Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)

—No sé de qué estás hablando. ?Quieres café?

Negó con la cabeza mientras yo me levantaba para ir a la cocina. Me serví una taza, sin calentar, y volví a sentarme junto a ella delante del escritorio. Le ense?é algunos trabajos más, los últimos que había hecho, y me escuchó con atención sin hacer más preguntas ni interesarse por nada concreto. Estar con ella era fácil, cómodo, como las cosas que me gustaban de la vida.

Yo continué trabajando, y ella cogió sus auriculares y salió a la terraza trasera. Mientras delineaba el borde de los árboles que había detrás del Se?or Canguro, no podía dejar de mirarla; porque allí, de espaldas, con los codos apoyados en la barandilla de madera y escuchando música, parecía tan frágil, tan difusa, tan nublada…

Esa fue la primera vez que sentí el cosquilleo.

Pero entonces no sabía que esa sensación hormigueante en la punta de los dedos significaba que deseaba dibujarla, guardarla para mí entre líneas y trazos, quedármela para siempre en los dedos llenos de pintura. No fui capaz de plasmarla real, viva, entera, hasta mucho tiempo después.

Salí al cabo de media hora, le quité los auriculares y me los puse.

Sonaba Something. Con los primeros acordes, ese bajo alfombrando las demás notas, caí en la cuenta de que hacía una eternidad que no escuchaba a los Beatles. Tragué saliva al recordar a Douglas en su estudio hablándome de cómo sentir, de cómo vivir, de cómo llegar a ser la persona que era en ese momento, y me pregunté si una parte de mí lo habría evitado a propósito. Me quité los auriculares y se los devolví.

—?Sigue en pie lo de acompa?arme a comprar?

Fuimos a la ciudad en coche, atravesándola hasta llegar al extremo opuesto. Estacioné casi en la puerta, entramos al supermercado y avanzamos entre las estanterías. Leah cogió unas galletas para desayunar y pan de molde sin corteza.

—Pero ?qué haces? Es casi ofensivo.

—A nadie le gusta la corteza —replicó.

—A mí me flipa la corteza. ?Qué gracia tiene que todo el pan sea blanco, sin nada que rompa la monotonía? No, joder. Muerdes primero los laterales y luego rematas el centro.

Vi una sonrisa tímida cruzando su rostro antes de que la cortina de pelo rubio se interpusiese cuando se inclinó para alcanzar un paquete de espaguetis. Veinte minutos después, mientras estábamos en la caja, noté que Leah parecía más relajada, como si los nubarrones que siempre llevaba en la cabeza se hubiesen disipado un poco, y me dije que tenía que encontrar la manera de sacarla más de casa, de conseguir alejarla de la apatía que vestía todos los días; el siguiente mes las cosas iban a cambiar, aunque todavía no había establecido un plan.

Al salir del supermercado, estuvimos a punto de tropezar con una chica de ojos redondos y casta?os que llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta alta. Le sonrió a Leah, mirándola con cari?o, y habló gesticulando con las manos.

—?Qué casualidad! Acababa de llamarte para ver si estabas bien al no verte por el instituto, pero luego recordé que ya no tienes…, que ya no usas…

Dado que Leah no reaccionaba, intervine:

—El teléfono móvil.

—Eso es. Me llamo Blair, aunque ya nos conocemos.

No la recordaba. Había conocido a varias amigas de Leah cuando la veía pasear rodeada de chicas aquí y allá, de la playa a la ciudad y de la ciudad a la playa sin ninguna preocupación a la vista y riendo como una chiquilla.

—Encantado. Axel Nguyen.

—No había dormido bien —logró decir Leah.

—Entiendo. Aun así, si te sigue apeteciendo ese café…

—Sí que le apetece —me adelanté.

Leah intentó asesinarme con la mirada.

—Venía a por champú, pero estoy libre —a?adió Blair.

—Y ella también. Toma —le di a Leah un par de billetes—. Comed algo juntas. Yo tengo cosas que hacer. ?Quedamos aquí dentro de una hora?

Vi el pánico arremolinándose en sus ojos. Una parte de mí quiso hacerlo desaparecer de inmediato, pero la otra parte…, la otra se alegró, joder. Me tragué la compasión y le di la espalda a la súplica silenciosa que sus labios no llegaron a pronunciar.





20



LEAH

Me quedé allí, de pie y en medio de la acera, mientras Axel desaparecía calle abajo. Tragué saliva al notar las pulsaciones más rápidas y bajé la vista al suelo. Había una hoja justo al lado del zapato de Blair. Era rojiza, con las peque?as membranas dibujándose en su interior como un esqueleto que crecía bajo la piel llena de color. Aparté la mirada al pensar en la tonalidad, en la mezcla que daría ese resultado.

—?Me acompa?as a por el champú y vamos a comer?

Asentí, ?cómo negarme? No solo porque Axel me hubiese obligado a hacerlo, sino porque era imposible ignorar el anhelo que escondían los ojos de Blair, siempre tan transparente incluso cuando se esforzaba por no serlo.

Así que volví a internarme de nuevo con ella en la zona de droguería, y después nos dirigimos hacia un local que estaba cerca, en el que hacían ensaladas variadas y siempre servían pescado fresco.

—Por lo que veo, la convivencia con Axel va bien.

Rodeé la mesa para sentarme enfrente de Blair.

—Algo así, hoy no ha sido su mejor día.

Ella me miró con interés cuando el camarero se marchó después de que hiciéramos el pedido. Me fijé en el movimiento rítmico de sus piernas por debajo de la mesa y supe que estaba nerviosa, sin saber cómo romper el hielo, algo que solo me hizo sentir peor.

—?Sigues sintiendo algo… todavía?

No hizo falta más para que la entendiese.

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