Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

—?Por qué estás tan enfadada? No nos ha suspendido —puntualizó.

Y mira, fue eso que dijo, cómo lo dijo y en qué momento lo dijo lo que causó que una oleada hirviente de ira me recorriera el cuerpo y estallara en mi boca.

—?No nos ha suspendido? —repetí, silabeando y apretando los dientes. Cada palabra salía cargada de una rabia intensa, contenida pero amenazadora—. ?Qué demonios pasa contigo? Llegas tarde y, además, no intentas hacer que nos dé otra oportunidad. Sé que no te importa una mierda nada, pero a mí sí. No estabas solo en esto del vídeo, yo también salgo perjudicada.

Adrik pareció confundido.

—Pero lo que no querías era suspender, ?no? —me preguntó, desconcertado.

Que se rascara la cabeza con incredulidad me molestó más.

—?Te parece que la nota mínima es buena? —refuté.

—Pues no, pero al menos no es un cero.

Di un paso adelante y lo se?alé con el dedo. él miró mi dedo sorprendido y luego me miró a mí con algo de inquietud. Sí, yo era un poco más baja que él, pero en ese momento me sentí altísima, capaz de superarlo en lo que fuera.

—Te diré algo, Adrik Cash —empecé en un tono firme y agresivo—. En tu mundo un suficiente no te afecta en nada. Lo tienes todo resuelto. Si te da la gana, transformas esa calificación en una mejor, y aunque no lo hicieras, igual tendrías las puertas abiertas en todos lados. En mi jodido mundo, una nota mínima lo estropea todo, así que no puedo permitirme notas mínimas. ?Te digo por qué? No tengo un apellido que me asegure que no me moriré de hambre.

Acto seguido me di la vuelta y me alejé por el pasillo.

Salí del edificio y me detuve fuera, frente a una máquina expendedora de barritas energéticas. Me hurgué los bolsillos y saqué unas cuantas monedas. Las metí de mala gana y luego la máquina no quiso entregarme la barrita. Le di unos cuantos golpes y luego, de repente, empecé a darle más golpes y patadas, descargando toda mi furia por lo que había sucedido, además de mi indignación por haber sido robada por una maldita máquina.

Terminé pegando la frente en la máquina. Cerré los ojos y exhalé con frustración.

—Después preguntas que cuál es la diferencia entre un tiranosaurio rex y tú —dijo Adrik por detrás de mí.

—No me compares con nada en este momento, ganarás de todos modos —resoplé en la misma posición, con los ojos cerrados y unas ganas enormes de que me tragara la tierra.

Lo escuché suspirar con cansancio.

—Mira, es solo una clase extra. —Como no dije nada, a?adió con resignación—: Si quieres, volveré a hablar con la profesora ma?ana para pedirle otra oportunidad.

—No conseguirás nada —solté, frustrada.

él se detuvo a mi lado y me apartó la frente de la máquina. Abrí los ojos y detecté una expresión pícara en su cara bien afeitada. Tenía unas leves ojeras, pero no le hacían perder su atractivo.

—?En serio? Porque yo creo que nada más tengo que respirar cerca de ella, y problema resuelto —dijo tan tranquilo.

—?Qué? ?Te vas a prostituir por una nota? —pregunté, ce?uda.

—?No estás armando un escándalo? —dijo, como si estuviera esforzándose demasiado. Después agregó una nota dramática a las palabras, como si me estuviera imitando—: Que tu futuro depende de esa nota, que esto, que lo otro... Me obligas a tomar medidas drásticas.

Eso me causó cierta gracia, pero seguía preocupada, así que pateé una piedra imaginaria, inquieta, dudosa.

—?Crees que funcionará? —murmuré.

él asintió y, a decir verdad, me transmitió cierta calma. Si en algo era bueno Adrik Cash, era en hacer parecer que no valía la pena preocuparse por demasiadas cosas. La vida se percibía más sencilla y menos dura a su alrededor.

—Estoy tan seguro como que una vez esa profesora me dejó una nota en un examen que decía: ?Puedo darte clases privadas?. —Luego a?adió en un susurro confidencial—: Y sabemos que ella no ense?a matemáticas.

