Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

—Se?or Cash... —empezó a decir la rectora, tratando de seguir manteniendo la calma.

Aegan se preparó para rebatirla. Nosotras estábamos embelesadas con la ridícula discusión. Era divertido ver a la rectora tragarse las palabras solo porque Aegan tenía poder en Tagus. También era gracioso que Aleixandre tratara de hablar, pero que cada vez que empezaba a pronunciar una palabra no pudiera completarla porque su hermano hablaba más alto. En verdad era una situación interesante, no obstante, mis ojos se fueron hacia otro lado por un momento. Incluso Artie y Laila giraron la cabeza en cuanto notaron que yo me había distraído.

Pero... ?en serio, destino?

?Primero me dejabas solo dos días para completar mi plan y luego me enviabas otro giro inesperado?

O, mejor dicho, a una persona inesperada.

—?Ese no es...? —preguntó Artie de pronto con un tono agudo y pasmoso, y con rapidez colocó una mano sobre mi hombro como si necesitara apoyo para no desmayarse.

—Regan Cash —completó Laila, igual de asombrada.

Oh, sí, había un cuarto Cash.

En este punto imagina el ritmo de la canción Do I wanna know? de Artic Monkeys. No la letra, solo ese ritmo de batería, aplausos y guitarra que te inspira cosas malas. Ahora pongámoslo de fondo mientras Regan avanzaba hacia la escena. Lo ralentizamos un poco, le a?adimos un ligero viento y algunas cabezas que se giran en su dirección, asombradas...

Y ahí estaba.

Regan Cash. Veintiocho a?os. El mayor de los Cash. Sonrisa de curva ancha y encantadoramente sensual, altura titánica, pasos que paralizaban el mundo a su alrededor. Según fuentes confiables: en realidad era el único medio hermano del trío. Su padre, Adrien Cash, tuvo una aventura, y de allí salió Regan. Lo reconoció de todas maneras, lo unió a la familia y le ense?ó lo mismo que al resto de sus hijos. Eso explicaba algunas diferencias.

Los Perfectos mentirosos se destacaban por su cabello negro. Regan, por el contrario, tenía el pelo casta?o, casi rubio, tan salvaje como los pensamientos que te inspiraba. Ahora bien, lo que sí compartían los cuatro, que quizá era el sello Cash, eran esos ojos grises. Los de Regan eran de un gris enga?oso, de los que parecían azules en ocasiones. Y esa mirada tenía un aire juguetón, astuto, sin un atisbo de duda o amargura.

Si uno creía que Aegan desprendía poder, Regan parecía tener al planeta de mascota. En donde los Perfectos mentirosos parecían intimidantes, Regan era una presencia imponente de una manera más seductora. Si la crueldad emanaba de Aegan en ondas que te golpeaban la cara, en Regan había una malicia... ?tentadora? Ese porte, esa altura, esa esbeltez enfundada en un traje gris de pizarra, ajustado en las partes adecuadas, dejaba ver lo que era: un empresario importante.

Cuando logré salir de mi estado hipnótico y ver a las demás, comprobé que Artie tenía los labios entreabiertos por la fascinación y Laila parecía haberse desconectado de su cerebro solo para admirar a tal espécimen.

—Nunca lo había visto tan de cerca —susurró Artie, perpleja, como si estuviera demasiado ocupada manoseándolo mentalmente como para hablar bien.

—Yo sí, pero cada vez que lo veo está más impresionante... —a?adió Laila, igual de embelesada.

Parpadeé con algo de desconcierto. Tuve la impresión de que el mundo se detuvo mientras veía a Regan, pero en realidad nada se había parado. Aegan seguía discutiendo. De hecho, apenas su escandalosa voz llegó a mis oídos, todo se esfumó y volví a la realidad.

Una realidad que prometía convertirse en un infierno.

Porque, oh, destino, eres una perra y lo sabes.

Apenas Regan se unió al círculo donde estaban Aegan, Aleixandre y la rectora, soltó:

—Si tienes tantos problemas, hermanito, yo puedo dar el discurso por ti. —Su voz era el complemento perfecto: una nota pícara, divertida, pero a la vez serena y confiada.

