Axel se frotó el mentón y, por primera vez, no pareció gustarle lo que vio. Pero creo que no fue por el cuadro, sino por su propio bloqueo, por no poder entenderse a sí mismo. Yo me quedé pintando un poco más, sin límites ni pretensiones, tan solo haciéndolo y disfrutando del atardecer que empezaba a oscurecer el cielo. Cuando algunos grillos empezaron a cantar, limpié los pinceles y entré en casa para ayudarlo a hacer la cena.
La preparamos codo con codo. Un pastel hecho al horno de patatas, soja y queso, una de las comidas preferidas de Axel. Lo degustamos en silencio, sentados en la mesa del salón con forma de tabla de surf, hablando de vez en cuando de cosas sin importancia, como que la gata se había pasado por allí aquella tarde o que deberíamos ir a comprar esa semana.
Quité los platos mientras él se preparaba el té.
Esa noche, en vez de salir a la terraza como casi siempre solíamos hacer, Axel se sentó en el suelo delante del tocadiscos y sacó el montón de vinilos apilados. Me acomodé a su lado con las piernas cruzadas, también descalza.
Descartó un par de discos y sonrió.
—Esta es la mejor portada del mundo.
La levantó frente a mis ojos y yo tragué saliva al ver la ilustración colorida, los cuatro componentes del grupo dibujados justo encima del título amarillo, ?The Beatles. Yellow Submarine?.
Axel lo puso y empezó a sonar el ritmo infantil, la voz entre el sonido de las olas mientras él movía los dedos siguiendo el compás. Sonrió divertido y cantó cuando llegó la parte del estribillo, sin ser consciente de lo que para mí significaba esa canción, de que cada ?todos vivimos en un submarino amarillo? era un ?te quiero? que se me había quedado atascado en la garganta.
Aunque parecía que el corazón se me iba a salir del pecho, no pude evitar reírme cuando se tumbó en el suelo sin dejar de cantar el estribillo.
—Cantas fatal, Axel.
Aún sonreía cuando me dejé caer a su lado. Giró la cabeza hacia mí.
Estábamos tan tan cerca que me llegó el cosquilleo de su aliento. Su mirada descendió hasta mis labios y se quedó ahí durante unos segundos llenos de tensión. Se incorporó con brusquedad y volvió a buscar entre los discos de vinilo hasta que me mostró uno.
— ?Abbey Road? —decidió.
—?No! Ese no. Es que…
—Vamos, es mi preferido.
Analicé con otros ojos la mítica portada en la que los Beatles aparecían cruzando el paso de cebra. A mí también me encantaba, pero la canción número siete… no había vuelto a escucharla y no quería hacerlo, ni entonces ni nunca. Siempre me la saltaba, siempre. Al final asentí con la cabeza, decidiendo que haría eso mismo, y Come together inundó el salón antes de que Something la siguiese.
Estuvimos charlando un rato, tumbados muy cerca. Yo lo escuché fascinada mientras hablaba de Paul Gauguin, que era uno de sus pintores preferidos, todo color con su estilo sintetista. Su obra maestra fue ?De dónde venimos? ?Qué somos? ?Adónde vamos?, y la pintó justo antes de intentar suicidarse. También le gustaba Vincent van Gogh y, mientras sonaba Oh! darling y él hacía el tonto cantando, caí en la cuenta de que ninguno de esos dos artistas había triunfado en sus respectivas vidas y que estas habían estado un poco unidas a la locura.
—?Y a ti? ?Quién te gusta? —preguntó Axel.
—Muchos. Muchísimos.
—Venga, dime uno en concreto.
—Monet me trasmite algo especial y hay una frase suya que me encanta.
—?Cuál es?
—?El motivo es para mí del todo secundario; lo que quiero representar es lo que existe entre el motivo y yo?. —recité de memoria.
—Una buena frase.
—?Pero si tú siempre quieres saber el motivo! Te pasas todo el tiempo preguntando: ??Qué significa eso, Leah?? —imité su voz grave y ronca—.
??Qué es ese punto rojo de ahí?, ?qué intentas decir con esta línea??
—No puedo evitarlo. Soy curioso.
Me quedé callada, relajada, sin apartar la mirada de las vigas del techo de madera, pensando que aquello era perfecto; estar a su lado, pasar el sábado en el mar, entre pintura y música, cocinando juntos, haciendo lo que se nos ocurriese… Deseé que fuese eterno.
Y justo entonces empezaron a sonar los primeros acordes. Eran débiles, suaves, pero podría haberlos reconocido en cualquier lugar del mundo. Here comes the sun. Me tensé al instante. Me apoyé en el suelo para incorporarme lo más rápido posible y levantar la aguja de ese surco, pero Axel se interpuso en mi camino. Me asustó cuando colocó cada una de sus manos a un lado de mi cuerpo. Intenté escapar, pero me retuvo abrazándome, muy pegada a él.
—Lo siento, Leah.
—No me hagas esto, Axel. No te lo perdonaré.
Las notas se alzaron rizándose a nuestro alrededor.
El abrazo de él se hizo más envolvente.
Me moví intentando salir, intentando huir…
71
AXEL
La sujeté más fuerte contra el suelo y temblé al verla así, tan dolida y tan rota, como si esas emociones me atravesasen a mí de algún modo, como si pudiese sentirla en mi piel. Leah intentó apartarme con todas sus fuerzas mientras la canción parecía girar a nuestro alrededor. Una parte de mí solo quería soltarla. La otra, la que pensaba que estaba haciendo lo correcto y que aquello era por su bien, me hizo apretarla con decisión contra mi cuerpo. Le aparté el pelo de la frente y ella se sacudió con un sollozo.
—Ya está. Tranquila —le susurré.
Las notas desfilaron hacia el final y Leah lloró desde el alma. Yo nunca la había visto hacerlo así, como si el dolor naciese de dentro y saliese al fin.
?Here come the sun, here comes the sun.?
Aflojé el abrazo cuando la canción terminó. Su cuerpo seguía temblando debajo del mío y las lágrimas se escurrían por sus mejillas. Se las limpié con los dedos y ella cerró los ojos. No supe cómo explicarle que no podía esconder siempre los recuerdos dolorosos en vez de enfrentarlos, cómo convencerla de que del dolor se podía aprender y que a veces era necesario hacerlo…
Me aparté y Leah se puso en pie.
Oí el ruido de su puerta al cerrarse.
Así que me quedé solo mientras el disco que ella no había conseguido parar seguía girando. Supongo que debería haber salido a la terraza para fumarme un cigarro y calmarme antes de irme a dormir, por ejemplo. O
haberme quedado un rato más escuchando música hasta que pudiese conciliar el sue?o.