El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Thomas vaciló y negó con la cabeza, confundido. Alby parpadeó un instante mientras continuaba. Era como si estuviera pensando en mil cosas que preferiría estar haciendo en vez de estar allí. Se?aló el rincón noreste, donde estaban situados los campos y los árboles frutales.

—Los Huertos, donde tenemos los cultivos. El agua llega a través de unas tuberías en el suelo. Siempre han estado ahí o, si no, nos hubiéramos muerto de hambre hace mucho tiempo. Aquí nunca llueve. Nunca —se?aló hacia el rincón sureste, hacia los establos y los corrales de los animales—. La Casa de la Sangre, donde criamos y sacrificamos a los animales —se?aló la lamentable residencia—. La Hacienda, un estúpido lugar que es el doble de grande que cuando llegamos aquí, porque seguimos a?adiéndole cosas cuando nos mandan madera y otras cloncs. No es bonito, pero hace su función. Aunque muchos de nosotros dormimos fuera.

Thomas se sintió mareado. Tenía tantas preguntas en la cabeza que no podía controlarlas. Alby se?aló hacia el rincón suroeste, la zona boscosa revestida de bancos y varios árboles enfermos.

—A eso lo llamamos los Muertos. El cementerio está en esa esquina, en la espesura del bosque. Y no hay mucho más. Puedes ir allí a sentarte y descansar, a pasar el rato o lo que sea —se aclaró la garganta, como si quisiera cambiar de tema—. Pasarás las próximas dos semanas trabajando con un guardián diferente hasta que sepamos qué se te da mejor: ser un deambulante, un ladrillero, un embolsador, un excavador… Seguro que en algo te colocamos. Vamos.

Alby caminó hacia la Puerta Sur, situada entre lo que había llamado los Muertos y la Casa de Sangre. Thomas le siguió y arrugó la nariz al venirle el olor a estiércol de los corrales de los animales.

??Un cementerio? —pensó—. ?Por qué necesitan un cementerio en un sitio que está lleno de adolescentes??.

Aquello le molestó incluso más que no conocer algunas de las palabras que Alby continuaba diciendo, como deambulante y embolsador y que no sonaban nada bien. De nuevo estuvo a punto de interrumpir a Alby, pero mantuvo la boca cerrada.

Frustrado, centró su atención en los corrales de la Casa de la Sangre. Varias vacas mordisqueaban y masticaban el heno verdoso que había en un comedero. Los cerdos holgazaneaban en un barrizal y de vez en cuando movían el rabo, la única se?al de que estaban vivos. En otro corral había ovejas; también había un gallinero y jaulas con pavos. Los trabajadores iban de aquí para allá y parecía que llevaran toda su vida en una granja.

??Por qué me acuerdo de estos animales??, se preguntó Thomas. No veía nada nuevo ni interesante en ellos. Sabía cómo se llamaban, lo que solían comer y qué aspecto tenían. ?Por qué ese tipo de cosas aún estaban alojadas en su memoria, pero no dónde había visto antes esos animales o con quién? Su pérdida de memoria le desconcertaba debido a su complejidad.

Alby se?aló el gran establo que había en el rincón, cuya pintura roja descolorida se había quedado de un tono mate oxidado.

—Allí es donde trabajan los cortadores. Eso sí que es desagradable. Asqueroso. Si te gusta la sangre, puedes convertirte en cortador.

Thomas negó con la cabeza. Lo de ser cortador tenía muy mala pinta. Mientras seguían caminando, centró su atención en el otro lado del Claro, en la parte que Alby había llamado los Muertos. Los árboles eran más espesos y densos conforme se adentraban en aquella esquina, estaban más vivos y llenos de hojas. Unas sombras oscuras cubrían las profundidades de la zona boscosa, a pesar de la hora que era. Thomas alzó la vista, entrecerrando los ojos para ver el sol, que por fin era visible, aunque tenía un aspecto extra?o; era más anaranjado de lo normal. Y pensó que aquel era otro ejemplo de lo extra?a que era la memoria selectiva que tenía.

Volvió la mirada hacia los Muertos, con un disco brillante todavía en la retina. Parpadeó para que desapareciera y, de repente, volvió a ver las luces rojas que titilaban y se deslizaban en la oscuridad del bosque.

??Qué son esas cosas??, se preguntó, irritado porque Alby no le había contestado antes. Tanto secreto le molestaba.

Alby se detuvo y Thomas se sorprendió al ver que habían llegado a la Puerta Sur. Los dos muros que flanqueaban la salida se elevaban por encima de sus cabezas. Los gruesos bloques de piedra gris estaban agrietados y cubiertos de hiedra, tan antiguos como ninguna otra cosa que Thomas pudiera imaginar. Estiró el cuello para ver la parte superior de los muros, pero su mente empezó a dar vueltas con la extra?a sensación de que estaba mirando hacia abajo, no hacia arriba. Retrocedió un paso tambaleándose, sobrecogido una vez más por la estructura de su nuevo hogar, y luego volvió a centrar su atención en Alby, que estaba de espaldas a la salida.