—Rachel…
Al llegar al puente, Ford alargó el brazo y, antes de que quisiera darme cuenta, me obligó a detenerme. Llevaba guantes para protegerse del frío y apenas me había tocado el abrigo, pero sirvió para que me diera cuenta de lo disgustado que estaba. Los rayos hacían brillar sus oscuros cabellos y tenía los ojos gui?ados por la luz del sol. El viento helado le revolvía el flequillo y busqué la expresión de su cara deseando encontrar una razón para contarle lo que había logrado recordar, un motivo para dejar a un lado la distinción entre humanos e inframundanos y permitir que me ayudara. Por detrás de él se extendía la ciudad de Cincinnati, con todo su confuso y confortable desorden, sus calles demasiado estrechas y sus colinas demasiado pronunciadas, y percibía la sensación de seguridad que generaba el que hubiera tantas vidas enredadas entre sí.
Entonces bajé la vista y me quedé mirando los restos de una hoja aplastada que el viento había arrastrado hasta mis pies. Ford relajó los hombros cuando vio que mi determinación empezaba a flaquear.
—Recuerdo solo algunos retazos —dije, y él cambió de posición, arrastrando sus pies por los tablones de madera pulida—. Antes de que le diera una patada al marco, el asesino de Kisten me tiró del pelo y me deshizo la trenza. Los ara?azos de la pared, los que están junto al armario, son míos. Solo recuerdo haberlos hecho, pero no de quién estaba intentando… librarme.
Seguidamente apreté el pu?o, y lo metí en el bolsillo dejando la caja de cartón bajo el brazo.
—La bola de pintura es mía. Recuerdo haberla disparado —dije con la garganta tensa mientras le miraba a los ojos y descubría que estaban cargados de comprensión—. Estaba apuntando al otro vampiro, no a Kisten. Tenía… tenía unas manos muy grandes.
Una nueva punzada de miedo me atravesó y estuve a punto de perder el control cuando recordé la sutil sensación de unos gruesos dedos sobre mi mandíbula.
—Quiero que vengas a verme ma?ana —dijo Ford con el ce?o fruncido por la preocupación—. Ahora que tenemos un punto de partida, la hipnosis podría ayudarte a encajar todas las piezas.
?Encajar todas las piezas? ?Tenía idea de lo que me estaba pidiendo?
Mi rostro se quedó lívido de golpe, y me zafé de él.
—?No!
No tenía ni idea de lo que podía salir a la luz si Ford me adormecía.
Decidida a escapar de allí, pasé por debajo de la barandilla y accedí a la escalerilla. Marshal me estaba esperando abajo, con su descomunal todoterreno, y estaba deseando meterme dentro, con la calefacción encendida, para ver si lograba alejarme del frío que las palabras de Ford habían provocado. Entonces vacilé, preguntándome si debía tirar la caja de cartón o seguir sujetándola bajo el brazo.
—?Rachel, espera!
En aquel momento oí cómo volvía a echar el cerrojo y, sin soltar la caja, empecé a bajar, con la vista puesta en el lateral de la embarcación. Contemplé la posibilidad de retirar la escalerilla y dejarlo allí tirado, pero lo más probable es que lo incluyera en su informe. Además, podía usar el móvil.
Finalmente llegué al suelo. Con la cabeza gacha, pisé la nieve medio derretida y me dirigí hacia el coche de Marshal, que estaba aparcado detrás del de Ford en medio del laberinto de barcos incautados. Marshal se había ofrecido a llevarme hasta allí después de que me quejara durante un partido de hockey de que mi coche, que no era muy adecuado para conducir con nieve, se había quedado atascado por culpa de los surcos y el hielo, y yo había aceptado.
Me sentía culpable por rechazar la ayuda que Ford me estaba ofreciendo. Quería averiguar la identidad del vampiro que había matado a Kisten y había intentado atarme a él, pero había cosas que prefería reservarme para mí, como el hecho de haber sobrevivido a una enfermedad de la sangre, bastante común pero letal, que también era el motivo por el cual podía utilizar la magia demoníaca; o a qué se dedicaba mi padre en sus ratos libres; o por qué mi madre había estado a punto de volverse loca evitando que descubriera que el hombre que me había criado y mi padre biológico no eran la misma persona.