Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—Y ninguna ha conseguido que dejes de mirar tu propio ombligo — me cortó—. Es diferente, Axel. Estar con alguien, el compromiso, pasar los momentos jodidos, ?qué sabes tú de eso? El matrimonio es complicado.

Muchas etapas, ya sabes. No es todo ese primer a?o en el que te enamoras y la vida parece perfecta.

—?Acaso tienes problemas con Emily?

—No, claro que no. —Dudó—. Bueno, los típicos. Poco tiempo a solas. Mucho estrés con los críos. Lo normal, supongo.

—Puedes dejármelos algún día si quieres.

—?Para que les dejes pintar paredes? —bromeó.

—Soy el tío guay, ?qué le vamos a hacer!

Justin se puso serio.

—Y, por cierto, deberías fijarte más en papá.

—?Fijarme en qué?

—?De verdad no te has dado cuenta? Papá lleva mucho tiempo intentando llamar tu atención. Cuando Douglas vivía…, bueno, él aceptó la situación y se hizo a un lado.

—?Aceptó qué situación?

—Que tú parecieses compenetrarte mejor con otra persona. Que tratases a Douglas como si fuese el padre que siempre habías deseado tener.

No era así. No exactamente. Sentí un escalofrío. Es que con Douglas sentía que me entendía solo con una mirada, que encajábamos bien.

—Yo nunca sustituiría a papá.

Mi hermano hizo una mueca y me dijo que tenía que irse a la cocina para preparar algunas cosas. Me quedé un minuto más allí, asimilando sus palabras, y luego salí hacia el coche. Repasé las costuras del volante con el dedo, pensando en la expresión de Justin, una que no había visto hasta entonces, pero al final me la quité de la cabeza cuando giré la llave y encendí el motor del coche.

Avancé despacio por las calles de Byron Bay y regresé a la heladería en la que había dejado a Leah un rato atrás. Seguía allí, sentada en una de las mesas de la terraza. Parecía concentrada en lo que le decía el chico que tenía al lado. Yo me quedé mirándola un minuto antes de tocar el claxon. Se volvió cuando lo hice por segunda vez y sonrió al verme. Una sonrisa inmensa, de esas que anta?o le llenaban la cara y que ahora me llenaban a mí el pecho de algún modo retorcido e incomprensible.

—?Te lo has pasado bien? —pregunté cuando entró en el coche.

—Sí, me pierde el helado de pistacho.

—Ve pensando qué quieres hacer este finde.

—Mmm, ?planes? Creo que lo de siempre. El mar por la ma?ana y luego una siesta; sí, eso estaría bien, nunca lo hacemos. Quiero pintar por la tarde con la música puesta, en la terraza, y relajarme antes del examen del lunes. ?Qué te parece?

Me parecía el puto plan más perfecto del mundo.

—Está bien. Pues eso haremos.





70



LEAH

Los reflejos del sol me cegaban y tuve que llevarme una mano a la frente para ver cómo Axel se movía entre las olas, deslizándose por ellas antes de dejarlas atrás y caer al agua. Salió unos segundos después y se quedó flotando boca arriba con los ojos cerrados. Lo observé. Y hacerlo me calentó el corazón. él, en medio del mar, bajo la luz tibia del amanecer.

Encajaba tan bien allí. Era como si todo hubiese sido creado para él; aquel lugar, la casa, la vegetación salvaje que rodeaba la playa…

Me acerqué nadando, aún sobre la tabla de surf.

—?Qué estás haciendo? —pregunté.

—Nada. Solo… no pensar.

—?Cómo se hace eso?

—Deja la tabla y ven aquí.

Me acerqué a Axel. Mucho. Más cerca de lo que habíamos estado aquella semana en la que él se había limitado a evitarme y yo a permitir que lo hiciese dejándole espacio. Gotitas de agua brillaban en sus pesta?as y en sus labios mojados y entreabiertos.

—Ahora túmbate, haz el muerto.

Obedecí y me quedé flotando delante de él. El cielo era de un azul intenso, sin nubes.

—Y piensa solo en lo que te rodea, en el mar, en mi voz, en el movimiento del agua… Cierra los ojos, Leah.

Lo hice. Y me sentí liviana, etérea.

Sentí la calma, la ausencia de miedo…

Al menos hasta que Axel me tocó. Entonces me estremecí, perdí la concentración y me moví en el agua. Solo había sido un roce en mi mejilla, pero un roce sin razón, inesperado.

Axel respiró hondo.

—?Volvemos a casa?

Asentí con la cabeza.

No hicimos mucho durante el resto del día. Tal como había planeado, dormí un poco la siesta después de comer, tumbada en la hamaca. Me desperté cuando oí el maullido insistente de la gata, que estaba sentada en el suelo de madera sin dejar de mirarme. Me levanté bostezando y fui a buscarle algo de comida. Le hice compa?ía mientras se terminaba el aperitivo; luego se lamió un poco y se marchó tras los matorrales que crecían alrededor de la casa de Axel.

Saqué las cosas a la terraza y cogí las pinturas. El bote negro, el gris, el blanco. Y el rojo.

Axel se despertó poco después, cuando yo ya estaba concentrada. Me observó un rato, sentado cerca mientras se fumaba un cigarro y bostezaba, aún con el pelo alborotado y las marcas de la sábana en la mejilla. Deseé besarlo justo ahí. Borrar esas líneas con los labios y después…, después aparté la mirada porque él decía que no podía ser y yo lo entendía, pero cada vez tenía más miedo de terminar cometiendo alguna locura, porque quería…, lo quería.

—?Qué estás dibujando? —Dio una calada.

—Aún no lo sé.

—?Cómo puedes no saberlo?

—Porque solo…, solo me dejo llevar.

—No lo entiendo —dijo en un susurro mientras contemplaba las líneas sin sentido que yo trazaba despacio, tan solo pensando en lo agradable que era remover la pintura, mezclarla, sentirla. él se cruzó de brazos frustrado —. ?Cómo lo haces, Leah?

—Es abstracto. No hay secretos.

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