Resulta casi una ironía, como si ambos estuviesen en dos lados de una balanza y el azar se hubiese encargado de jugar con ellos para pasar un rato divertido. El abuelo ha vivido cincuenta y cuatro primaveras más que su nieta mayor, aunque sé que de buena gana le habría regalado todos esos a?os si esto fuese una distopía y pudiésemos mercadear con el tiempo; claro que, entonces, quizá Lucy nunca hubiese existido.
Sigo dándole vueltas a eso mientras Tayler me besa.
—Vuelve a la tierra, Grace. ?En qué estás pensando?
?En el azar y la muerte?, pero sé que Tayler no quiere escuchar algo así. Siendo precisa, lo único que desea en realidad es limitarse a desnudarse y desnudarme. No tengo ni idea de por qué sigo quedando con él ni tampoco podría explicar de manera coherente la razón por la que empezamos a acostarnos. ?Por aburrimiento?. ?Para mitigar este sentimiento de soledad que nunca me abandona?. ?Para dejar de pensar en Lucy?. ?Porque la línea que separa el sexo del amor es fina y siempre albergo la esperanza de conseguir saltar de un lado al otro?. Cualquiera de las opciones anteriores podría ser válida. Pero qué más da. ?Acaso a alguien le importa?
—Pienso en lo mucho que me gustas —miento.
Tayler sonríe satisfecho y apaga el cigarrillo en el cenicero antes de inclinarse y colar sus manos bajo mi camiseta. Intento dejarme llevar por sus caricias cuando lo tengo encima, pero vuelvo a distraerme con la palabra que lleva semanas revoloteando por mi mente. ?Nefelibata: dicho de una persona, so?adora, que vive en la inopia?. Me encantaría ser justo así y saltar entre las nubes algodonosas ajena a todo.
Clavo la vista en el techo del dormitorio mientras Tayler se hunde en mi interior. La sensación no es nueva, llevamos viéndonos de manera intermitente bastante tiempo. En el instituto, él iba tres cursos por delante y era el típico chico malo: iba en moto, trapicheaba con las drogas y acababa cada noche con un ligue distinto. Ocho a?os después, a los veintiséis, sigue siendo exactamente igual. Nunca he mantenido una conversación interesante con él y dudo que en el fondo sepa algo de mí más allá del tama?o de mis tetas, pero nos une algo esencial: tanto su vida como la mía están estancadas. Y nos encontramos varados en medio de la nada.
Se aparta cuando termina. Ni siquiera me he corrido.
—Oye, Grace.
—Dime.
—?Sacas la basura cuando te vayas?
—Que te jodan.
Pero no me enfado. Es imposible enfadarse con una persona que no te importa. Tayler intenta retenerme abrazándome por la cintura, así que me zafo de él y me visto con prisas. Pregunta si volveré ma?ana. Me limito a ense?arle el dedo corazón, aunque los dos sabemos que probablemente hablaremos dentro de unos días.
He dejado la bicicleta atada a la farola que hay junto a la casa que Tayler comparte con otros dos amigos. Monto en ella y pedaleo con brío por las calles anchas delimitadas por árboles en todo su esplendor primaveral, aunque siempre me he sentido más atraída por los paisajes oto?ales, cuando las hojas doradas y marrones alfombran las aceras. Es una ciudad peque?a, pero no tanto como para no sentirse entre un mar de desconocidos. Excepto en la zona residencial donde vivimos, claro, ahí todo el mundo sabe que somos la familia de la chica muerta. Acudieron muchos vecinos al entierro y la nevera de casa, que acostumbra a estar semivacía, se llenó con los platos que traían y que terminaron pudriéndose. Puede que Ink Lake tan solo sea una ciudad más perdida en medio de Nebraska, pero la amabilidad de la gente es parte de su encanto.
A vista de pájaro tiene una forma redondeada, aunque alberga una leve desviación en un extremo, así que en realidad se parece a un caracol. En el centro hay tiendas, varias cafeterías, restaurantes y tabernas, negocios familiares y una farmacia que ha subsistido hasta la fecha gracias a la medicación que encargábamos para Lucy. También hay un cine, pero es peque?o y tan antiguo que si te sientas en una de las butacas corres el riesgo de no volver a levantarte; es mejor no saber por qué están pegajosas. Casi a las afueras, se encuentra la zona más precaria, ocupada por caravanas, y también mi hamburguesería preferida: imposible resistirse a la especialidad de la casa.
Cuando iba al instituto, casi todos mis compa?eros so?aban con largarse a otro lugar mejor. A pesar de haber sido testigo de esa fantasía durante toda mi vida, nunca la he valorado en serio. Y eso que jamás he salido del estado. Debido a la enfermedad de Lucy, nos desplazábamos asiduamente a Omaha hasta que la derivaron a otro especialista en el hospital de Lincoln, que estaba más cerca. De esa manera, cuando la ingresaban y quería verla, podía coger el autobús de la línea nueve y escuchar música durante la hora y cuarto de trayecto, ya que conducir siempre me ha dado pánico.
Entonces, al llegar junto a su cama, mi existencia volvía a tener sentido. Ahí estaba. La heroína invisible. La salvadora silenciosa. La portadora de células indestructibles.
—?Te imaginas cómo sería ir a la universidad, Grace? —me preguntó Lucy una tarde lluviosa de primavera—. Estudiar algo que te apasione en un lugar donde poder empezar desde cero sin que nadie presuponga nada sobre ti.
—No creo que sea para tanto.
—Tú podrías hacerlo. Ir a Nueva York, vestirte de forma extravagante y comerte un perrito caliente delante de algún escaparate decorado. ?Y quién sabe? Quizá acabarías siendo una patinadora famosa y yo iría a visitarte en verano y me quedaría en la habitación de invitados de tu sofisticado apartamento minimalista.
—Ves demasiadas películas, Lucy.
—Fantasear es gratis —contestó.