Ciudades de humo (Fuego #1)

—Lo sé —dijo en voz baja—. No se lo diré a nadie, no te preocupes. Pero vas a tener que confiar en mí.

Alice no entendía nada, pero optó por guardar silencio. ?No se suponía que los rebeldes eran unos salvajes? ?Qué los odiaban? Por lo que estaba viendo, no había mucha diferencia entre ellos y los humanos a los que los padres consideraban aceptables. De hecho, Tina había sido más simpática con ella en ese poco rato que la mayoría de los padres y científicos en toda su vida.

Se dejó vestir y, un buen rato más tarde, no sin dificultad por su parte, pues cojeaba visiblemente, por fin salieron del edificio. Había un rótulo que rezaba HOSPITAL justo encima de la puerta.

Lo primero en lo que se fijó Alice fue en que el exterior estaba repleto de gente. Especialmente jóvenes que la miraban con expresión curiosa, sin miedo a ser castigados por no andar con la mirada fija en el suelo. Le extra?ó.

Las calles eran amplias, con edificios peque?os a ambos lados. Todos tenían rótulos encima para indicar su función. Al fondo, bajando por la cuesta principal de la ciudad, las casitas particulares salpicaban el entorno con un poco de color. Se asemejaba mucho a los lugares humanos que mostraban las imágenes de los libros de su zona; jamás habría pensado que los vería con sus propios ojos.

Tina se detuvo delante del edificio más grande de la ciudad. El ayuntamiento. Era de madera, con el techo inclinado y grandes ventanales. Tina le se?aló algo. O más bien a alguien.

A un metro de distancia, un chico muy joven jugueteaba de forma un poco nerviosa con sus dedos. Alice solo necesitó verle el pelo rizado para reconocerlo. Era el que la había ayudado en el bosque.

—Nos vemos dentro, querida. —Tina le dio un ligero apretón en el hombro sano—. Buena suerte.

Y, dicho eso, la dejó sola con el chaval.

Alice se quedó allí de pie, confusa. El adolescente se colocó a su lado y ambos esperaron a que la gente entrara. No se hablaron. Los dos estaban muy nerviosos.

Finalmente, cuando la última persona entró, él respiró hondo.

—Sígueme el rollo —le dijo a Alice antes de abrir la puerta.

?Que le siguiera el qué?

Lo primero que vio al entrar fue una enorme sala repleta de gente. De humanos, en concreto. Nunca había visto a tantos juntos. Se asustó.

Tragó saliva con fuerza y siguió al chico por el pasillo, en dirección al fondo de la estancia.

La estancia, abarrotada de gente, no era más grande que la sala de conferencias de su zona. Todos la miraban. No con desprecio ni con desdén, sino con curiosidad. A Alice nunca la habían mirado de ese modo. Nunca había sido tan interesante como para provocar esa inquietud en alguien. Era una sensación extra?a.

Los ventanales le permitieron ver que los pocos que no habían encontrado sitio en la sala habían optado por asomarse a ellos. En la estancia no había muchos muebles. Solo hileras de asientos y una peque?a tarima en la que había una mesa larga a la que se sentaban cinco personas. Delante de estas, bajo la tarima, había una silla solitaria a la espera de ser ocupada.

Bueno, estaba claro cuál era su lugar.

El chico la acompa?ó hasta ella y Alice se sentó con dificultad, pues aún le dolían las heridas. Su acompa?ante se quedó de pie a su lado. Como nadie decía ni hacía nada, Alice miró alrededor para distraerse. El techo era bonito, pero estaba en un estado muy precario. De él colgaba una enorme lámpara de cristal, apagada, pues a esas horas del día entraba luz a raudales por las grandes cristaleras.

Escuchó los murmullos de la gente a su alrededor y se obligó a ignorarlos. Era extra?o que hablaran tanto. En su zona eran muy estrictos con el ruido. Si estabas en una reunión, ni siquiera oías la respiración de quien tuvieras al lado.

De pronto, el hombre que estaba sentado en medio de la mesa dio un golpe seco sobre ella, por lo que Alice se volvió hacia él, asustada. Todo el mundo guardó silencio.

?Ese era su líder? ?Por eso estaba sentado en el centro? ?Iban a juzgarla? ?Por qué? Y ?para qué, para matarla? ?Si acababan de curarla! ?Esa era la lógica de los humanos?

Alice miró al hombre. Era de mediana edad, fuerte y serio. Lucía una corta barba del mismo color que su pelo, oscuro, y unos ojos de color casta?o con los que parecía que iba a atravesarte y ver dentro de ti. Iba vestido como los demás —?por qué el líder vestía como sus inferiores?— y su sola presencia intimidaba. No parecía muy simpático, la verdad.

Cuando clavó la mirada en Alice —porque realmente la clavó, parecía escrutarla con los ojos—, ladeó un poco la cabeza, como si estuviera analizándola. A ella le entró la tentación de salir corriendo, pero al final decidió que sería una mala idea.

Porque, siendo sinceros, tampoco habría podido hacerlo. Seguía coja.

—Doy comienzo a este juicio. —El hombre ni siquiera tuvo que levantar la voz para que todos lo escucharan. Alice se hizo peque?ita en la silla cuando él se volvió hacia ella de nuevo—. Di tu nombre en voz alta.

Alice dudó un momento. Estaba aterrada. El desconocido que la había salvado, aún junto a ella, se aclaró disimuladamente la garganta, mirándola de reojo.

—Alice —dijo ella en un hilo de voz, pero se la escuchó en toda la sala.

—?Sabes dónde te encuentras? —Ella negó con la cabeza, por lo que el hombre de la barba prosiguió—: Estás en Ciudad Central, donde ayudamos a la gente. Y este juicio es para decidir si puedes quedarte con nosotros, si así lo desearas. Jake es tu representante porque él fue quien te encontró.

Ella asintió lentamente. Si la echaban, moriría de hambre o de sed, o bien los de gris ceniza la atraparían antes de que pudiera llegar a ningún sitio. ?Su único seguro era ese chico?

Bueno, ya la había salvado una vez, pero nunca había conocido a nadie menor que ella. ?Sería capaz de volver a ayudarla?

—Cuando quieras, Jake —a?adió el de la barba, haciéndole un gesto.

?Qué iba a decir el muchacho? Ni siquiera habían hablado. Miró al chico, que estaba a punto de intervenir.

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