Ciudades de humo (Fuego #1)

—?Norma...?

—?Rhett? —La voz de Tina sonó al otro lado de la puerta.

él miró la puerta y luego sus dedos manchados de sangre, pensando a toda velocidad. Alice, por su parte, completamente roja de vergüenza, solo quería hacerse una bolita y desaparecer.

—Había maneras más suaves de pedirme que parara —le dijo él un poco divertido.

—Me quiero morir —murmuró Alice.

—?Rhett? —repitió Tina—. ?Qué haces?

—?Ahora voy, un momento! —exclamó—. ?Espérame en tu habitación!

Los pasos alejándose indicaron que la mujer le había hecho caso. él se pasó la lengua por el labio.

—Oye, Alice...

—?Te duele mucho? —Asomó los ojos por encima de sus manos. Las mejillas nunca le habían ardido tanto.

?Por qué tenía que salirle todo tan sumamente mal?

—No me duele —le aseguró.

—Mientes. Y me quiero morir. Mucho.

—Deja de decir eso, pesada.

—?No me llames pesada ahora!

—?VALE! —él puso los ojos en blanco—. Ya hablaremos de..., ejem..., lo que ha pasado.

—O no. ?Y si no lo hablamos nunca y fingimos que no ha sucedido nada?

—No podría ni aunque quisiera.

él sonrió, divertido, negó con la cabeza y se puso de pie.

—No te lo tomes como si estuviera enfadado, pero deberías irte. Tina volverá si tardo mucho.

—Pero... —Ella se atrevió a descubrirse la cara—. Te sigue sangrando.

—Creo que sobreviviré, no te preocupes.

—Está bien. —Alice se dirigió a la puerta—. Pero me quiero morir igual.

—Hazme el favor de no hacerlo, entonces.

Alice no se atrevía a mirarlo a la cara, así que, aunque pareció que él quería decir algo más cuando abrió la puerta, se escabulló tan pronto como pudo, dirigiéndose a su habitación con la cara aún roja.





21


    El revólver sorpresa


Por fin había llegado el día de la exploración.

A las seis en punto Alice se había presentado en el lugar indicado con la ropa que, tal como le había dicho Max, había encontrado en su cama la noche anterior. Consistía en una camiseta negra de manga corta, unos pantalones del mismo color y unas botas de cordones. Todo bastante ajustado, pero, honestamente, muy cómodo. Daba libertad de movimiento. Entendió enseguida por qué era la ropa reglamentaria.

Aparte de a Max, Alice no conocía a quienes la acompa?aban. Ella era la más joven. Había un chico no mucho mayor que no dejaba de sonreír y parlotear. Se llamaba Derek. También había una mujer de unos treinta a?os que no decía nada a no ser que fuera estrictamente necesario. De todas formas, le sonrió al verla. Se llamaba Ellen.

Alice miró su traje. Sí, era realmente cómodo, pero se parecía demasiado al que utilizaban los soldados que habían invadido su zona. Seguía sin poder soportar los recuerdos. Su rostro reflejó el dolor.

—?Estás bien?

La voz grave de Max hizo que diera un respingo y asintiera rápidamente con la cabeza. él la observaba con una ceja enarcada.

—Es... la ropa —murmuró avergonzada.

Esperaba que Max le pusiera mala cara, pero él suavizó su expresión y se limitó a asentir una vez con la cabeza.

—El hecho de que lleves ropa similar no te convierte en una de ellos. Y yo nunca te pediría que mataras a alguien inocente, eso te lo aseguro.

Alice sonrió un poco, pero el guardián ya había vuelto a centrarse en sus cosas, así que no lo vio. Por algún motivo desconocido, esa peque?a conversación hizo que se sintiera mejor. Mucho mejor.

Max instó al trío a subir al coche. Alice se quedó en la parte de atrás con Derek. Ellen se dejó caer en el asiento del copiloto e informó a Max de no sé qué del inventario; él asintió y arrancó el motor.

—Espero que hayáis hecho las presentaciones —comentó Max cuando ya llevaban cinco minutos de trayecto.

—Afirmativo —le informó Ellen.

—?Tienes buena puntería? —preguntó Derek a Alice, sonriente.

—Digamos que no soy un desastre.

—Es mejor que nada —comentó él. De nuevo, le pareció simpático, aunque también le daba la sensación de que solo estaba siendo amable porque la veía nerviosa—. El último tirador era muy bueno, fue una lástima lo que le pasó.

Alice abrió mucho los ojos, asustada.

—?Q-qué le pasó?

—Derek —advirtió Ellen.

—Perdón. —él se calló cinco segundos, antes de hablar en voz tan baja que Alice apenas lo escuchó—. El muy idiota se metió solo en el bosque y no lo hemos vuelto a ver.

—?Derek! —Ellen miró a Alice—. No le hagas caso. El último tirador está en la ciudad, encargándose de unos trabajos pendientes.

Alice soltó una risita nerviosa. Esperaba que la versión de Ellen fuera la real.

Por un momento deseó haber cogido su iPod, pero probablemente a Max eso no le habría gustado mucho. Y, por el ambiente a su alrededor, dedujo que tampoco iban a poner música con la radio del coche.

Así que un viaje largo y silencioso.

Genial.

Deseó que Rhett hubiera ido con ellos y, casi en el mismo instante en que pensó en él, se ruborizó y desvió la mirada hacia la ventana, intentando centrarse en el paisaje.

Durante la mayor parte del trayecto, el camino fue de bosque, y el coche no dejaba de dar tumbos de un lado a otro por los baches. Alice estaba empezando a marearse. Parecía que no iban a salir nunca de allí. Se arrepintió de haber elegido ese lado del coche cuando vio que, por el de Derek, había un río que, aunque no era muy ancho, era bonito.

Mirando de reojo el agua, se preguntó qué se sentiría al nadar. Lo más cerca que había estado eran las duchas, pero no podía compararse. Había visto imágenes del mar, pero realmente no tenía una idea muy clara de cómo era. Siempre había querido visitarlo, pero ni siquiera sabía si estaba muy lejos de la ciudad.

Joana Marcus's books