—?Y eso? —Buscó el azúcar.
—Volvimos tarde. Fuimos a Brisbane, ?no te lo había dicho? —Me froté el mentón, pero dejé de hacerlo al recordar que eso era lo habitual entre la gente que mentía: tocarse la cara, gesticular con las manos. Estaba paranoico—. Pasamos por la universidad y por la galería de arte. —?Y
luego la masturbé en los ba?os de un local, para finalizar el día, como guinda del pastel.?
—Es verdad. ?Cómo fue la escapada?
—Bien. —Leah apareció en la cocina—. ?Qué te pareció la universidad?
—Interesante. —Se puso de puntillas para darle un beso a su hermano en la mejilla y él la abrazó antes de que pudiese escapar—. Tengo que ir a preparar la maleta.
—?Aún estás con esas? No jodas. Vengo directo del aeropuerto y necesito darme una ducha o mutaré en algo raro.
—Ayer no me dio tiempo. No tardaré.
Leah desapareció en su habitación y me esforcé por mantenerme sereno, aunque por dentro estaba a punto de sufrir un puto infarto. Oliver se apoyó en la encimera y yo conecté dos neuronas que me quedaban por ahí y fui capaz de empezar a prepararme un café, porque lo necesitaba en vena en ese momento.
—?Qué tal siguen las cosas por Brisbane?
—Igual, como siempre. Pocos cambios.
—?Por dónde fuisteis?
—Cenamos en Guetta Burguer.
—?Sigue abierto? —sonrió animado—. Qué recuerdos. Nunca olvidaré esa vez que nos emborrachamos e intentamos meternos en la cocina. El due?o era majo.
—No sé si aún será el mismo…
—Ya. ?Y el campus? ?Todo igual?
—Más o menos. ?Qué tal tú?
—Bien. Un mes tranquilo.
—Alguna ventaja ha de tener tirarte a tu jefa.
Oliver intentó darme un pu?etazo en el hombro, que esquivé y, durante un segundo, sentí que todo volvía a ser como siempre entre nosotros. La sensación se evaporó en cuanto Leah salió de la habitación arrastrando la maleta. Su hermano se adelantó para cargarla.
Sostuve el marco de la puerta tras abrirla. Oliver ya estaba yendo al coche cuando me incliné hacia ella y le di un beso en la mejilla. Un beso que duró unos segundos más de lo habitual. Ella me miró dubitativa antes de darse la vuelta e irse.
Cerré, me apoyé en la pared y me froté la cara.
Intenté aferrarme a la rutina para no pensar demasiado. El surf, un rato en el mar hasta terminar agotado. Luego, trabajo. Y cuando llegó la última hora de la tarde y pensé que acabaría subiéndome por las paredes de tanto darle vueltas a lo mismo, salí a dar un paseo. Llegué a Cavvanbah y me tomé un par de cervezas con Tom, Gavin y Jake. Me concentré en escucharlos para no oírme a mí mismo. Casi era de madrugada cuando Madison se me acercó y me preguntó si la esperaba hasta que cerrase, pero negué con la cabeza, cogí las llaves que había dejado encima de la mesa y regresé a casa caminando.
No sé por qué lo hice, como tampoco lo supe la vez anterior, pero entré en la habitación de Leah. Y en esa ocasión me quedé paralizado en la puerta. Encima de la cama, colocado con cuidado, me había dejado el bloc de dibujo que tanto me había intrigado el mes pasado. Y al lado, una lámina; supuse que era lo que hacía el día que se negó a dejarme verlo diciéndome que aquello era suyo.
Eran dos siluetas, dos bocas, dos labios.
Un beso. El nuestro. Plasmado para siempre.
Contuve el aliento mientras me sentaba en la cama apoyando la espalda en el cabezal de madera. Cogí el cuaderno y empecé a pasar las páginas. Leah estaba en todas y cada una de ellas. El enfado. El dolor. La esperanza. La ilusión. Repasé los contornos de algunos dibujos, todos hechos a carboncillo, todos con cierto aire melancólico, incluso los que representaban labios cerca, respirándose, manos unidas, rozándose tímidamente.
Y cuando acabé de verla a ella, desnuda de aquella forma tan visceral, solo pude pensar que el amor sabía a fresa, tenía diecinueve a?os y la mirada del color del mar.
78
LEAH
Tumbada en la cama, cerré los ojos y recordé aquel beso. Sus labios suaves y ansiosos, su boca cálida, sus manos moviéndose por mi cuerpo pegándome a él. Era azul y rojo y verde. La respiración acelerada, su sabor, la voz ronca y sensual en mi oído. Y de ahí nacían el cian, el magenta y el amarillo. De algún modo, éramos una mezcla perfecta, como cuando algo parece caótico, pero de repente, en un beso, todo encaja; daba igual que yo viese cielos llenos de tormenta y él cielos despejados.
Al final éramos blanco. Nosotros.
79
AXEL
Me pasé toda la semana encerrado en casa trabajando, intentando retomar esa rutina marcada que tenía medio a?o atrás, antes de que ella pusiese un pie en casa y todo cambiase para siempre. Así que terminé la mayoría de los encargos. Y a pesar de que no tenía nada que hacer, cuando el viernes me llamó Oliver para ir a tomar una copa por la noche, le dije que no me encontraba bien. ?Estaba siendo un puto cobarde? Probablemente. Pero confesarle lo que estaba pasando no era una opción, a no ser que quisiese morir en el acto.
Y estaba la otra alternativa.
No ir a más. Frenar aquello.
Pero es que no podía. Podría haberlo intentado si no viviese con ella, si no me gustase un poco más cada día, si no empezase a necesitarla así.
Porque el amanecer cuando Leah no estaba perdía cierto encanto y las noches sin ella en la terraza me parecían frías y silenciosas.
El sábado llamé a mi padre.
Lo hice sin razón. Quizá porque no había dejado de darles vueltas a las palabras de mi hermano. Quizá porque me sentía solo y confundido, y no estaba acostumbrado a eso.
Quedamos para cenar en un italiano. él ya estaba allí cuando llegué, sentado en una mesa que hacía esquina y con la mirada ausente, pero se le iluminó en cuanto me vio y me recibió con un abrazo.
—Hey, colega. Vamos, siéntate.
—?Ya has pedido algo para beber?
—No. ?Te apetece una copa de vino?