—Si hubieran soltado a Piscary, Rachel habría muerto a primera hora de la ma?ana —explicó mientras vertía el zumo—. ?Así que ahora es el familiar de un demonio? ?Y qué? Ella ha dicho que el demonio no puede utilizarla, a menos que la arrastre a siempre jamás. Y está con vida. No puedes hacer nada si estás muerto. —Tomó un sorbo de su bebida—. A no ser que seas un vampiro.
Jenks emitió un sonido de desagrado y voló hasta una esquina de la sala para enfurru?arse. Jih aprovechó la oportunidad para salir revoloteando hasta esconderse tras el cucharón que colgaba de la encimera central; las puntas de sus alas lucían un rojo brillante sobre el borde cobrizo.
Los ojos marrones de Ivy se encontraron con los míos por encima de su vaso. Su rostro perfectamente ovalado estaba casi inexpresivo, al ocultar sus emociones tras la fría fachada de indiferencia que mantenía cuando había alguien en la habitación aparte de nosotras dos, incluyendo a Jenks.
—Me alegro de que saliera bien —afirmó al dejar el vaso sobre la encimera—. ?Te encuentras bien?
Asentí, advirtiendo su alivio en el ligero temblor de sus largos dedos de pianista. Ella jamás me diría lo preocupada que había estado, y me pregunté durante cuánto tiempo habría permanecido en el pasillo, escuchando y recapacitando. Sus ojos parpadearon repetidas veces y apretó los dientes en un esfuerzo por apagar su emoción.
—No sabía que era esta noche —dijo con suavidad—. No me habría marchado.
—Gracias —respondí, pensando que Jenks estaba en lo cierto. Había sido estúpida al no contárselo. Solo que no estaba acostumbrada al cari?o de nadie, salvo el de mi madre.
Ceri observaba a Ivy con una profunda y enigmática atención.
—?Compa?era? —aventuró, e Ivy le prestó su atención a la peque?a mujer.
—Sí —afirmó Ivy—. Compa?era. ?Y a ti qué te importa?
—Ceri, esta es Ivy —le dije mientras la chica se ponía de pie.
Ivy frunció el entrecejo al advertir que el estado de minucioso orden en que mantenía su escritorio había sido alterado.
—Era el familiar del Gran Al —la avisé—. Necesita unos días para hacerse a esto, eso es todo.
Jenks emitió un punzante sonido con sus alas, e Ivy me dedicó una reveladora mirada; su expresión cambió a una incómoda desconfianza cuando Ceri se situó ante ella. La peque?a mujer observaba a Ivy desconcertada.
—Eres un vampiro —le dijo, estirando el brazo para tocar su crucifijo.
Ivy saltó hacia atrás con una rapidez sorprendente; sus ojos se volvieron negros.
—?Oye, oye, oye! —espeté al situarme entre ellas, lista para actuar—. Tranquilízate, Ivy. Ha estado en siempre jamás durante unos mil a?os. Puede que no haya visto nunca a un vampiro vivo. Creo que es inframundana, pero huele igual que siempre jamás, por lo que Jenks no puede saber lo que es. —Vacilé comunicándole con los ojos y mi última frase que Ceri era una elfa y, por lo tanto, una bomba de relojería en lo que a magia se refería.
Las pupilas de Ivy se habían dilatado hasta casi tornarse en un total negro vampiro. Su postura era amenazadora e insinuante, pero acababa de saciar su ansia de sangre, por lo que también era capaz de escuchar. Le lancé una rápida mirada a Ceri, y me alegré al ver que, sabiamente, no se había movido.
—?Todo bien por aquí? —inquirí, exigiendo con mi voz que ambas se calmaran.
Con sus finos labios apretados, Ivy se giró, dándonos la espalda. Jenks aterrizo sobre mi hombro.
—Bien hecho —afirmó—. Veo que tienes a los perros bien sujetos.
—?Jenks! —espeté, y supe que Ivy lo había oído cuando sus nudillos se tornaron blancos alrededor del vaso. Aparté a Jenks de un manotazo y él, riéndose, se elevó para volver a descender hasta mi hombro.
Ceri permanecía con los brazos confiadamente en su lugar, contemplando como Ivy se ponía más y más nerviosa.
—Ohhhhhhhh —pronunció Jenks de forma deliberadamente pausada—. Tu nueva amiga va a hacer algo.
—?Eh? ?Ceri? —pregunté; mi corazón latía con fuerza mientras la mujer menuda se acercaba a Ivy junto al fregadero, claramente llamando su atención.
Ivy se volvió hacia ella con el rostro pálido y tenso por la rabia contenida.
—?Qué? —dijo sin un ápice de emoción.
Ceri inclinó su cabeza ceremoniosamente, sin apartar ni un momento sus ojos verdes de los de Ivy, que se dilataban lentamente recuperando su color marrón.
—Te pido disculpas —expresó con su alta y clara voz, pronunciando cuidadosamente cada sílaba—. Te he menospreciado. —Su atención cayó sobre el ornamentado crucifijo de Ivy, que colgaba de una cadena de plata alrededor de su cuello—. ?Eres una guerrera vampiro y aun así puedes llevar la cruz?
Ceri sacudió su mano, y entonces supe que deseaba tocarla. Y también Ivy lo sabía. Me limité a observar, incapaz de intervenir, mientras Ivy se volvía para encararla. Con sus caderas inclinadas, le echó un vistazo más profundo a Ceri, observando sus lágrimas secas, su elegante vestido de baile, sus pies desnudos y su evidente orgullo y altivas maneras. Contuve la respiración cuando Ivy se quitó el crucifijo; la cadena le empujaba el cabello hacia delante al sacárselo del cuello.