En aquel momento le sonreí débilmente, y Ford se desabrochó los botones de la parte superior de su abrigo dejando al descubierto una profesional camisa de algodón y el amuleto que llevaba mientras trabajaba. El hechizo metálico de líneas luminosas era una prueba visual de las emociones que percibía. A decir verdad, era capaz de captarlas tanto si lo llevaba como si no, pero cuando se lo quitaba, la gente que lo rodeaba se hacía la ilusión de disponer de algo de privacidad al menos. A Ivy, mi socia y compa?era de piso, le parecía una estupidez intentar desarticular la brujería con psicología humana para que recuperara la memoria, pero estaba desesperada. Hasta aquel momento, sus esfuerzos por averiguar quién había matado a Kisten no habían dado ningún resultado.
El alivio de Ford por encontrarse entre cuatro paredes era palpable y, al ver que finalmente soltaba la mesa, a la que había estado agarrado con fuerza, me encaminé hacia la estrecha puerta que conducía a la sala de estar y al resto de la embarcación. Aunque era débil, el olor a vampiro y a pasta me golpeó de lleno, y un recuerdo avivó mi imaginación. Habían pasado cinco meses.
Con la mandíbula apretada, mantuve la mirada fija en el suelo para no tener que ver el destrozado marco de la puerta. La moqueta de pelo corto estaba cubierta de manchas, unas marcas dejadas por la falta de tacto de gente que no conocía a Kisten, que nunca lo había visto sonreír, que ignoraba la forma en que se reía o cómo entornaba los ojos cuando me daba una sorpresa. Técnicamente, la muerte de un inframundano en la que no se había visto envuelto ningún humano quedaba fuera de la jurisdicción de la AFI, pero dado que a la SI no le importaba nada que mi novio se hubiera convertido en un regalo de sangre, la AFI había hecho una excepción conmigo.
El asesinato no había sido eliminado de los registros, pero la investigación había sido archivada oficialmente. Aquella era la primera vez que tenía oportunidad de acceder a la embarcación para intentar recuperar la memoria. Alguien me había dejado una marca en el interior del labio cuando intentaba atarme a él. Alguien había asesinado a mi novio en dos ocasiones. Y ese alguien iba a recibir su merecido en cuanto averiguara su identidad.
Con un nudo en el estómago, miré por encima del hombro de Ford, en dirección a la ventana donde había estado la mancha de sangre, dejada como una se?al para burlarse de mi dolor pero sin ninguna huella que seguir. Cobarde.
El amuleto que rodeaba el cuello de Ford emitió un negro destello en respuesta a mi enfado. En el momento en el que nuestras miradas se cruzaron, descubrí que tenía las cejas arqueadas, y me forcé a controlar mis emociones. Joder. No recordaba nada de nada. Jenks, mi ayudante y mi otro socio, me había administrado una poción que me hizo perder la memoria para que no saliera corriendo tras el asesino de Kisten, pero no lo culpaba por ello. El pixie apenas medía diez centímetros y había sido la única manera de evitar que me embarcara en una misión suicida. Yo era una bruja con un mordisco de vampiro no reclamado y, te pongas como te pongas, no tenía nada que hacer contra un vampiro no muerto.
—?Estás segura de poder afrontarlo? —me preguntó Ford. Me obligué a quitar la mano de la parte superior de mi brazo. Otra vez. Sentía un dolor punzante que había desaparecido hacía tiempo mientras un recuerdo intentaba abrirse paso hacia la superficie. El miedo empezó a revolverse en mi interior. El recuerdo de encontrarme al otro lado de la puerta intentando echarla abajo no era nuevo para mí. De hecho, era prácticamente el único recuerdo que tenía de aquella noche.
—Quiero saber —respondí, a pesar de que hasta yo misma me di cuenta de que me temblaba la voz. Había abierto la maldita puerta de una patada, usando el pie en vez del brazo porque me dolía tanto que no podía moverlo. Al final había conseguido derribarla, con el pelo cubriéndome los ojos y la boca mientras lloraba a lágrima viva.
Un nuevo recuerdo se a?adió a lo que ya sabía, y el pulso se me aceleró cuando evoqué mi caída hacia atrás, contra la pared. Mi cabeza golpeó una pared. Conteniendo la respiración, paseé la mirada por la sala de estar y me quedé mirando los monótonos paneles. Justo allí. Sí. Lo recuerdo.
Ford se colocó a una distancia inusualmente corta para su costumbre.
—No tienes por qué hacerlo de este modo.
Sus ojos estaban cargados de compasión. No me gustaba ser el objeto de aquel sentimiento, y su amuleto adquirió una tonalidad plateada cuando reuní fuerzas y atravesé el umbral de la puerta.
—Sí —respondí con descaro—. Aunque no consiga recordar nada, es posible que a los chicos de la AFI se les escapara algo.