—No lo sé. Algo mejor que esto.
—Bueno, es tan fácil como votar en contra. Pero no esperes que yo haga lo mismo.
Hubo un momento de silencio incómodo entre ambos. El chico apartó la mirada. De hecho, en aquel momento se dio la vuelta hacia Alice como si hubiera notado que los observaba.
Durante un milisegundo, Alice pensó que podría fingir que no había estado escuchando. Pero solo durante ese milisegundo, porque entonces se dio cuenta de que era muy tarde. El chico había clavado la mirada sobre ella. Y no, no parecía demasiado contento.
Además, aunque hubiera intentado disimular, habría sido inútil. Se habría quedado pasmada al verlo de todas formas. El chico tenía una cicatriz que le recorría parte de la cara, desde la ceja hasta la mejilla, cruzándole el ojo.
Nunca había visto algo así. En su zona, todos eran tan perfectos... No pudo evitar sentirse fascinada. ?Qué se sentiría al tocar una cicatriz? ?Sería muy raro que se lo pidiera?
Pero entonces, él lo estropeó todo al poner mala cara y soltar:
—?Se puede saber qué miras tanto?
Alice dio un respingo y se apresuró a desviar la vista. Vale, no parecía muy dispuesto a dejar que le tocara nada. Mejor no arriesgarse.
Mientras tanto, la mujer se había apresurado a acercarse a ella. Se detuvo a su lado y la revisó concienzudamente con la mirada antes de sonreírle.
—Vaya, buenos días. Me alegra verte despierta y con tan buena cara.
Llevaba una bata blanca como las que usaban los científicos de su zona. Fue la primera persona —aparte del adolescente al que había visto antes de desmayarse— que le infundió confianza.
—Vuelve a tumbarte o esa pierna empeorará. —Su sonrisa se volvió un poco más dulce cuando la empujó suavemente para volver a tumbarla—. ?Cómo te encuentras?
Alice la miró un momento, abrió la boca y, cuando intentó hablar, solo le salió un sonido ronco y lastimoso. Empezó a toser y sus costillas temblaron de dolor. La mujer actuó a toda velocidad. En apenas un instante estaba a su lado con un vaso de agua, que le ayudó a tomar. Alice sintió el alivio al instante. Incluso cerró los ojos, más sosegada.
Al abrirlos, vio que ambos seguían mirándola. El chico se había cruzado de brazos otra vez y la observaba con cierta desconfianza. La mujer le sonreía con amabilidad.
—Sienta bien, ?verdad? Llevas aquí unos días. Has causado un buen revuelo, se?orita —a?adió, riendo—. No había venido nadie nuevo desde hacía mucho tiempo.
—Sí—murmuró el joven, poniendo los ojos en blanco—, la temporada turística suele empezar en mayo.
La mujer lo ignoró completamente y prosiguió:
—Ahora que has recuperado la consciencia, probablemente te harán muchas preguntas: de dónde eres, cómo te llamas, si has estado en otras poblaciones..., ya sabes, la ciudad tiene curiosidad. Así que no te lo tomes a mal. No te preocupes, yo me encargaré de que no te molesten mucho con el interrogatorio.
Alice intentó hablar otra vez. Tardó unos segundos en conseguirlo.
—?Dónde... estoy?
—En Ciudad Central —aclaró la mujer.
?Ciudad Central? ?Y eso qué era? ?Una zona humana?
Debió de verle la cara de confusión, porque la mujer enseguida a?adió la combinación perfecta de palabras para que Alice sintiera que toda su confianza se evaporaba:
—Estás en las ciudades rebeldes, querida.
?Rebeldes?
?Había dicho ?rebeldes??
Ay, no. Los que estaban en contra de ella. De los androides. De su zona. Un escalofrío de alerta le recorrió la espina dorsal.
Esperaba que su reacción hubiera sido casual, pero lo dudaba. La mujer seguía sonriendo, pero el chico ya no la miraba con desconfianza, sino con detenimiento. ?Lo sabía? No, no podía saberlo, ?verdad? Era imposible. Recordaba que el chico que la encontró le había puesto algo en el abdomen. Había cubierto el número. ?No podían saberlo!
Le sostuvo la mirada, aterrada, y sintió que se hacía peque?ita en su lugar cuando el joven dio un paso hacia ella y abrió la boca para decir algo, pero la mujer lo interrumpió.
—Me llamo Tina, por cierto —se presentó, alegremente—. Bueno, Cristina, pero puedes llamarme Tina. Todo el mundo lo hace.
Ella estuvo a punto de presentarse con su número, pero se dio cuenta de que habría sido un error tan estúpido como mortal, así que lo pensó mejor.
—Alice —dijo, finalmente, en voz baja.
—Bonito nombre. ?Verdad, Rhett?
él, que había estado ocupado mirando fijamente a la chica con cara seria, se volvió hacia Tina y enarcó lentamente una ceja, con lo que dejó clara su opinión sobre el tema.
—Vale, pues no respondas —replicó ella, negando con la cabeza—. ?Puedes ir a avisar a Max de que se ha despertado, al menos? Los demás guardianes querrán empezar el juicio cuanto antes.
Rhett miró a Alice de nuevo, sosteniéndole la mirada un momento más; parecía desconfiar de ella. Después, se marchó sin decir absolutamente nada.
—Y ahora, vamos a levantarte —dijo Tina junto a ella, ofreciéndole una mano—. Despacio, ?vale? Debemos tener cuidado con tu pierna. El consejo de la ciudad querrá verte. Debes prepararte.
Alice tomó su mano y, con sumo esfuerzo, logró sentarse en la camilla.
—?Estás bien? —preguntó la mujer.
Ella asintió, y Tina desapareció un momento para volver a los pocos minutos con unas cuantas prendas de ropa: unos pantalones cortos —que agradeció, debido a la rodilla—, una camiseta sin mangas, una camisa de manga corta de color verde claro y unas botas marrones. Nada parecía nuevo. Era muy distinto a su atuendo habitual. Aun así, no se quejó. La mujer la ayudó a quitarse la bata. Alice se quedó helada cuando vio su número de androide.
Sin embargo, Tina lo ignoró completamente y le gui?ó un ojo.