No pude evitar reírme. Tampoco pude evitar sospechar que el motivo de ese cambio de actitud tan brusco de la profesora se debía a que le gustaba Adrik, y que lo del beso le había causado celos. No me sorprendió. Ella lo miraba raro cuando nadie se daba cuenta..., excepto yo.

—Qué extra?o... —Negué con la cabeza y reí al mismo tiempo—. Bien, dejaré que tú lo resuelvas.

Adrik esbozó una sonrisa escasa.

—Deberías confiar un poco en mí, Jude.

Entonces le dio un golpe lateral a la máquina, en un punto específico, y la condenada expulsó la barrita que yo había seleccionado.

—Gracias —asentí con sinceridad después de cogerla. Carraspeé y con cierta dificultad agregué—: Lo que te he dicho antes... estuvo un poco feo.

él hizo un gesto para restarle importancia. Ni siquiera parecía molesto, a pesar de que estuve a punto de darle una patada en la cara.

—No importa, en realidad es cierto —admitió, encogiéndose de hombros con indiferencia—. Digo mi apellido, y puedo acceder a los archivos secretos del Vaticano si se me antoja.

Ambos comenzamos a caminar por la acera. Yo iba a mi apartamento para hacer las tareas del día. No sabía a dónde iba él, tampoco sabía por qué no cogía su coche, pero el caso fue que nos hicimos compa?ía.

Rasgué la bolsita de la barra y le di un mordisco. Por un momento no quise decir nada, solo masticar. Pero de repente empecé a sentirme algo incómoda al recordar lo del beso. No era la primera vez que besaba a alguien, pero sí la primera que me sentía así después de besar a alguien. No estaba segura de si debía ignorarlo o qué. Era rarísimo. Yo solía ser bastante equilibrada en esos temas. No tenía problema para dar la cara cuando pasaba algo. Pero ahora era como que quería ignorar lo sucedido y al mismo tiempo saber qué pensaba él. Aunque ambos sabíamos que había sido un error influido por el incienso, ?no? ??No?! Sí.

Me armé de valor.

—Sobre lo de ayer... —comencé a decir, pero para mi sorpresa él me interrumpió.

—El beso —aclaró, tranquilo, sereno, relax...—. No lo digas como si fuera tabú. Fue un beso, todo el mundo se besa, así que está olvidado si tú quieres que lo esté.

Mastiqué lentamente y luego lo miré con una expresión de ??qué demonios...??.

—?Si yo quiero que lo esté? —pregunté, casi estupefacta—. Explícate.

—Que si quieres hacer como que no pasó nada, por mí no hay problema —contestó con calma—. Solo te diré que de lo que fuera que estuviera hecho ese incienso no era algo tan fuerte como para dejarnos totalmente inconscientes.

—?Me estás tratando de decir que el incienso no tuvo nada que ver? —Hundí las cejas.

—Sí influyó, pero tú me respondiste el beso y reaccionaste a él.

Alcé la vista, más ce?uda. Adrik tenía esa peque?a sonrisita fastidiosa en su atractiva cara de culo de siempre. Era la sonrisa que aparecía cuando estaba muy seguro de tener la razón en algo.

—?Estás insinuando que me gustó? —solté al darme cuenta de lo que estaba tratando de decirme.

—Lo estoy asegurando —me corrigió.

?Lo estaba asegurando! Debía defenderme de inmediato.

—Pues entonces a ti también —refuté, igual de desafiante—. Y las pruebas fueron evidentes.

Adrik puso los ojos en blanco.

—Sí, tuve una erección, lo que es normal considerando que te movías como una loca encima de mí y que el incienso me relajó —dijo, como si nada de eso fuera relevante o le hubiera incomodado—. Que sea obstinado no significa que no sea humano.

Le regalé una sonrisa ancha, triunfal.

—Recalquemos la parte de ?tuviste una erección? y a?adámosle ?por mí?.

Entonces se detuvo, me miró y soltó en un tono retador:

—Ajá, ?y cuál es el problema con eso?

Resoplé nerviosa. Resoplé tanto que hasta resultó chistoso y estúpido.

—El problema —repetí, mirando hacia todos los lados, moviéndome como si acabara de escuchar algo ridiculísimo—. El problema es grande, Adrik. Claro que hay un problema. Hay un montón de problemas. Hay una lista entera de problemas.

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