Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Mejor una botella —le dije, y cogí la carta.

—?Va todo bien? —Por primera vez en mucho tiempo, a mi padre le flaqueó la sonrisa—. Tu madre se preocupó cuando me llamaste. Dice que solo puede haber tres razones por las que quisieses quedar a solas conmigo.

—?En serio? A ver, cuéntame esas razones.

—Ya sabes cómo es tu madre —advirtió antes de empezar—. Que hayas dejado embarazada a una turista, que tengas algún problema legal o que te estés muriendo por una enfermedad y no quieras decírselo a ella para no preocuparla.

—Mamá está chiflada —aseguré riéndome.

—Sí, pero no me negarás que no es habitual que me llames —tanteó inquieto.

Me sentí un poco culpable. Suspiré.

—Pues debería haberlo hecho más.

El camarero regresó con la botella de vino y pedimos la cena.

—Axel, si te ocurre algo…

—Estoy bien, papá. Solo es que el otro día Justin me hizo darme cuenta de algunas cosas. Cosas que no me gustaron. —Fruncí el ce?o incómodo—. ?Alguna vez tú…, tú te sentiste un poco apartado por mi relación con Douglas?

Mi padre parpadeó sorprendido.

—?Eso te ha dicho tu hermano?

—Sí, algo así.

—Axel, cuando escuches algo no te quedes solo con eso, rasca un poco más en la superficie. Las palabras son enga?osas, enmascaran cosas.

Yo nunca me he sentido apartado por tu amistad con Douglas. Con él tenías una relación diferente. No era el que tenía que pegarte la bronca cada vez que hacías alguna travesura ni tampoco el que te castigaba. No era tu padre.

Me sirvieron el plato de espaguetis.

—Entonces, ?por qué dijo eso Justin?

—Te lo he dicho, rasca un poco más… —Mi padre se limpió con la servilleta y me miró antes de decidirse a hablar—: Puede que siga sin encajar del todo que consideres a Oliver tu hermano, el de verdad, como has comentado alguna vez.

—Joder, pero yo no…, no lo decía en serio… —O sí. Sacudí la cabeza.

Recordé la mueca de Justin cuando el otro día me dijo que tenía cosas que hacer y se metió en la cocina. Y lo mucho que pareció importarle mi apoyo el mes pasado en casa de mis padres. Sus intentos fallidos cada vez que trataba de acercarse y yo me metía con él bromeando. Nunca lo había hecho a propósito, simplemente hay relaciones en las que se marcan ciertas rutinas con el paso de los a?os.

—Yo quiero a ese estirado —admití.

—Ya lo sé, chico, ya lo sé. Déjame probar tus espaguetis. —Alargó la mano y pinchó unos pocos con el tenedor.

—Papá, ?puedo hacerte una pregunta?

—Depende, si es sexual no.

—?Joder! No quiero ni imaginármelo.

—Mejor, porque sería un poco violento. Ahí donde la ves, tu madre es muy fogosa.

—Te suplico que no digas ni una palabra más.

—Mis labios están sellados. ?Qué quieres saber?

—?Por qué aguantas tanto con ella?

Mi padre me miró muy serio.

—Axel, tu madre lo está pasando muy mal. Cuando algo así sucede, algo inesperado, es como las piezas de un dominó, ?lo entiendes? Una cae.

En este caso, dos. Y esas piezas provocan una reacción en cadena en mayor o menor medida. Es retorcido, si lo piensas.

—?Y por qué no habla con nadie?

—Sí que lo habla. Conmigo. Todas las noches.

Asentí distraído, con la mirada fija en el plato.

—Tú la quieres… —susurré. No era una pregunta.

—Ella y vosotros sois mi mundo.

Había un deje de orgullo en la voz de mi padre que no entendía porque no conocía aquella sensación, la de tener una familia propia, con tus reglas y tus tradiciones, elegir a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida; los a?os buenos y también los malos, los difíciles. Ver crecer a tus hijos, envejecer… Todo me parecía muy ajeno, quizá porque nunca me lo había planteado para mí.

Pero sí me había planteado otras muchas cosas que a mi padre se le escapaban, porque uno nunca entiende la situación igual desde dentro del problema que desde fuera.

Repiqueteé con los dedos sobre la mesa.

—Creo que sé cómo puedes ayudar a mamá.

Me miró interesado, pero yo negué con la cabeza y le dije que pronto se lo contaría. Papá asintió, conforme como siempre, y luego terminamos de comer mientras charlábamos de todo un poco. Se?alé con la cabeza las pulseras trenzadas de cuero que llevaba en la mu?eca derecha, esas que vendían en los puestos artesanales y que llevaban los surfistas de la zona.

—Te quedan bien —intenté no reírme.

—Son molonas. ?Quieres una?

—No, la verdad es que…

—Vamos, chico, así iremos a juego.

Sonreí al tiempo que él se quitaba una y me la colocaba en la mu?eca.

Luego puso su brazo al lado.

— Fantichuli.

—?Perdona? ?Qué significa eso?

—No estás al día. Significa fantástico y chulo en una sola palabra.

— Fantichuli —repetí alucinado.

—Eso es, chaval.

La comida familiar del domingo fue infernal. Mis sobrinos intentaron que jugara con ellos, pero estaba tan hecho polvo que terminé sentándome en el sillón a la espera de que llegasen Oliver y Leah. Mi madre volvió a preguntarme si me pasaba algo, por eso de que era la segunda vez en toda mi vida que no aparecía tarde. Emily se acomodó a mi lado mientras sus hijos jugaban en la habitación con Justin.

—?Cómo van las cosas en la cafetería? —pregunté.

—Como de costumbre. A Justin le falta paciencia.

—Yo pensaba que de eso iba sobrado.

—No creas. También tiene sus días malos, aunque no lo parezca. Me contó que te habló del problema.

—Sí, un poco por encima. Se solucionará.

Llamaron a la puerta y me levanté bruscamente.

Clavé mis ojos en Leah en cuanto abrí y me quedé mirándola como un imbécil, al menos hasta que Oliver se interpuso en mi visión y me abrazó dándome un par de palmadas en la espalda tan fuertes que por poco no escupo un pulmón.

—?Me dejaste colgado el viernes, cabrón! —gritó.

—Chsss, los ni?os están cerca. Nada de tacos —advirtió Emily.

—Estaba resfriado —mentí.

—Pues haberte traído un pa?uelo.

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