Antes bruja que muerta

Las alas de Jenks se detuvieron, cambiando de azul a rojo.

 

—Ya —repitió—. ?Pero de qué especie? Mira, yo soy un pixie, y Rachel es una bruja. Tú eres…

 

—Ceri —insistió.

 

—Eh, Jenks —le dije, al tiempo que los ojos de la chica se entrecerraban. Los pixies no habían logrado averiguar qué eran los Kalamack en toda la existencia de la familia. Averiguarlo le daría a Jenks más prestigio en el mundo pixie que si eliminase a un clan de hadas al completo por sí solo. Advertí que se encontraba al límite de su paciencia cuando aleteó para elevarse por detrás de ella.

 

—?Maldita sea! —exclamó Jenks, con frustración—. ?Qué demonios eres, mujer?

 

—?Jenks! —grité alarmada cuando la mano de Ceri surgió como un rayo, atrapándolo. Jax, su hijo, dejó escapar un aullido, dejando una nube de polvo de pixie al salir volando hacia el techo. La hija mayor de Jenks, Jih, miró desde detrás de la arcada del techo, con un destello rosado en sus alas.

 

—?Oye! ?Suéltame! —exclamó Jenks. Sus alas se agitaron furiosamente, pero no pudo escapar a ninguna parte. Ceri tenía cogidos sus pantalones entre el pulgar y el índice. Sus reflejos eran incluso mejores que los de Ivy si tenía el suficiente control para ser así de precisa.

 

—Soy Ceri —dijo, apretando sus finos labios mientras Jenks continuaba atrapado—. Y hasta mi demonio captor tenía el suficiente respeto como para no maldecir en mi presencia, peque?o guerrero.

 

—Sí, se?ora —respondió Jenks, de forma sumisa—. ?Puedo Irme ya?

 

Ceri elevó una de sus pálidas cejas, una destreza que yo envidiaba, y luego me miró esperando una orden. Asentí enérgicamente, todavía impresionada de lo rápida que había sido. Ceri lo soltó sin mostrar sonrisa alguna.

 

—Supongo que no eres tan lenta como creía —espetó Jenks, malhumorado.

 

El disgustado pixie me trajo su aroma a fertilizante al retirarse hacia mi hombro; fruncí el ce?o cuando le di la espalda a Ceri para buscar a tientas una tetera bajo la encimera. Oí el suave y familiar tintineo de los bolígrafos, y comprendí que era Ceri ordenando el escritorio de Ivy. Aquellos siglos de esclavitud volvían a aparecer. La mezcla de humilde servidumbre y súbito orgullo en esa mujer hacía que no supiera cómo tratarla.

 

—?Quién es? —me susurró Jenks al oído.

 

Me agaché para rebuscar en la alacena y di con una tetera de cobre tan deslustrada que era casi granate.

 

—Era el familiar del Gran Al.

 

—?El Gran Al! —chilló el pixie, antes de elevarse y aterrizar sobre el grifo—. ?Es eso lo que estabas haciendo allí? ?Por los calzones de Campanilla, Rachel, te estás volviendo peor que Nick! ?Sabes que eso es peligroso!

 

Ahora podía contárselo. Ahora que se había acabado. Consciente de que Ceri escuchaba detrás de nosotros, eché agua a la tetera y la removí en su interior para enjuagarla.

 

—El Gran Al no accedió a testificar contra Piscary por la bondad de su corazón. Tuve que pagar por ello.

 

Con una seca sacudida de sus alas, Jenks se movió hasta situarse delante de mí. Su rostro reflejó sorpresa, incredulidad y luego rabia.

 

—?Qué le prometiste a ese tipo? —preguntó con frialdad.

 

—No es un hombre, es una cosa —respondí—. Y ya está hecho. —No era capaz de mirarle a la cara—. Le prometí convertirme en su familiar siempre que me permitiese conservar mi alma.

 

—?Rachel! —Una cascada de polvo de pixie iluminó el fregadero—. ?Cuándo? ?Cuándo va a venir a por ti? Tenemos que encontrar una forma de escapar. ?Tiene que haber algo! —Voló dejando una brillante estela hasta mis libros de hechizos, bajo la encimera central, y volvió—. ?Pone algo en tus libros? Llama a Nick. ?él lo sabrá!

 

Molesta por su aleteo, tiré el agua del fondo de la tetera. Los tacones de mis botas resonaron con fuerza sobre el suelo de linóleo al cruzar la cocina. El gas prendió con un bufido y mi rostro se acaloró de vergüenza.

 

—Es demasiado tarde —repetí—. Soy su familiar. Pero el vínculo no es lo bastante fuerte para que me utilice si me encuentro a este lado de las líneas luminosas y, mientras pueda evitar que me arrastre a siempre jamás, no habrá problema. —Me volví desde la hornilla para encontrar a Ceri, sentada ante el ordenador de Ivy, mirándome con una profunda admiración—. Puedo negarme. Está hecho.

 

Jenks se plantó ruidosamente frente a mí.

 

—?Por qué, Rachel? Encerrar a Piscary no vale tanto.

 

—?No tuve elección! —Frustrada, me crucé de brazos y me incliné sobre la encimera—. Piscary estaba intentando matarme y, de salir con vida, quería tenerlo entre rejas, no en libertad para que viniera de nuevo a por mí. Se acabó. El demonio no puede utilizarme. He enga?ado a esa cosa.

 

—A ese —corrigió Ceri suavemente, y Jenks se giró. Me había olvidado de que ella estaba allí, tan silenciosa—. Al es varón. Los demonios hembra no permiten que las arrastren al otro lado de las líneas. Así es como puedes saberlo. Sobre todo.