Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Al fin, se decidió por un amplio colgante de platino parecido a un peto, tachonado de zafiros alrededor de una única y enorme perla. La pieza estaba dise?ada para abrocharla alrededor del cuello del dragón con una cadena que se podía alargar cuando creciera Temerario. El precio era exorbitante, pero aunque suponía un derroche de dinero, firmó el cheque impávido y luego esperó a que un muchacho certificara el importe en el banco para poderse llevar de inmediato la pieza envuelta, no sin ciertas dificultades debido al peso.

 

Dirigió sus pasos directamente al puesto aéreo, a pesar de que faltaba una hora para el momento concertado del encuentro. Levitas continuaba desatendido en la misma polvorienta pista de aterrizaje con la cola enroscada a su alrededor. Parecía cansado y solitario. Había un reba?o de ovejas encerradas en un redil contiguo al puesto. Laurence ordenó que mataran una y se la llevaran al dragón, con quien se sentó y habló en voz baja hasta la vuelta de Rankin.

 

El viaje de regreso fue algo más lento que el de la ida. Rankin habló con frialdad al dragón cuando tomaron tierra. Laurence colmó de elogios y palmadas a Levitas, sin importarle ya que pudiera parecer maleducado al hacerlo. No sirvió de mucho, y se sintió abatido al ver al peque?o Winchester acurrucarse silencioso en un rincón del patio después de que su cuidador hubiera entrado en el edificio. El Mando Aéreo había entregado Levitas a Rankin y Laurence carecía de autoridad para corregir al aviador, que tenía más rango que él.

 

El nuevo arnés de Temerario estaba cuidadosamente colocado sobre un par de bancos junto a un lateral del patio. La amplia abrazadera del cuello lucía su nombre con remaches de plata. El dragón volvía a estar sentado fuera, mirando el tranquilo valle del lago, que gradualmente se sumía en sombras conforme el sol vespertino se hundía en el oeste. Tenía ojos pensativos y un poco tristes. Laurence acudió a su lado de inmediato con los pesados paquetes.

 

El júbilo de Temerario al ver el colgante fue tan grande que sólo verlo le levantó también los ánimos al propio Laurence. El platino relucía deslumbrante sobre su piel oscura. Una vez que lo tuvo puesto, lo ladeó con un golpe de la pata derecha para contemplar la gran perla con enorme satisfacción. Sus pupilas se ensancharon enormemente para poder examinarla mejor.

 

—Me encantan las perlas, Laurence —dijo, acariciándole con agradecimiento—. Son preciosas, pero ?no son demasiado caras?

 

—Cada penique invertido merece la pena por verte tan guapo —le aseguró Laurence; lo que realmente quería decir es que cada penique merecía la pena por verle feliz—. Me han entregado mi parte por la captura del Amitié, por lo que voy bien de dinero. La verdad es que todo esto es por ti, ya sabes, la mayor parte procede de la prima por haber arrebatado tu huevo a los franceses.

 

—Bueno, no tuve nada que ver, aunque me alegra mucho que fuera así —contestó Temerario—. Estoy seguro de que ningún capitán francés me hubiera gustado la mitad que tú. Laurence, qué contento estoy; ninguno de los dragones tiene nada que sea tan bonito.

 

Se abrazó a Laurence con un hondo suspiro de satisfacción.

 

Laurence se subió al pliegue del codo de una pata y se sentó a darle unas palmaditas y disfrutar de cómo Temerario se regodeaba con su pendiente. Por supuesto, algún aviador francés tendría ahora a Temerario si la fragata no se hubiera retrasado y la hubieran apresado. Laurence no se había detenido a pensar hasta entonces en lo que podría haber sucedido. Lo más probable es que aquel piloto estuviera maldiciendo la buena suerte que él había tenido. Sin duda, los franceses ya se habían enterado de la captura del huevo aun cuando ignorasen que del mismo había salido un Imperial y que lo habían enjaezado con éxito.

 

Alzó la vista para contemplar al dragón, que no dejaba de pavonearse, y sintió cómo se aliviaba el pesar y la ansiedad. En comparación con aquel infeliz aviador, no se podía quejar de lo que le había deparado aquel giro del destino.

 

—También te he traído algunos libros —anunció—. ?Empiezo a leerte algo de Newton? He encontrado una traducción de su libro sobre principios matemáticos, aunque ya te aviso de que lo más probable es que sea incapaz de encontrar sentido alguno a lo que lea. Nunca se me dieron bien las matemáticas más allá de lo que mis profesores consiguieron hacerme comprender para la navegación.

 

—Por favor, lee —le animó Temerario, que apartó la vista de su nuevo tesoro durante un instante—. Estoy seguro de que juntos podremos desentra?ar las dificultades, sean las que sean.

 

 

 

 

 

Capítulo 7

 

 

A la ma?ana siguiente, Laurence se levantó temprano y desayunó solo para disponer de un poco de tiempo antes del comienzo de los entrenamientos. La noche anterior había examinado con detenimiento el nuevo arnés, estudiando cada puntada, comprobando si estaba bien hecha o no, y revisando cada una de las sólidas anillas. Temerario le había asegurado también que el nuevo equipo era muy cómodo y que los operarios habían atendido con sumo celo sus deseos. Se sentía obligado a tener un detalle, por lo que había hecho algunos cálculos y ahora se dirigía hacia los talleres.

 

Hollin ya se había levantado y estaba trabajando en su compartimiento. Salió en cuanto atisbo a Laurence.

 

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