Y en cuanto rocé su boca supe que iba a ser un desastre, pero también que sería el mejor desastre de mi vida.
La sujeté por la nuca antes de cubrir sus labios con los míos. Fue un beso de verdad. No hubo dudas ni pasos atrás, tan solo mi lengua hundiéndose en su boca y buscando la suya, mis dientes atrapándole el labio, mis manos ascendiendo hasta llegar a sus mejillas como si temiese que fuese a apartarse. Me recreé en cada roce, en cada segundo y en su sabor a fresa.
Pensé que aquel instante valía las consecuencias.
Leah se puso de puntillas y se apoyó en mis hombros cuando me apreté más contra ella, como si necesitase sostenerse en algo sólido. Volví a presionar mis labios sobre los suyos, y creí que besarla me calmaría, pero fue todo lo contrario, como abrir las puertas de par en par. Necesitaba tocarla por todas partes. Bajé las manos y la agarré del trasero pegándola a mi cuerpo, rozándome con ella…
—Axel… —Su voz fue casi un gemido.
Y era justo lo último que necesitaba. Ese puto sonido erótico en mi oreja.
Tomé aire entre beso y beso, ansioso, y empecé a moverme por la sala sin soltarla hasta que avanzamos unos metros y chocamos contra la puerta de los servicios. La abrí de un empujón ignorando a un tipo que acababa de salir y nos metimos dentro. Leah tenía los ojos cerrados, entregada a mí como si confiase a ciegas, temblando cada vez que la tocaba. Nos encerramos en uno de los cubículos. Gimió cuando acogí uno de sus pechos en la palma de la mano y lo apreté, llevándome su respiración entrecortada con un beso profundo y húmedo.
?Qué estaba haciendo? Ni idea. No tenía ni idea.
Solo sabía que no quería parar. Que no podía parar.
—Esto se me está yendo de las manos —gru?í.
—Me parece bien —jadeó abrumada, buscándome.
Si esperaba que fuese ella la que echase el freno, lo tenía jodido.
Apoyada en la pared de azulejos, Leah me rodeó el cuello y me atrajo hacia ella, más y más cerca, hasta que volvimos a frotarnos por encima de la ropa.
Y fueron movimientos furiosos, llenos de anhelo. Fue como me la habría follado si no llevásemos los dos los pantalones puestos. Jamás había estado tan duro. Busqué algún resquicio de sentido común en mi cabeza, pero dejé de intentarlo cuando ella me mordió el labio inferior, haciéndome da?o.
—Hostia, Leah. —Di un paso atrás para poder deslizar una mano entre sus piernas y acariciarla por encima de los vaqueros. Fuerte. Y rápido.
Porque de repente necesitaba ver su expresión mientras se corría y guardarme aquel recuerdo para siempre.
Ella gimió y la sostuve por la cintura con la mano que tenía libre mientras ella arqueaba la espalda y se dejaba ir con los ojos cerrados y los labios entreabiertos.
Se los cerré con un beso. Y luego la solté poco a poco…
Leah me miró, todavía respirando agitada. Tenía las mejillas encendidas y los ojos llenos de preguntas que yo no sabía responder. Tomé aire intentando calmarme y la abracé apoyando la mejilla en su cabeza. El sonido del exterior volvió, como si hasta ese momento la música y las voces de la gente no hubiesen existido.
—Vámonos a casa, Leah.
La cogí de la mano y la arrastré para salir de los ba?os de aquel local.
El viento fresco me despejó un poco cuando enfilamos la calle. Seguía estando duro y el corazón aún me latía acelerado y nervioso en el pecho, como advirtiéndome de lo que acababa de ocurrir, la línea que había cruzado. Sabía que ya no había marcha atrás, que aquello no tenía arreglo, ni para mí ni para ella.
Cuando subimos al coche, el silencio se tornó más denso. Apoyé las manos en el volante y suspiré hondo.
—Te estás arrepintiendo —susurró. Había dolor en su voz.
Le sostuve la barbilla entre los dedos y le di un beso lento, llevándome el sabor salado de sus lágrimas en los labios. Me aparté para limpiarle la cara.
—Te juro que no. Solo dame unas horas para que pueda ordenarme la cabeza.
—Vale —me sonrió. Solo a mí.
Yo volví a besarla antes de arrancar.
La ausencia me acompa?ó durante todo el viaje de vuelta: la ausencia de luces en la carretera y de voces más allá de la respiración pausada de Leah cuando se quedó dormida a mi lado. Así que tuve tiempo para estar a solas con mis pensamientos, pero seguía igual de confuso y jodido cuando llegamos y aparqué a un lado del camino. Lo único que tenía claro era que sentía algo por Leah y que, a aquellas alturas, negarlo era una gilipollez.
Quizá por eso abrí la puerta de casa y luego volví al vehículo, le quité el cinturón de seguridad y la cogí en brazos. Leah entreabrió los ojos y preguntó dónde estaba. Yo solo le contesté que siguiese durmiendo y la tumbé en mi cama. Volví al coche, cogí su bolso y lo dejé en el sofá antes de buscar el paquete de tabaco y salir a fumarme un cigarro en la terraza.
Contemplé el cielo mientras me lo terminaba y regresé con ella.
Me acosté a su lado y la abracé. Leah volvió a despertarse y se dio la vuelta para apoyar la cabeza en mi pecho. Y me quedé allí minutos, horas, qué sé yo, acariciándole el pelo y mirando el techo de mi habitación, convenciéndome de que aquello era real, de que mi vida iba a cambiar.
Algunos riesgos valían la pena. Algunos…
77
AXEL
Golpes. Golpes en la puerta. Abrí los ojos.
Joder, joder, joder. Leah estaba abrazada a mí. La zarandeé para despertarla y lo conseguí a la tercera sacudida. Me miró confundida, aún so?olienta.
—Levántate. Ya. ?Rápido! —Obedeció en cuanto me entendió—.
Métete en el ba?o.
Me preparé mentalmente antes de abrir la puerta, pero fue en vano, porque al ver a Oliver sonriéndome se me revolvió el estómago. Me aparté para dejarlo entrar. Parecía contento. Fue a la cocina y se sirvió él mismo un poco de café.
—?Es de ayer? —preguntó.
—Sí, nos hemos dormido.