Cogí la caja del juego que tenía en la mesilla de noche, lo abrí y repartí las fichas. La tarde avanzó entre tiradas de dados hasta que se quedó dormida y una de las enfermeras entró para ponerle otra dosis de medicación. Después, el silencio fue nuestra única compa?ía. Mamá había aprovechado mi visita para ir a casa y darse una ducha, pero no tardaría en regresar. Contemplé el rostro de mi hermana e intenté vislumbrar esa parte de ella que parecía ajena a la enfermedad. ?Cómo habría sido su vida con salud? Más complejo aún: ?cómo habrían sido las vidas de la familia Peterson?
En una ocasión, de peque?a, mientras observaba el tronco del árbol que crecía en la parcela de la casa del abuelo, comprendí que era el símil perfecto de la existencia. En primer lugar: necesita agua y nutrientes para sobrevivir. En segundo lugar: el camino inicial es recto, pero tarde o temprano se divide, crecen varias ramas y debes empezar a tomar decisiones. La vida deja de ser lineal y pasa a parecerse más a un laberinto. Cada sendero que tomas implica que dejas otros atrás, y eso es aterrador.
Así que, sí, en otra vida tengo amigas y hablo con ellas sobre marcharme lejos de Ink Lake. Cumplo mis sue?os, alcanzo el éxito, conozco hombres interesantes, me enamoro, rompo algún corazón y como helado junto a mis compa?eras de piso cuando me devuelven la jugada. Viajo a Europa, celebro el fin de a?o por todo lo alto, llorar me hace fuerte, pruebo platos exóticos y bebo vino blanco en copas de cristal. Durante las vacaciones, vuelvo a casa a visitar a mis padres y abrazo a mi hermana en cuanto entro por la puerta. Es una hermana con las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes, el pelo sedoso y las células intactas. Me presenta a su novio y, tras la cena familiar, nos quedamos riéndonos y hablando en el tejado de casa hasta las tantas, cuando mamá aparece por el hueco de la buhardilla para pedir que bajemos la voz.
Es tan ridículamente perfecto que me entran náuseas mientras pedaleo cada vez más rápido, con las manos apretando el manillar como si desease estrangularlo.
En cualquier caso, rebobinemos.
El camino recorrido fue otro. Por eso me encuentro atrapada en una ciudad peque?a de la que nunca me he planteado escapar. El estancamiento tiene algo atrayente difícil de explicar. Imagina un pozo oscuro: el agua no se mueve, no fluye, todo se mantiene silencioso e inmóvil, en calma. Y, si te tapas la nariz, ni te darás cuenta del olor putrefacto que desprende. Así que aquí estoy, anclada en un presente gris, con la palabra ?Nefelibata? flotando alrededor. Hace a?os que no patino sobre hielo, no estoy segura de tener ni una sola amiga de verdad, creo que mi padre tiene secretos y en un minuto giraré a la izquierda para entrar en casa de mi abuelo, celebrar su cumplea?os y fingir que la vida continúa y que, en concreto, la mía todavía tiene algún sentido.
La mesa ya está puesta en el salón y huele a tarta de limón, que es la preferida del abuelo. Me parece un milagro que mi madre se haya tomado la molestia de hacerla, supongo que se debe a que es una ocasión especial. Cuando nos sentamos alrededor del pollo relleno, me fijo en que los cubiertos están alineados sobre las servilletas azules. En teoría todo parece perfecto, pero el silencio en la estancia es denso. Mamá se encarga de cortar y servir la comida, papá parece concentrado en un hilito suelto que cuelga del mantel y el abuelo se mantiene tan serio y callado como de costumbre.
Me encantaría gritar. O ponerme a bailar. O hacer algo del todo inesperado, como el pino contra la pared o imitar los movimientos de un orangután enfadado.
—Está delicioso, Rosie —comenta mi padre—. Justo en su punto.
—Gracias, Jacob. —Ella ni siquiera se molesta en mirarlo.
Podrían ser dos actores que se acaban de conocer y están leyendo unas líneas del guion alrededor de la mesa para que el equipo de la película decida si hay química.
El veredicto: es inexistente.
La comida transcurre entre conversaciones triviales y pausas demasiado largas tras cada frase, como si nos supusiese un esfuerzo pronunciar cada palabra. Nadie me pregunta dónde he pasado la noche; además, lo más probable es que ni siquiera se hayan percatado de mi ausencia. El único que intentó ponerme límites hace a?os fue el abuelo y le fue imposible seguir haciéndolo cuando cumplí la mayoría de edad.
—Iré a por la tarta. —Mamá se levanta.
Me pongo en pie y quito la mesa junto a los demás. Parecemos cuatro fantasmas mientras vamos del salón a la cocina y viceversa. Minutos después, mi madre coloca el pastel con una cobertura amarillenta de limón en el centro de la mesa y pone las velas. ?Alguien más está pensando ahora mismo que Lucy nunca cumplirá los treinta, los cuarenta o los cincuenta? Será eternamente joven en nuestra memoria y me pregunto si, cuando yo tenga la edad del abuelo, me resultará extra?o pensar en mi hermana mayor como en esa chica rubia que se murió pocos días antes de cumplir los veinticinco.
él sopla con fuerza y apaga las velas.
—?Has pedido un deseo, abuelo?
—Pues sí. —Coge el plato que le tiende su hija y hunde la cuchara en el gelatinoso pastel. Después, se la lleva a la boca y parece pensativo cuando a?ade—: En realidad, tengo algo que deciros sobre ese deseo. Me marcho a Florida.
—?Qué? —Mamá lo mira con incredulidad.
Puede parecer algo trivial, pero si hago memoria no recuerdo que el abuelo haya dormido fuera de casa ni una sola vez. Tampoco sé qué se le ha perdido en Florida.
—Un amigo me ha invitado a pasar una temporada en la ciudad. Creo que me irá bien un cambio de aires. Además, iremos de pesca. Siempre he querido aprender a pescar.
—Pero ?qué amigo, papá?
—McGregor, coincidimos en la división.
—Con todo lo que ha pasado, no creo que este sea el mejor momento para vivir una aventura. El médico dijo que tu corazón está débil y tienes el colesterol alto…
El abuelo se mete la cucharada de pastel en la boca y traga con tanta fuerza que cualquiera diría que acaba de zamparse un bocado de tornillos. Respira hondo y, a continuación, dice la frase más larga que le he oído pronunciar en toda mi vida: