—Te da órdenes para que te ocupes de todo, ?eh? —mencioné—. ?No te molesta?
—Soy el único con la suficiente paciencia para hacer este tipo de cosas —contestó, encogiéndose de hombros—. Y Aegan es así. A ti debe gustarte demasiado para soportarlo.
Me fascinaba, me encantaba Aegan. De hecho, me encantaba como para verlo asarse sobre una hoguera mientras gritaba de agonía hasta que la piel se le chamuscara y...
—Creo que incluso me estoy enamorando —dije, a?adiéndole un toque de bobita ilusionada.
Era mentira, obvio, pero era divertido hacerme la tonta.
—Eso podría terminar mal, Jude... —opinó, casi como un consejo.
—?Qué? ?No crees que Aegan pueda enamorarse de mí? —pregunté con cierta inquietud, como si de verdad temiera oír la respuesta.
La sonrisa de Aleixandre fue un poco... misteriosa, de las que decían algo, pero al mismo tiempo no. Me intrigó.
—No lo sé —terminó por encogerse de hombros—. Depende de cuántas veces se pueda enamorar uno en la vida.
?Lo decía por... Eli?
?Acaso Aegan se había enamorado de ella?
Aleixandre empezó a abrocharse la camisa. Diría que iba al gimnasio muy poco, quizá solo para asegurarse de no perder músculo. Me permití mirarlo mientras comía. Entonces él pasó sus dedos por el borde del bóxer como si quisiera reacomodárselo. Apenas la tela se alzó un poco, vi algo. En la línea de las caderas que solía parecer una uve, se asomaba algo...
—?Qué es eso? —pregunté de golpe, se?alando el lugar.
Aleixandre bajó la mirada y con su pulgar apartó unos centímetros el borde del bóxer. Era una peque?a ?M? tatuada en tinta negra.
—Me lo hice a los dieciséis, ?te gusta? —respondió, y me miró con sus ojos dulces, pero al mismo tiempo pícaros y divertidos.
—?Qué significa?
—Lo que quieras —contestó con un aire juguetón.
No explicó más y no pregunté, pero me quedó la curiosidad. ??M? de qué?
Apenas Aleixandre fue a buscar sus zapatos, me giré hacia Artie. Lo cierto era que no necesitaba estar peleada con ella. El enojo era para los Cash, no para nosotras. Quería decírselo, pero para mí era un poco difícil este asunto de la amistad. ?Ya dije que nunca había tenido algo así como una amiga? Artie era la chica con la que había convivido durante más tiempo. Además, no me convenía hacer más enemigos, y ella conocía mi plan contra Aegan. Tenía que mantenerla de mi lado.
—Oye, no deberíamos estar enfadadas —logré decir—. Respeto tu decisión; no trataré de incluirte de nuevo en algo como lo de anoche.
Ella miró su tostada, algo pensativa.
—Igual tienes algo de razón, ?sabes?
—?En qué? —Hundí las cejas.
—Debería dejar de tener miedo...
Suspiré.
—Dejar de tener miedo a algo es difícil, Artie —dije—. A veces lo olvido.
Me sonrió, y me pregunté si había pasado algo en su vida que la hiciera ser así de temerosa, pero no era momento de preguntárselo. Si ella quería, me lo contaría. Todos teníamos nuestros secretos. Lo importante era que habíamos aclarado las cosas entre nosotras y que todavía compartíamos el mismo objetivo: joder a Aegan.
Ese día, en clase de Literatura, Adrik llegó tarde. Se sentó a mi lado y no me habló en todo el rato más que para lo necesario. En cierto momento, la profesora le pidió que se colocara delante de la clase y leyera dos hojas de la novela Cartero de Charles Bukowski, y para mi gran desgracia resultaron ser los minutos más interesantes del día.
Las letras crudas del autor, saliendo de su boca con ese tono amargo e indiferente, embelesaron a toda la clase, incluida yo. De repente me vino a la mente la imagen de Adrik en su habitación, semidesnudo, fumando, leyendo, ajeno a la vida. Y resultó..., resultó todo tan atractivo que hasta me fijé en lo bien que le quedaba el cabello tan despeinado y lo agradable que fue que me ense?ara a montar a caballo, y...
Salí de mis ideas cuando cerró el libro y terminó de hablar.