Aegan se volvió de golpe y vi que su reacción y la de Aleixandre, así como la de la rectora, fueron muy distintas.

Aleixandre se sorprendió de manera positiva, como quien veía a alguien querido después de mucho tiempo.

La rectora esbozó una sonrisa nostálgica.

Aegan..., bueno, Aegan se quedó como si le hubieran dicho: ?Bájate del trono que llegó el verdadero rey?. Su confusión, sorpresa y algo de horror se tradujo en una mueca chistosa. Miró de arriba abajo a Regan como si no creyera que fuera él.

—?Regan! —exclamó Aleixandre con emoción. Ambos se dieron unas palmadas en la espalda en uno de esos abrazos masculinos.

Con Aegan no pasó lo mismo. De hecho, Aegan seguía en el sitio como si esperara que esa horrible aparición no fuera su medio hermano.

—Rectora —saludó Regan, tomándole la mano. Se inclinó y le dio un beso en los nudillos. Artie y yo ladeamos la cabeza al mismo tiempo para chequearle el trasero. Algo bueno se adivinaba bajo el pantalón—. Cuando estudiaba aquí no podía decírselo, pero ahora que la situación es distinta puedo confesarle que su belleza siempre me tentó a romper las reglas.

Si alguna vez le habían dedicado un halago a esa mujer, desde luego no fue nada comparado con lo que le hizo sentir el de Regan. La rectora se hinchó, y pareció como si estuviese conteniendo el chillido de una fan en un concierto.

—Ay, Regan... —rio ella, como si él no tuviera remedio, pero incluso se le colorearon las mejillas.

Quiso agregar algo más, pero...

—?Qué mierda haces aquí? —soltó Aegan con brusquedad y un ápice de molestia.

Aleixandre le dedicó una mirada de reproche, pero Regan ni se alteró. De hecho, se encogió de hombros con una elegante indiferencia.

—Soy uno de los antiguos alumnos más importantes de Tagus y esta semana es el aniversario de esta universidad —contestó—. ?Por qué no iba a pasarme por aquí? ?O hay algún inconveniente, rectora?

Sus ojos se detuvieron en la mujer, y ella negó con rapidez. Todo su rostro brilló con interés. Se lo habría comido ahí mismo, pero mantuvo su posición.

—La verdad, Regan, se me acaba de ocurrir que sería muchísimo mejor que un antiguo alumno diera el discurso —propuso.

Un ataque nuclear a Sudamérica habría hecho menos da?o. Esa bomba cayó sobre Aegan y detonó en su cara. Abrió los ojos como platos al tiempo que hundió el ce?o como si no creyera lo que estaba oyendo, tal sacrilegio, tal ofensa, tal osadía...

—??Qué?! ??Qué demonios...? —dijo mi pobre y ahora desplazado novio, como si le hubieran pateado el culo—. Pero ?si ya acordamos que...!

—Aegan —canturreó Regan con mucha paciencia y una sonrisa maliciosa—. No te hará da?o compartir el espacio con alguien más.

—No me importa compartirlo, claro, pero siempre que no sea contigo. Antes prefiero amputarme el pene —bufó, directo, sin restricciones, con toda la intención de dejarle claro que su presencia le molestaba.

—?Se?or Cash! —exclamó la rectora, escandalizada.

La risa de Regan fue tan tranquila que habría sedado a una masa de gente.

—No se preocupe, así nos hemos tratado siempre —le dijo a la rectora. Esas palabras bastaron para tranquilizar a la mujer, que asintió y le dedicó una sonrisa ladina. Luego Regan miró a Aegan y tuve la impresión de que chispeó una especie de rivalidad, algo que nadie más que ellos entendían—. él en realidad no tiene ningún problema con que yo dé el discurso. Verdad, ?hermanito?

Claro que tenía un problema. Sospeché que el problema iba más allá de que le quitara protagonismo. Si apartabas todo el magnetismo que desprendía Regan, quedaba un aire mucho más pesado que el que aparecía cuando Aegan y yo estábamos solos. Lo percibía. Había algo allí..., algo más importante que calaba en Aegan con tanta fuerza que al mismo tiempo lo obligó a contenerse. Y que ese ser se contuviera era ciertamente imposible de creer.

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