Bruja blanca, magia negra

A la AFI se le daba genial recabar información, incluso mejor que a la SI. Lo más probable es que se debiera a que la organización, dirigida por humanos, se veía obligada a confiar en la recogida de pruebas porque no podían peinar la escena del crimen en busca de emociones ni utilizar hechizos mágicos para descubrir quién y por qué había cometido el asesinato. No obstante, a cualquiera se le podía pasar algo por alto, y esa era una de las razones por las que estaba allí. La otra era porque necesitaba recordar, pero, una vez allí, estaba asustada. Me di un golpe en la cabeza… justo allí.

 

Ford se colocó detrás de mí, observando cómo escudri?aba la sala de estar, con su techo bajo, que iba de un extremo a otro de la embarcación. Todo tenía un aspecto normal allí, a excepción del perfil inmóvil de los edificios de Cincy que se extendía por el horizonte y que se veía a través de las estrechas ventanas. En ese momento sentí que se me encogía el estómago y puse mi mano sobre él. Tenía que hacerlo, independientemente de lo que consiguiera recordar.

 

—Lo que quiero decir —insistió Ford metiéndose las manos en los bolsillos— es que dispongo de otros métodos para recuperar la memoria.

 

—?Te refieres a la meditación? —pregunté, avergonzada por haberme quedado dormida en su despacho. Sintiendo lo que empezaba a parecer un dolor de cabeza generado por el estrés, dejé atrás el sofá en el que Kisten y yo habíamos estado cenando, la televisión que apenas captaba se?al, aunque en realidad tampoco estábamos muy interesados en verla, y la húmeda barra. Cuando me encontraba a pocos centímetros de la pared, que no había sufrido ningún desperfecto, la mandíbula empezó a dolerme. Lentamente apoyé la mano en el lugar donde había golpeado mi cabeza, y contraje los dedos cuando me di cuenta de que habían comenzado a temblar. Mi cabeza chocó contra el muro. ?Quién me empujó? ?Kisten? ?Su asesino? Sin embargo, solo recordaba algunos hechos inconexos. Nada más.

 

Me di la vuelta al mismo tiempo que introducía la mano en el bolsillo para ocultar el ligero temblor. En aquel momento solté un suspiro que formó una tenue nube de vaho y me arrebujé el abrigo. Hacía un buen rato que había pasado el tren y detrás de la cortina apenas se oía ningún ruido salvo el golpeteo de uno de los toldos azules. El instinto me decía que Kisten no había muerto en aquella habitación. Tenía que adentrarme aún más.

 

Ford no dijo nada cuando me aventuré a ciegas en el lóbrego y estrecho pasillo, a pesar de que, mientras mis pupilas se adaptaban, no logré ver nada. El corazón empezó a latirme con fuerza cuando pasé junto al minúsculo cuarto de ba?o en el que me había estado probando las afiladas fundas de colmillos que Kisten me regaló por mi cumplea?os, y aminoré el paso escuchando mi cuerpo y dándome cuenta de que estaba frotándome las yemas de los dedos mientras ardían.

 

Entonces sentí un cosquilleo en la piel y me detuve, mirándome fijamente los pies y reconociendo el recuerdo de sentir aquella alfombra bajo ellos, calientes por la fricción. Contuve la respiración y afloró un nuevo recuerdo, fruto de una sensación que hacía tiempo que se había desvanecido. Terror, indefensión. Alguien me arrastró por este pasillo.

 

Una punzada del pánico que había sentido intentó abrirse paso, y la sofoqué, obligándome a soltar poco a poco todo el aire de los pulmones. Las marcas que había dejado habían desaparecido de la moqueta después de que la AFI hubiera pasado la aspiradora en busca de pruebas, y también de mi memoria por culpa de un hechizo. El único que había recordado era mi cuerpo y, a partir de aquel momento, también yo.

 

Ford se mantuvo detrás de mí sin decir nada. Era consciente de que algo se estaba abriendo paso a través de mi mente. Delante tenía la puerta de mi dormitorio, y el miedo se hizo aún más intenso. Allí era donde había sucedido todo. El lugar donde había yacido el cuerpo de Kisten, brutalmente desgarrado, desplomado sobre la cama, con los ojos plateados y verdaderamente muerto. ?Qué pasará si acabo recordándolo todo y me derrumbo, aquí mismo, delante de Ford?

 

—Rachel.

 

Sorprendida, di un respingo, y Ford se estremeció.

 

—Hay otras formas de hacerlo —insistió—. La meditación no funcionó, pero es posible que consigamos algo con la hipnosis. Resulta menos estresante.

 

Sacudiendo la cabeza, me adelanté y extendí la mano para agarrar el picaporte del dormitorio de Kisten. Aquellos dedos, pálidos y fríos, se parecían a los míos, pero no lo eran.

 

La hipnosis proporcionaba una falsa calma que aplazaría la sensación de pánico hasta el momento en que me encontrara sola, en mitad de la noche.

 

—Estoy bien —declaré justo antes de empujar la puerta. Después inspiré profundamente y entré.