Ciudades de humo (Fuego #1)

La chica primero titubeó, luego asintió. Se le estaba formando un nudo en la garganta.

Max se quedó en silencio un momento. Ella tenía la cabeza gacha. De pronto, le entraron ganas de llorar al pensar en el lío que había metido a Rhett.

—?Eres consciente de que está terminantemente prohibido salir de tu habitación después de que anochezca, Alice?

—Sí, pero...

—Pero nada. Y mírame cuando te hablo.

Esa vez sí había sonado enfadado. Alice levantó la cabeza lentamente y lo miró.

—Por no mencionar lo prohibido que está visitar a un instructor en plena noche.

Ella sintió la tentación de volver a agachar la cabeza. El nudo en la garganta se hizo más espeso. No se sentía capaz de hablar.

—No me importa lo que hagáis en plena noche los dos en esa habitación —aclaró Max con voz áspera—. No quiero volver a oír hablar de eso. No quiero volver a tener que escuchar a nadie diciéndome que te ha visto saliendo de tu habitación en plena noche para ir a ver a tu instructor, ?me has entendido bien?

—?Quién...?

—Eso no es asunto tuyo. Y te he preguntado si me has entendido, respóndeme.

—S-sí...

—Se han acabado las amistades con instructores o lo que sea eso —siguió Max, cada vez más enfadado. Alice sintió que se hacía peque?ita—. Se acabaron las clases extra.

—Pero...

—No me interrumpas —advirtió Max se?alándola y hablando muy lentamente.

Ella volvió a agachar la mirada inconscientemente.

—Te he dicho que me mires cuando te hablo.

Volvió a levantar la cabeza, esta vez más enfadada que asustada.

—Se acabaron las visitas a cualquier habitación que no sea la tuya.

—?Qué? Pero...

—He dicho que no me interrumpas.

—?Me da igual! ?Los demás no tienen la culpa de esto!

—No los estoy castigando a ellos, sino a ti. —La miró duramente—. Y siéntate ahora mismo.

Alice se dio cuenta de que se había levantado y volvió a sentarse.

—No es justo —murmuró.

—Pocas cosas son justas en la vida. —Max enarcó una ceja—. Si no eres capaz de seguir normas básicas, no me dejas otra opción que ser más estricto contigo. Y es lo que estoy haciendo. Tu castigo será no ver a tus amigos durante un tiempo.

—?Qué? —casi gritó ella—. ?Cuánto tiempo?

—El que yo decida.

—?Ni hablar!

Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera detenerlas.

Max apretó los labios con fuerza. Oh, no.

—?Necesitas que los castigue a ellos para que te des cuenta de que no puedes hacer lo que quieras en mi ciudad?

—Esto no es justo —repitió como una ni?a peque?a—. No puedes prohibirme ver a alguien.

—Muy bien, Alice. —Sonó como si finalmente hubiera perdido su poca paciencia—. Si alguien me avisa de que has estado hablando con alguno de los que no son de tu habitación, no te castigaré solo a ti. Amonestaré a cada persona con la que hayas interactuado. ?Lo entiendes mejor así? ?O tienes algo más que decir al respecto?

La chica apretó los pu?os por debajo de la mesa, pero se calló.

—Como puedes imaginarte —prosiguió él—, también te quedarás sin más exploraciones durante un tiempo. Cuando ese periodo termine, ya veremos lo que hacemos contigo si sigues aquí.

—?Si sigo aquí? —Alice abrió mucho los ojos.

—Ya me has oído. Te recuerdo que todavía no formas parte de nuestra comunidad. Solo eres una invitada provisional. Y ya has roto la mitad de las normas que tenemos.

—Una invitada provisional —masculló ella, negando con la cabeza.

—Puedes olvidarte de cualquier tipo de privilegio a partir de ahora y, por supuesto, que no te quepa duda de que voy a hablar también con Rhett.

—?Qué pasará con él? —preguntó ella asustada.

—No es asunto tuyo —replicó tajante, se?alando la puerta—. He terminado.

—Sí es asunto mío.

Max le echó una mirada que habría helado el infierno.

—Vete.

—No. —Sabía que solo estaba empeorando las cosas, pero no podía evitarlo—. Lo único que he hecho desde que llegué aquí ha sido tratar de completar mis ejercicios lo mejor que podía —le dijo, y notó que le temblaba un poco la voz—. No he hecho nada malo.

—Desde que llegaste aquí, no has hecho más que romper una norma tras otra. No sé si eres consciente de que no estás en un maldito campamento. Esto es una ciudad. Y tú todavía no formas parte de ella.

—?Y qué vas a hacer? ?Echarme?

Max apretó los dientes.

—Quizá debería.

Silencio.

Se miraron el uno al otro. Alice no apartó los ojos, pero tenía ganas de hacerlo. Incluso con lo enfadada que estaba, se sentía intimidada.

Pero eso no le impidió hablar.

—Criticáis a la gente que invadió mi antigua zona y los mató a todos, pero sabes que si me echas de la ciudad moriré tarde o temprano. Son dos formas de matar distintas, pero en el fondo es lo mismo. ?Qué diferencia hay entre tú y ellos?

Ni siquiera lo dijo enfadada. Solo triste. Max no pareció muy conmovido. Simplemente, apretó la mandíbula.

—Como no te vayas ahora mismo, te aseguro que no serás la única a la que eche de la ciudad.

Alice se quedó mirándolo un momento, impotente. No podía creerse que todo hubiera sucedido tan deprisa y tan mal. Se puso de pie, enfadada, y salió del despacho.

Nada más hacerlo, se encontró a Rhett apoyado al otro lado del pasillo. él la miró un momento, sorprendido.

Todavía tenía una marca en el labio. A ella le entraron aún más ganas de llorar.

—?Qué...? ?Por qué tienes esa cara? ?El cabrón te ha gritado?

—Entra —espetó Max desde su escritorio.

—Alice, ?qué pasa? —insistió, ignorándolo.

—?Rhett! —Se escuchó retronar la voz desde dentro del despacho, furiosa.

Alice pasó por su lado, sin ser capaz de mirarlo a la cara. Antes de llegar al final del pasillo, escuchó la puerta cerrándose con fuerza.





22


    Las tortugas

que resultaron

ser muy útiles


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