—?Qué estás haciendo?
—?Y si todas las personas que se sienten perdidas como tú o Grace tuviesen a su alcance un mapa? Uno lleno de deseos silenciados, de sue?os olvidados, de posibilidades que da miedo recorrer. Un mapa de los anhelos. ?No sería todo mucho más sencillo? Porque dar un paso es fácil si sabes hacia dónde ir. Si lo piensas bien, sería como susurrarle a mi hermana al oído qué ficha debe mover primero para empezar la partida y luego ya…
—?Qué?
—A volar.
34
Un final y un comienzo
Me dieron el alta en el hospital a finales de verano, tras confirmarme que no tendrían que volver a operarme la pierna. Me enfrenté a la acusación del Estado y tuve la suerte de terminar aceptando una multa enorme, la retirada del carné de conducir y numerosos servicios a la comunidad; dada la gravedad de lo que había ocurrido, fueron bastante benevolentes conmigo. La otra parte fue más complicada. Mis padres y los abogados que contrataron llegaron a la conclusión de que era más prudente evitar un juicio y llegar a un acuerdo extrajudicial con Josh, porque de lo contrario había posibilidades de que perdiese y acabase teniendo que cumplir una pena de prisión. Nos cruzamos durante la última reunión. él vestía una camisa azul con todos los botones cerrados; me fijé en eso y en que se había cortado el pelo más de lo habitual. No me miró a los ojos. Yo tuve ganas de preguntarle: ??En algún momento fuimos realmente amigos o siempre se trató de una competición??. Pero lo dejé estar porque comprendí que no importaba. Ya no. Luego, tomamos caminos separados.
Empecé a acudir a diario a rehabilitación y, cuando terminaba cada sesión, al caer la noche, cogía el autobús para acercarme al hospital a ver a Lucy. Al final, tras pasar unas semanas en casa, su familia la había convencido para comenzar con el nuevo tratamiento. Nos reuníamos siempre a la misma hora y su madre aprovechaba el rato para ir a casa a ducharse o bajar a la cafetería a cenar. Nosotros jugábamos en la zona de la máquina de café o escuchábamos alguna canción en su reproductor de música, cada uno con un auricular. Nunca me presentó a nadie de su entorno de manera oficial, aunque las enfermeras asistían con curiosidad a nuestra peculiar amistad y, en un par de ocasiones, vi a la se?ora Peterson a lo lejos cuando se marchaba.
Le pregunté por qué era tan reservada.
—Es que me gusta la idea de que permanezcamos ajenos a todo lo demás, ?entiendes? Tengo la sensación de que nunca he tenido intimidad. Le he dicho a mi madre que somos amigos, pero le he pedido que me deje tranquila durante este momento del día. Tú eres como hacer pellas en clase y escaparse con el chico prohibido.
Sonreí y ella también lo hizo.
—Por mí no hay problema.
—Bien.
—Bien.
Y continuamos con la partida.
Creo que Lucy pensaba que seguía acudiendo al hospital porque me daba pena, pero, en realidad, aquellos momentos de amistad y calma se convirtieron en lo mejor del día. Durante esos meses, odiaba despertarme en mi antiguo dormitorio y permanecer horas tirado en la cama o en el sofá con mi madre alrededor colocándome bien las almohadas y preparándome caldo caliente como si lo mereciese tan solo por ser su hijo, a pesar de que llevaba a?os decepcionándola. Odiaba sentirme tan inútil, tan vacío, tan paralizado. Y odiaba tener enfrente la casa donde Josh y yo habíamos jugado de peque?os, donde habíamos pasado tantas y tantas horas juntos.
Lucy y yo hablábamos mucho, pero jamás volvió a comentar nada sobre ?El mapa de los anhelos? y no le di más importancia. Nunca imaginé lo que se proponía.
Un día, en plena madrugada, oí el teléfono de casa.
Bajé cojeando mientras la voz de mi madre se transformaba en un sollozo. La cogí casi al vuelo antes de que se dejase caer y tan solo dijo sobre mi hombro: —La abuela… Se ha ido.
No hicieron falta más palabras para comprender lo que había ocurrido. Y lo único en lo que pude pensar fue que el último recuerdo que mi abuela se había llevado de mí, de ese Will que ella creía conocer y que había sido su nieto preferido, era la noticia del accidente, que perdí el trabajo, que cancelé la boda, que fracasé.
Volamos a Canadá para el entierro. Fue un funeral sencillo e íntimo. Cuando regresamos a casa una semana más tarde, había una postal en el buzón.
Era de mi abuela.
La había mandado días antes de morir. Estuve mucho rato mirando la postal. Era rara la idea de recibir un mensaje suyo cuando ella, su cuerpo y su espíritu, ya no existían en este mundo. Temía abrirla porque entonces no volvería a repetirse esa expectativa de saber qué había dentro. Podía contener cualquier cosa, desde una petición hasta el secreto de la existencia humana.
Al final, decidí averiguarlo.
Era una postal de un oso en medio del bosque. El animal parecía pacífico.
??Recuerdas cuando jugábamos al escondite en los campos de maíz? Era tan divertido… Yo aún tenía las piernas fuertes y podía correr. Echo de menos correr. Y también la granja. Fui muy feliz allí?.
Ya está. Nada más. Eso era todo.
La releí muchas veces en busca de un misterio oculto, pero lo cierto es que las palabras no escondían nada, eran sinceras y se limitaban a relatar un momento especial de nuestras vidas, cuando vivíamos en Ink Lake y yo aún era real.
Cuando volví al hospital, Lucy no apareció en la zona de la máquina de café. Pensé que le habría surgido algún contratiempo o que habría olvidado que ya había regresado de Canadá. Acudí un día después, la noche de Halloween, y ocurrió lo mismo, así que me acerqué al mostrador donde estaban las enfermeras.
—Estoy buscando a Lucy Peterson.
—?Eres familiar?
—No, pero…
—Lo siento, entonces no puedo ayudarte en este momento.
La mujer se alejó y otra que había estado observándome me sonrió.