La profesora tenía un aire extasiado. Hasta juraría que, de haber podido, le habría dado un pellizco en una nalga.
Adrik volvió a sentarse a mi lado y traté de ocultar que también me había hipnotizado por un momento.
—Adrik —dije cuando finalizó la clase, mientras él guardaba sus libros en la mochila.
—?Mmm? —emitió con esa indiferencia que lo caracterizaba.
Me aseguré de no preguntarlo muy alto.
—?Tú no vas al...? —No supe cómo llamarlo, así que solo dije—: Esa parte del club.
—?No te hicieron firmar algo anoche? —inquirió como respuesta.
—Sí.
Cerró la cremallera de la mochila y se inclinó un poco hacia mí con la mano apoyada en la mesa.
—Bueno, una de las cláusulas dice que no puedes mencionar el sitio a nadie fuera de él, ni siquiera a otro miembro —me susurró—. Si eso sucede, la otra parte debe informar sobre ello.
—?Y lo harás? —pregunté, sorprendentemente con algo de nerviosismo—. ?Me delatarás?
Durante un segundo no dijo nada, solo me observó con tal fijeza que lo único que quise fue apartarle la cara de un manotazo porque... ?por qué rayos su mirada era tan intensa? ?Y por qué la sentí tan severa?
Metió una mano en el bolsillo de su pantalón.
—Solo una cosa, no vuelvas a entrar en mi habitación —dijo, tajante y repentinamente frío—. Mantén los límites.
Y dejó sobre la mesa nada más y nada menos que mi móvil, que seguramente había olvidado en el armario la noche anterior.
Mier-da.
Después se colgó la mochila, me dio la espalda y se largó.
La sensación que me dejó fue de vergüenza y de estupidez por no recordar mi propio móvil. Además, temí que pensara que era una loca mirona que se ocultaba para ver a la gente, lo cual en realidad no debía importarme, pero sí me importó un poco, aunque me obligué a pensar que no.
Tenía algo más importante que hacer en realidad: ir a la agencia de alquiler de autos.
Tuve que coger el autobús que salía desde Tagus hacia el centro del pueblo más cercano a la universidad, porque era obvio que no podía pedirle a nadie que me llevara y menos alquilar una bicicleta del campus. Me fui con unas gafas negras y un pa?uelo en la cabeza al estilo Audrey Hepburn, solo para ser cuidadosa y que no me viera nadie.
Tardé veinte minutos en llegar. Era un local peque?o entre dos tiendas mucho más grandes. Al entrar, me dirigí hacia el recibidor. Una joven de unos veinte a?os, con su nombre Rita Roman cosido en la camisa, me preguntó si podía ayudarme.
Activé a mi Supersaijayin de las mentiras.
—Soy estudiante de Periodismo de la Universidad de Tagus —me presenté, y mostré mi carnet con la rapidez suficiente para que no viera mi nombre completo—. Estoy escribiendo un artículo sobre autos que han sido alquilados y luego no han sido devueltos a las agencias. ?Podrías ayudarme con cierta información?
Ella se?aló con el pulgar hacia una oficina del fondo mientras dijo:
—En ese caso, debo avisar a mi...
Pero insistí porque la necesitaba a ella.
—Es que son solo tres preguntas rápidas. No serán ni tres minutos.
Dudó un momento, pero le sonreí con mucha amabilidad para hacer presión. Parecía una de esas personas poco seguras de todo y que por esa razón cedían con facilidad.
—Bueno, supongo que sí —aceptó—. Dime qué quieres saber.
Empecé con mis preguntas de tapadera.
—?Qué pasa cuando alguien no devuelve un vehículo?
—Depende, si justifica el motivo, debe pagar una multa. De lo contrario, se denuncia como vehículo robado.
—?Hay algún porcentaje de coches no devueltos por a?o?
—No es muy alto. Siempre nos aseguramos de pedir información específica sobre la persona que alquila un vehículo y hay ciertos requisitos. Puedes verlo aquí.
—Lo anotaré.
Fingí estar escribiendo eso, pero, sin embargo, lo que anoté en mi libretita fue: ?Aegan Cash se come sus propios mocos y juega con su propia saliva?.
—Una amiga alquiló un vehículo aquí el a?o pasado; fue ella quien me recomendó venir —comenté mientras tanto.
La chica sonrió.
—Oh, genial.