Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

Volvió a sonrojarse. La sujeté por la nuca para darle un beso largo y lento antes de soltarla y salir a la terraza para despedirme de ella. La observé mientras se alejaba montada en la bicicleta con su coleta ondeando bajo el sol de la ma?ana. Suspiré hondo, tranquilo e intranquilo a la vez, si es que eso era posible. Porque por una parte estaba feliz, jodidamente feliz, aunque por otra no podía ignorar que sabía que me estaba metiendo en un camino pedregoso y lleno de baches, pero aun así era incapaz de dejar de caminar y caminar…

Me encendí un cigarro y me preparé otro café.

Después de una ma?ana un poco apática y llena de pensamientos enmara?ados, Leah regresó y, cuando subió los escalones del porche con una sonrisa bailando en sus labios, sentí que todo volvía a encajar de nuevo.

Las dudas y los errores desaparecieron con el primer beso y después me limité a estar allí, en nuestro presente, con ella.

Al caer la noche, después de cenar, me tumbé en la hamaca y ella se acopló a mi lado, acurrucada contra mi cuerpo mientras nos balanceábamos.

Allí solo éramos música sonando suave desde el salón, estrellas encendidas y el olor del mar que traía el viento.

—Sabes que tenemos que hablar, ?verdad?

—No tenemos por qué hacerlo —dije.

—Quiero saber qué es lo que más te preocupa. —Levantó la cabeza, alzó una mano y me alisó la zona del entrecejo con suavidad—. ?Ves? No me gusta esto. Que estés tan tenso.

Colé la mano bajo su vestido y le di un apretón en la nalga derecha antes de besarla.

—Conozco un modo muy eficaz de disipar la tensión.

—Axel, por favor. No bromees con esto.

Puso carita de pena y yo quise morirme. Porque nunca pensé que podría pillarme tanto y tan rápido por alguien. Porque no estaba acostumbrado a sentir aquello ni a derretirme por gestos tontos. Porque creía que esas chorradas no iban conmigo y en esos momentos podría haberme puesto a componer una jodida canción sobre ella. La última chica del mundo por la que pensé que perdería la cabeza. La que conocía de toda la vida. La que siempre había estado a mi alrededor, invisible ante mis ojos…

Me froté el mentón y suspiré.

—Está bien, hablemos.

—?Qué vamos a hacer?

—No tengo ni puta idea.

—Pero… algo habrás pensado.

—Espera. Necesito un cigarrillo.

Fui a buscar el paquete de tabaco a la cocina. Cuando volví, Leah estaba sentada en la hamaca balanceándose y mirándome un poco cohibida.

Me lo encendí y di una calada larga antes de encontrar las palabras adecuadas, si es que acaso existían.

—Creo que deberíamos tomarnos un tiempo. Ya sabes, para ver cómo funciona todo. Y después, no lo sé, no tengo ningún plan ni tampoco me propuse que esto ocurriese. Solo estoy improvisando e intentando no pensar demasiado para no volverme loco.

—Vale. Pues no pensemos —pero lo dijo con el ce?o un poco fruncido.

—Vamos, no me pongas esa cara. —Apagué el cigarro y me acerqué a ella. Me coloqué entre sus piernas y dibujé con los dedos una sonrisa en su rostro tirándole de las mejillas; funcionó, porque se echó a reír—. Leah, tú eres consciente de lo jodido que es esto para mí, ?verdad? Hace que me sienta culpable. Mal. No es una situación normal. Es difícil.

—Lo siento —susurró y apoyó la cabeza en mi pecho.

Le di un beso y ella se colgó de mi cuello.

Nos quedamos allí un rato besándonos despacio. No sé cómo no me había percatado antes de lo mágico que podía ser un beso. Tan íntimo. Un gesto tan peque?o, tan bonito. Con ella solo quería cerrar los ojos y sentir cada roce y cada suspiro suave.





82



LEAH

Hasta entonces, pensaba que el amor era como una cerilla que prende de golpe y se enciende temblorosa. Pero no. El amor es un chisporroteo suave que precede a los fuegos artificiales. Era su barba contra mi mejilla al despertar, cuando el sol todavía no había salido. Era el vuelco en el estómago que sentía al tocarlo. Eran sus movimientos lentos cuando hacíamos el amor y su voz ronca susurrando mi nombre. Era el sabor del mar en su piel. Era las ganas que tenía de congelar cada momento que pasábamos juntos. Era su mirada traviesa e intensa.

El amor era sentirlo todo en un solo beso.





83



LEAH

Blair se echó a reír cuando terminé de contarle las últimas novedades.

Estábamos tumbadas en la cama de su habitación mirando el techo recubierto de estrellas fluorescentes que brillaban en la oscuridad.

Le di un codazo.

—?De qué te ríes?

—No lo sé. De ti. De la situación.

—Muy graciosa. —Me di la vuelta en la cama, cogí un oso de peluche y lo achuché—. Tengo miedo, Blair.

—Pues no lo tengas. Deberías estar disfrutando de este momento. Es lo que siempre has querido, ?no? Y ahora lo tienes. Al chico inalcanzable, el que decías que jamás se fijaría en ti.

—Es que pensé que nunca lo haría.

—La vida es así de impredecible.

—Ya. Pero… —Me llevé un mechón detrás de la oreja y pensé lo que iba a decir, el temor que me rondaba por la cabeza—. Es demasiado bonito para ser verdad. Y demasiado complicado, también. Nadie lo sabe, solo tú.

No me gusta eso, tener que esconderlo, pero entiendo…, entiendo que puede ser un problema. No puedo ni imaginarme cómo reaccionaría mi hermano si se enterase.

—Eres mayor de edad, Leah.

—Supongo que sí.

—Pues ya está. Quizá él tenga razón en esperar a ver cómo va todo antes de implicar a vuestras familias. No lo pienses más, ya lo decidiréis cuando llegue el momento.

Llamaron al timbre y Blair se levantó para abrir. Apareció con Kevin en la habitación un par de minutos después. Yo lo saludé con una sonrisa.

—?Tarde de chicas y cotilleos?, ?qué me he perdido? —Se sentó en la silla del escritorio.

—Si te lo dijésemos, tendríamos que matarte. —Blair le dio un beso antes de sentarse a mi lado en la cama al estilo indio.

Yo me reí, contenta por verlos tan felices. Y porque casi parecía una tarde cualquiera como en los viejos tiempos.

Me despedí de ellos un rato después y regresé caminando a casa. Paré en la cafetería de la familia Nguyen y saludé a Justin desde la puerta. él me miró sorprendido.

—Vaya, qué sorpresa.

—Pasaba por aquí.

—?Quién ha venido? —Georgia salió de la cocina y sonrió al verme.

Se limpió las manos llenas de harina en el delantal y me dio un abrazo tan fuerte que por poco me deja sin aliento—. Qué bonita estás, cielo.

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