenerla en mi punto de vista. Me embargó la tensión y se extendió a todos mis músculos, uno a uno. Se detuvo bajo un rayo de sol. La luz centelleaba en su malla negra como si fuese aceite. Tenía el pelo suelto. La gomilla negra estaba tirada en el suelo entre las dos desde que se la había arrancado accidentalmente.

 

—Eso es lo malo de ti, Rachel —dijo causando un eco con su suave voz—. Siempre lo dejas cuando empieza a ponerse interesante. Eres una provocadora, una maldita provocadora.

 

—?Cómo dices? —pregunté a la vez que se me cerraba la boca del estómago. Sabía qué estaba diciendo, y me daba un miedo de muerte. Su cara se tensó. Prevenida, me preparé al ver que se lanzaba contra mí. Bloqueé sus pu?etazos y la aparté con una patada dirigida a sus rodillas.

 

—?Déjalo ya, Ivy! —grité cuando saltó fuera de mi alcance—. ?He dicho que no quiero seguir!

 

—No, no se ha terminado. —Su voz lúgubre me envolvió como la seda—. Estoy intentando salvarte la vida, brujita. Un vampiro malvado y fuerte no se va a detener porque tú se lo pidas. Va a seguir atacándote hasta que consiga lo que quiere o lo ahuyentes. Te voy a salvar la vida… de una manera u otra. Me lo agradecerás cuando acabe.

 

Se abalanzó hacia delante. Me atrapó un brazo, lo retorció e intentó tirarme al suelo. Respiré con dificultad y le di una patada en las piernas por debajo. Ambas caímos y me quedé sin respiración. Me entró el pánico. La empujé y rodé hasta ponerme en pie.

 

De nuevo me la encontré a dos metros y medio de mí… asediándome. Sus movimientos se habían empapado de un sutil acaloramiento. Tenía la cabeza gacha y me miraba a través del pelo. Tenía la boca entreabierta y casi podía ver su aliento al exhalar. Me retiré. Mi miedo aumentó al ver que el círculo marrón de sus ojos se había vuelto negro. Maldición. Tragué saliva y me pasé una mano por encima, absurdamente intentando quitarme su sudor de encima. No tenía que haber saltado sobre ella. Tenía que quitarme su olor de encima y rápido. Me toqué con los dedos la cicatriz de demonio del cuello y se me cortó la respiración. Me cosquilleaba por las feromonas que Ivy estaba liberando en el aire. Doble maldición.

 

—Para, Ivy —dije y maldije el temblor que surgió en mi voz—. Hemos terminado. —Sabiendo que mi vida dependía de lo que pasase en los siguientes segundos, le di la espalda en una falsa demostración de confianza. O llegaba hasta mi habitación con sus dos pestillos en la puerta o no.

 

Se me erizó el pelo de la nuca al pasar junto a ella. El corazón me palpitaba con fuerza y contuve la respiración. Ella no hizo nada. Me acercaba al pasillo y dejé escapar el aire.

 

—No, no hemos terminado —musitó.

 

El sonido del aire al moverse me hizo girarme. Ivy me atacó en silencio y con los ojos completamente negros. Esquivé sus golpes por puro instinto. No se estaba ni siquiera esforzando. Me agarró un brazo y grité de dolor cuando me obligó a darme la vuelta, apretando mi espalda contra ella. Me incliné hacia delante en un intento por soltarme. Cuando apretó más los brazos y se inclinó para mantener el equilibrio, eché la cabeza hacia atrás violentamente para golpearla en la barbilla Ivy gru?ó y me soltó, tambaleándose hacia atrás. La adrenalina se me disparó Ivy estaba entre mis hechizos y yo. Si optaba por la puerta principal, no lo conseguiría. No debí ponerme tan agresiva. Ivy se regía por sus instintos y la había forzado demasiado.

 

Me quedé de pie, observando cómo se detenía bajo un rayo de sol y empezaba a balancearse. Parada de lado, inclinó la cabeza y se tocó la comisura de la boca. El estómago se me hizo un nudo cuando vi que su dedo aparecía manchado de sangre. Su mirada se cruzó con la mía mientras se frotaba la sangre entre los dedos y me sonreía. Me estremecí al ver sus afilados colmillos.

 

—?A primera sangre, Rachel?

 

—?Ivy, no! —grité cuando me embistió. Me alcanzó antes de que pudiese dar ni un paso. Me agarró por el hombro y me lanzó hacia la parte frontal de la iglesia. Golpeé contra la pared donde antes había estado el altar y me deslicé hasta el suelo. Luché por respirar mientras ella se acercaba hacia mí. Me dolía todo. Sus ojos eran dos pozos negros. Sus movimientos eran suaves y poderosos. Intenté rodar para huir, pero ella me atrapó, tirando de mí hacia arriba.

 

Kim Harrison's books